Suele ser bastante raro en la historiografía española actual, más o menos del último medio siglo en adelante, que un historiador vea reeditada su obra. Suele ser más raro todavía que ese mismo historiador vea reeditada no una sino varias veces la obra en cuestión. Las razones de la evidente brecha que separa a la investigación histórica más depurada y exquisita de su divulgación entre un público amplio y diverso (“Lector mío, seas quien fueres”, que escribió el padre Feijoo) son varias y afectan por igual a las dos partes en juego (historiador y negocio editorial, principalmente). Absteniéndonos de ir más allá en el debate sobre los problemas de comercialización de las Humanidades, pero reconociéndolo y partiendo necesariamente de él, no deja de sorprender el éxito de El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento. ¿Cómo se explica que cincuenta años después de su primera aparición la obra de Martín Gaite siga reeditándose y envejeciendo en tan buen estado?
Podríamos pensar, efectivamente, que el Macanaz de doña Carmen no es otra cosa que la excepción que confirma la regla. Puede ser cierto, sí, pero inmediatamente tendríamos que seguir preguntándonos: ¿qué hace excepcional a este libro? Razonar sobre ello nos parece hoy más oportuno que nunca al cumplirse en diciembre de 2019 medio siglo de su publicación original (Moneda y Crédito, 1969). Tras una azarosa vida editorial que le llevó a conocer una segunda edición (Taurus, 1974), una tercera de bolsillo (Destinolibro, 1982), una cuarta (Anagrama, 1988) y otras sucesivas como la que Siruela lanzó en 2011 con prólogo de Pedro Álvarez de Miranda, la editorial Taurus ha vuelto a reeditarla en su colección “Clásicos radicales” con un prólogo de Marcos Giralt Torrente (2019). ¿Qué nos cuenta exactamente esta obra? La respuesta es bien conocida: la vida del longevo, derrotado y taciturno político reformista Melchor Macanaz (1670-1760).
Se trata, por tanto, de una materia prima que tenía –y sigue teniendo– todos los alicientes posibles para ser debidamente contada. Y precisamente en este verbo, contar, radica el que para mí sigue siendo el gran mérito (que no único) de la obra de Martín Gaite, es decir, su extraordinaria capacidad para contar cosas. Cosas que relacionadas con la vida de Macanaz nos conducen a escenarios complejos y lejanos como la turbulenta corte de Carlos II, último rey de la dinastía de los Austria en España, la llegada a Madrid de Felipe V, los derroteros de la guerra de Sucesión, el complejo de reformas que trató de poner en marcha el nuevo rey, la tensa relación con la Santa Sede, las suspicacias con los Borbones de Francia o las consecuencias que para la política internacional europea tuvo el segundo matrimonio del monarca con la italiana Isabel de Farnesio.
En ese contexto tan importante en la obra de Martín Gaite, logró situar a aquel “pobre jurista provinciano” que a la sombra de Juan Manuel Fernández Pacheco, VIII marqués de Villena, inició una fulgurante carrera en los entresijos administrativos de la España de 1700 que le llevó a auparse hasta lo más alto del consejo de Castilla (noviembre de 1713), la institución política más importante del momento. La hoja de reformas regalistas que intentó aplicar el fiscal Macanaz y la consecuente nómina de adversarios que pronto cosechó (buena parte de la Iglesia, Roma, el Santo Oficio de la Inquisición, los Colegios Mayores universitarios, la élite política tradicional de los consejos, entre otros), debilitaron tanto su posición que no le quedó más remedio a Felipe V que tolerar su cese (febrero de 1715). A punto de iniciarse contra él uno de los procesos inquisitoriales más largos y tortuosos del siglo XVIII, puso pies en Francia para zafarse de sus perseguidores, dando inicio así a un periplo por Europa que se prolongó durante más de treinta años, un tiempo en el que don Melchor, lejos de darse por vencido, siguió colaborando reservadamente en la acción diplomática de la monarquía.
Su desafortunado papel en el congreso de Breda (1746) terminó por convertir a Macanaz en un personaje molesto, pero peligrosamente bien informado de todos los secretos de la corona, lo que forzó a Ensenada y Carvajal, principales autoridades en el nuevo reinado de Fernando VI, a organizar la farsa de su regreso a España como medio para apresarlo. Arrinconado el “viejo malvado” Macanaz en el castillo coruñés de San Antón desde 1748, tuvieron que pasar doce largos años para que un nuevo rey, Carlos III, se apiadara del nonagenario y fiel servidor de su padre y le concediera la libertad de ir a morir a su pueblo, Hellín, a finales de 1760.
En eso consiste fundamentalmente el libro. La habilidad con la que Martín Gaite supo ensamblar ambos planos, el contextual y el biográfico, convirtió rápidamente su obra en un referente a seguir. Tomando a Macanaz como hilo conductor, su autora contó (y lo sigue haciendo) muchas más cosas. Si a ese fondo histórico unimos una extraordinaria forma narrativa, el resultado puede conducirnos fácilmente a las razones de su éxito. Sonia Fernández Hoyos, estudiosa del ensayo gaitano, ha escrito con acierto que sus síntesis históricas son innovadoras “no porque refundara teóricamente la historiografía, sino porque aplicó su cultura, su rigor filológico y su oficio de escritora a los momentos históricos que estudió”. Historia y Literatura, en otras palabras.
Rafael Sánchez Ferlosio (de quien Martín Gaite se divorció en pleno proceso de elaboración de la obra) volvió a decir en una de sus últimas entrevistas (El Mundo, 2/8/2016) que Macanaz fue “su mejor libro”. Tenía argumentos de sobra.
Francisco Precioso Izquierdo es historiador. Es autor de "Melchor Macanaz. La derrota de un 'héroe' (Cátedra, 2017).