La muerte del gato. Perdidas en el bosque (Salamandra, traducción de Victoria ALonso Blanco), el libro más reciente de Margaret Atwood (Ottawa, 1939), está compuesto por quince cuentos reunidos en tres bloques; el primero y el tercero son una especie de novela en diferido con títulos en espejo: “Tig & Nell” y “Nell & Tig”. De ser una novela, trataría de un matrimonio que envejece y se enfrenta a la muerte de uno de los dos, y de cómo el que le sobrevive sigue encontrando la compañía del ausente a pesar de la muerte. No sé si es tanto “amor constante más allá de la muerte” como rutina, compañía, convivencia. Es probable que Atwood haya volcado en este matrimonio asuntos de su propia vida y su cotidianidad: su marido, el también escritor Graeme Gibson, falleció en 2019. Detalles aparentemente anodinos, como los paseos o las pequeñas rutinas que construyen nuestros días. “Morte de Smudgie” cierra el primer bloque, y es un cuento sobre la muerte del gato de la pareja: “El duelo adopta formas extrañas”, advierte la primera frase del relato. Y casi al final, dice: “En realidad, todo aquello no había sido por Smudgie, sino por Tig: en un momento dado, Nell debió de intuir que Tig por fuerza zarparía antes que ella, que la dejaría varada bajo la dura escarcha, en la tierra baldía, a la fría luz de la luna. Y eso es lo que ha sucedido: Tig ya no está en la orilla, sino alejándose de ella sobre las aguas; está menguando, desvaneciéndose”.
Y ahora, un intermedio humorístico. Entre esos dos bloques que componen la novela fragmentaria y diferida de Tig y Nell Margaret Atwood coloca un bloque de ocho cuentos bajo el epígrafe de “Mi maléfica madre”, título del primero de los cuentos. El tema del reproche a la madre vive una especie de repunte, pero el enfoque de Atwood es fresco y divertido. La madre de la protagonista le hacía creer a su hija que era bruja. La hija, ahora madre ella misma, recuerda algunos episodios en los que su madre sugería sus poderes: por ejemplo, cuando ella quería enseñarle un dibujo y la madre, de espaldas, le decía “qué bonito” sin girarse porque “no hacen falta ojos para ver”; o cuando le decía que tenía que romper con un novio si no quería que muriera, lo había visto en sueños. La había convencido de que había convertido a su padre en el gnomo de jardín y le hacía pedirle permiso para tomar helado, entre otras cosas. También entró en la maternidad en el parto de la primera hija dispuesta a cocinar la placenta para que se la comiera: “Hoy día, naturalmente, ya es algo que no sorprende a nadie”, apostilla la hija. No es el único cuento con brujas, aparecen en “Mujeres en el aire. Un simposio”, y en “La entrevista post mortem” está Verity, médium a través de la cual Margaret Atwood logra entrevistar a uno de sus ídolos: George Orwell.
¡Caracoles! De entre los cuentos de Perdidas en el bosque, disfruté especialmente con “La metempsicosis o el viaje del alma”, donde un caracol descubre la existencia no solo del alma, sino que comprueba que la reencarnación existe en su propia “alma”, pasa de comer lechuga felizmente a ocupar el cuerpo de una trabajadora de banco. El caracol medita: “Tal vez he entendido este fenómeno completamente al revés: tal vez he sido siempre una mujer; puede que incluso esta mujer en partícula, Amber, con su vestuario de simpáticas camisetas, y me enviaron al cuerpo de un caracol para que aprendiese algo crucial para mi espíritu. Pero ¿qué podría ser eso? ¿Rendir homenaje a lo inmediato, como las ricas nervaduras y células de las verduras comestibles y el aroma voluptuoso y embriagador de las peras en estado de putrefacción? ¿Apreciar los placeres sencillos de la vida, como la cópula con otro caracol o caracoles? ¿De eso se trataba? ¿Qué es lo que no estoy captando? ¿Que las cosas son como son? ¿Que soy lo que soy? Pero ¿qué soy? ¿Por qué hay que sufrir? He ahí el enigma fundamental. Y he ahí lo que conlleva ser humano, supongo: cuestionar las condiciones de la existencia”.
Envejecer, morir. Perdidas en el bosque es un libro sobre la muerte y su némesis, la vejez. En el último bloque, que contiene la potencial respuesta de una viuda a otra mujer más joven que le escribe por carta para interesarse por ella, el tema es la relación con los muertos. En el cuento que da título al volumen y que cierra el libro, “Perdidas en el bosque”, Nell, ahora viuda, está en el campo con su hermana y van a nadar. “Nell se da un porrazo en un dedo del pie contra la roca blanca y puntiaguda del fondo. Era de esperar. Tarde o temprano tenía que lastimarse; forma parte del proceso de duelo. A menos que se proceda al derramamiento de sangre, al rasgado de vestiduras o al vertido de cenizas en la cabeza, el doliente está obligado a sufrir alguna suerte de mutilación”.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).