Luego de pelear una valiente batalla contra el cรกncer de pulmรณn que comenzรณ a mediados de 2023 y fue reportada con igual valentรญa por su segunda esposa, la tambiรฉn escritora Siri Hustvedt, a travรฉs de lo que ella llamรณ โboletinesโ compartidos desde su cuenta de Instagram, Paul Auster muriรณ el 30 de abril de 2024 en su casa de Park Slope en Brooklyn, el barrio neoyorquino que inmortalizรณ en varios de sus casi cuarenta libros.
Narrador, ensayista, poeta, dramaturgo, guionista y cineasta, Auster recorriรณ el camino inverso de la enorme mayorรญa de sus coetรกneos norteamericanos, ya que su obra empezรณ a gozar de reconocimiento primero en Europa en la dรฉcada de 1980, para posteriormente cruzar el Atlรกntico y atracar en Estados Unidos. Poco a poco cobrarรญa mayor visibilidad el inmenso talento del autor para practicar distintos gรฉneros (aunque optรณ por privilegiar la novela), y su trayectoria despegarรญa hasta consolidarlo merecidamente como una de las voces de referencia en la literatura en lengua inglesa de fines del siglo XX y principios del XXI.
Esa trayectoria โen la que no puedo dejar de detectar ecos de la pintura de Edward Hopper, explorador por excelencia del aislamiento urbanoโ se inaugurรณ formalmente en 1982 con La invenciรณn de la soledad que, sin opacar su paso meritorio por la poesรญa en la dรฉcada de 1970, permitiรณ que Auster colocara los cimientos iniciales del fascinante universo narrativo que le granjearรญa miles de lectores fieles en mรบltiples paรญses.
Cualquier espectador atento puede notar que en el luminoso desamparo captado justo por el pincel de Hopper casi no hay cabida para las corbatas. Faldas y vestidos, por el contrario, abundan: frente a una ventana que cede un trozo de cortina a la noche, en la butaca de un cine durante un intermedio que se prolongarรก para siempre, cobijadas por un libro o una revista sin tรญtulo a bordo de un tren rumbo a ninguna parte, perdidas en el vestรญbulo de un hotel donde รบnicamente los fantasmas firman el registro.
Curiosa tรกctica: el pintor estadounidense privilegiรณ la apariciรณn de unos pechos que se ofrendan a la canรญcula del mediodรญa, la revelaciรณn de una cintura en la que se detiene el crepรบsculo, y relegรณ a un segundo plano los trajes de tres piezas, los sombreros de fieltro. En su obra, asรญ pues, los cuadros con protagonistas masculinos son mรกs bien escasos. Uno de ellos es Office in a Small City (1953), en el que un empleado de chaleco y camisa arremangada encara un paisaje urbano que se ahoga en la luz matinal.
La imagen de un hombre sentado solo en una habitaciรณn [โฆ] Si se queda [en ella] durante largos espacios de tiempo, por lo general se las ingenia para llenarla con sus pensamientos y de ese modo espanta la melancolรญa, o al menos logra hacerla pasar inadvertida. Cada vez que sale, se lleva los pensamientos con รฉl y durante su ausencia la habitaciรณn se vacรญa poco a poco de sus esfuerzos por habitarla.
En esta pugna por habitar el cuarto desnudo de la escritura โo, lo que es lo mismo, del recuerdo: โEl acto de escribir como un acto de memoriaโโ se encuentra el germen de La invenciรณn de la soledad, suerte de sutura para las heridas del pasado que podrรญa haber sido creada en una estancia como la del lienzo de Hopper de ubicarse esta en Nueva York, en el nรบmero 6 de la calle Varick. El hombre del chaleco y la camisa arremangada, entonces, no serรญa otro que Paul Auster, meditabundo ante el manuscrito โante unos trazos de รณleo que semejan un manuscritoโ del que es uno de sus libros capitales, la obra con que debutรณ en el campo de la prosa aunque en 1982 tambiรฉn publicรณ su primera novela, Jugada de presiรณn, parapetado tras el seudรณnimo de Paul Benjamin.
Fiel a la obsesiรณn de su autor por los dobleces del mundo, La invenciรณn de la soledad es un dรญptico que gira en torno de la orfandad y el abandono, caras de la azarosa moneda austeriana. La primera parte, o mejor, el primer libro discurre entre la indagaciรณn autobiogrรกfica, la novela policiaca y la Familienroman acuรฑada por Sigmund Freud: โRetrato de un hombre invisibleโ, o el ajuste de cuentas con una figura paterna que amenaza con desvanecerse de la misteriosa fotografรญa a la que alude el tรญtulo. El รบnico fijador posible, lo asume Auster al igual que lo harรก en Leviatรกn (1992) โse trata de una desaforada carrera contra el tiempoโ, es la escritura, y por ello se vuelve urgente esta exhumaciรณn:
Cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de quรฉ lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiera sido dueรฑa de la vida durante toda su existencia.
Un domingo de enero de 1979, a las ocho de la maรฑana, timbra el telรฉfono en casa del novelista en ciernes; alguien le anuncia que su padre, que โhabรญa vivido solo durante quince aรฑos una vida tenaz y opaca, como si fuera inmune al mundoโ, acaba de fallecer. Se echa a andar la maquinaria de la pรฉrdida: trรกmites funerarios e inmobiliarios โla muerte trae implรญcita su propia burocraciaโ, el enfrentamiento con la parafernalia de una soledad esquiva que es necesario reconstruir. La ropa que ya nadie usarรก, los inรบtiles paquetes de preservativos, la rasuradora elรฉctrica que delata la รบltima afeitada: piezas de un rompecabezas inconcluso que van cayendo en su lugar. Y de golpe es comprender, un dรญa lluvioso en que se dona una pila de corbatas hopperianas a una instituciรณn de beneficencia, lo que significa que el cuerpo del padre โla muerte es una alteraciรณn sintรกctica: una cosa es el cuerpo, otra el hombreโ estรฉ varios metros bajo tierra. De golpe es el รกlbum, โmuy grande, encuadernado en piel fina [que] con letras doradas grabadas en la cubierta decรญa: โLos Auster. Esta es nuestra vidaโ y estaba completamente vacรญo. Alguien, sin duda mi madre, habรญa encargado el รกlbum, pero nadie se habรญa tomado la molestia de llenarloโ. Y entonces hay que tomarse tal molestia y aceptar la metamorfosis: el hijo, el escritor siempre huรฉrfano, como detective o linterna que alumbrarรก la turbia historia familiar. La investigaciรณn detonada por un par de fotografรญas: una truncada, tomada cuarenta aรฑos atrรกs en un estudio de Atlantic City, en la que el padre aparece multiplicado cinco veces como en una sesiรณn espiritista โpara invocarse a sรญ mismo, para traerse de vuelta del reino de los muertosโ. La otra mutilada, un retrato de la familia paterna en el Wisconsin de principios del siglo XX del que alguien ha eliminado la figura del abuelo:
Solo quedaban sus dedos, como si intentara volver a la fotografรญa desde algรบn remoto agujero en el tiempo, como si hubiera sido desterrado a otra dimensiรณn.
Poco despuรฉs, gracias a una carta y unos recortes de periรณdico enviados desde la casualidad, llega la pieza que da sentido al acertijo del pasado. En enero de 1919, exactamente sesenta aรฑos antes de que un telรฉfono sonara como un funesto augurio, Harry, el abuelo paterno, fue asesinado por su esposa en la cocina de su casa ante los ojos atรณnitos de Sam, su hijo de nueve aรฑos, que a la vez se convertirรญa en el padre frรญo e invisible que la memoria โla escrituraโ de Auster reinventa en un esfuerzo por desentraรฑar el enigma de la paternidad y vencer el vacรญo del lenguaje: โCuando ponga un pie en el silencio, significarรก que mi padre ha desaparecido para siempre.โ Terrible certidumbre: la literatura como un manto que alcanzarรก a arropar en su cuna a Daniel, el primogรฉnito que el novelista tuvo con la autora estadounidense Lydia Davis y que fallecerรญa en abril de 2022 en circunstancias desdichadas, clausurando un macabro ciclo consanguรญneo. En adelante quedarรก solamente una habitaciรณn cerrada โimagen nodal en el รบltimo libro de La trilogรญa de Nueva York (1985-1987)โ, el proverbial vientre de la ballena donde el creador tendrรก que renunciar a sรญ mismo para ser objeto de su propia creaciรณn. Por ello, Jonรกs incidental, admitirรก estar representado por una A. kafkiana.
โPinocho estรก rodeado por la oscuridad de la soledad. Y es en esta oscuridad donde tiene lugar el acto creativo.โ De la desolaciรณn mรกs sombrรญa, en efecto, surge โEl libro de la memoriaโ, segundo piso de esta casa basada quizรก inconscientemente en los planos de un delirio escheriano, mapa รญntimo en el que convergen diversas latitudes: el distanciamiento narrativo del profeta que se embarca hacia la catรกstrofe para huir de la palabra divina, la fragmentariedad mรญstica de Edmond Jabรจs โa cuyo Libro de las preguntas Auster dedica uno de los admirables ensayos de El arte del hambre (1992)โ, los Pensรฉes de Blaise Pascal, la nada moderna de Stรฉphane Mallarmรฉ, la reclusiรณn de Friedrich Hรถlderlin y Walter Raleigh en torres paralelas, el laberinto de historias tejido por Sherezada para Las mil y una noches. รmulo del muรฑeco de madera ideado por Carlo Collodi โรฉmulo a su vez de la figura jonasianaโ, A., el narrador, zarpa rumbo a las entraรฑas de la bestia que aguarda al fondo de la escritura en pos de su Gepetto personal, โpues la obra de la memoria sรณlo puede comenzar en la penumbra de la soledadโ. A., entonces, viaja; desde su aislamiento en el nรบmero 6 de la calle Varick, en esa tiniebla ventral en la que se refugia luego del colapso de su matrimonio, viaja: una odisea accidentada por los meandros de la creaciรณn literaria, una รฉpica del pensamiento no exenta de naufragios, ese sรญmbolo recurrente. A. recuerda โes decir, se olvida de sรญ mismo; es decir, escribeโ y su habitaciรณn hopperiana empieza a ser habitada: los partidos de beisbol vistos, oรญdos y jugados durante la niรฑez; el Holocausto como sรญntesis de la debacle contemporรกnea, patente en la relectura del Diario de Ana Frank y en el testimonio de un ingeniero voluntario en la guerra de Camboya; el hallazgo del oscuro poema de mil setecientos versos titulado โCasandraโ, escrito por el griego Licofrรณn en el aรฑo 300 a. C. y traducido al inglรฉs en 1806 por lord Royston, que naufraga mucho antes de cumplir los treinta cerca de las costas de Rusia; la agonรญa del abuelo materno, mago incipiente cuyo consuelo serรญa escuchar de boca de su nieto los resultados beisbolรญsticos publicados dรญa con dรญa en The New York Post; la trรกgica muerte en 1879 de Anatole, el รบnico hijo de Mallarmรฉ, y los subsecuentes textos in memoriam en los que se descubre el alma de la paternidad; la indagaciรณn de la naturaleza del azar, efectuada a travรฉs de episodios que remiten a El cuaderno rojo (1993); el autoexilio en Parรญs, donde A. entra en contacto con S., un personaje singular que se convertirรก no sรณlo en su mejor amigo sino tambiรฉn en el perfecto sucedรกneo paterno; el vagabundeo por los museos de Amsterdam y las epifanรญas con las mujeres de Johannes Vermeer:
Solas en sus habitaciones, con la luz brillante [de la realidad] entrando a raudales por una ventana abierta o cerrada, y la absoluta inmovilidad de aquellas soledades, una evocaciรณn casi desgarradora de la vida cotidiana y de sus inconstancias domรฉsticas.
A. continรบa hojeando โEl libro de la memoriaโ y cae en cuenta de que sus capรญtulos podrรญan carecer de punto final. Prisionero entre cuatro paredes, sabiรฉndose vรญctima de la orfandad que conlleva todo acto de escritura, hunde la pluma en las sombras del tintero y escribe que escribe. Quizรก, mientras busca el olvido en el resplandor de la pรกgina, recuerda a sus gemelos Emily Dickinson y Vincent van Gogh, extraviados en sus estancias interiores. Piensa:
El mundo acaba ante esta puerta-barricada, pues la habitaciรณn no es una representaciรณn de la soledad sino su misma sustancia.
De vez en vez, movido por la sangre solar que restaรฑa en su mesa de trabajo, se arremanga la camisa o se afloja el chaleco y voltea hacia la ventana que recorta un pedazo de eternidad neoyorquina. Al otro lado del cuadro que aรบn vibra con las pinceladas de Edward Hopper, el espectador atento se transforma en lector que no cesa de maravillarse con la alquimia que vuelve tan luminoso el confinamiento en el vientre de la ballena. ~