Ilustraciรณn: Manuel Vargas

El Embrujo Borges

De la mano de Borges, la quinta entrega de Memorias de un leedor marca de manera definitiva la vocaciรณn lectora .
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Poco tiempo despuรฉs, Alfonso llega una tarde a mi casa con unas fotocopias (asรญ es, la revelaciรณn ocurriรณ en unas humildes fotocopias): โ€œTienes que leer estoโ€.

Se trata de โ€œEl inmortalโ€ de Borges, originalmente incluido en El Aleph. No creo exagerar si digo que la lectura de ese texto es el punto de inflexiรณn de mi vida, la que determinรณ definitivamente mi vocaciรณn de lector. Despuรฉs de eso, nada volverรก a ser igual. Nunca podrรฉ olvidar mi sensaciรณn de asombro ante las primeras lรญneas del relato del protagonista: โ€œQue yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardรญn de Tebas Hekatรณmpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo habรญa militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legiรณn que estuvo acuartelada en Berenice, frente al mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnรกnimos el aceroโ€.

El deslumbramiento fue, ante todo, verbal. El uso insรณlito de los sustantivos y los verbos, la inesperada adjetivaciรณn, la grandilocuente metรกfora. Nunca habรญa leรญdo ni escuchado un castellano asรญ. ยฟEra realmente mi lengua? Estaba, ademรกs, ese aire antiguo, รฉpico, romano, que infundรญa reverencia por sรญ solo (tiempo despuรฉs, leyendo a De Quincey por la obvia influencia borgeana, me conmoverรญa ese pasaje donde cuenta cรณmo dos palabras latinas bastaban para emocionarlo: consul romanus). Luego, en el resto del cuento, aparecerรญan los grandes temas: la memoria, la identidad, el tiempo, la inmortalidad, el lenguaje, las letrasโ€ฆ Como รฉl mismo observรณ sobre Quevedo, Borges, mรกs que un autor, es una literatura. Pocos autores modernos en espaรฑol tienen la capacidad de ejercer una fascinaciรณn semejante. Al terminar el relato, yo soy, irremediablemente, borgeano, y durante no poco tiempo la literatura serรก para mi bรกsicamente Borges y lo que tenga que ver con รฉl.

Inmediatamente me precipito a leer todo lo suyo que haya a la mano. En la casa, de hecho, tenemos las ediciones de bolsillo de Alianza de Historia universal de la infamia, Ficciones y El Aleph, y luego irรฉ consiguiendo el resto. En diciembre, Alfonso me obsequia la Nueva antologรญa personal en la colecciรณn Libro Amigo de Bruguera (Barcelona, 1983), con una foto a colores de un Borges anciano y ciego en la portada. Debo mucho, por cierto, a esa modesta colecciรณn, en la que descubrirรญa tantos autores, y que un buen dรญa inundรณ de saldos las librerรญas de Mรฉxico (se vendรญa en mesas colocadas en la acera a diez pesos). Alfonso le puso la fecha en la primera pรกgina: โ€œdiciembre 4, 1992โ€, y una enigmรกtica e imperativa cita de Nietzsche โ€“en realidad, de Pรญndaroโ€“ en la รบltima: โ€œconviรฉrtete en lo que eresโ€. No creo haber estado a la altura de semejante orรกculo, pero sรญ puedo decir que me convertรญ en un lector y que eso es fundamentalmente lo que soy. Igual que sin mis padres, sin Alfonso no serรญa el lector que soy. Su amistad e influencia fueron determinantes en mi formaciรณn lectora y en ningรบn momento tan trascendentes como la tarde que me dio a leer โ€œEl inmortalโ€. Por eso, este capรญtulo es para รฉl.

Al terminar el relato, yo soy, irremediablemente, borgeano, y durante no poco tiempo la literatura serรก para mi bรกsicamente Borges y lo que tenga que ver con รฉl.

Este, como decรญa, fue el punto de quiebre. A partir de ese momento tengo clarรญsimo que la literatura serรก lo mรกs importante en mi vida y que todo lo demรกs quedarรก subordinado a ella. Lo escribo, no con vanidad ni pretensiosamente, sino como la simple constataciรณn de una convicciรณn รญntima: no ha habido un solo momento desde entonces en que haya dudado de mi vocaciรณn. He dudado de prรกcticamente todo lo demรกs, pero no de esto, y no es un sostรฉn menor estar persuadido de que, pase lo que pase, tenemos algo que estarรก siempre ahรญ, que da sentido a nuestra existencia y a lo que podremos siempre asirnos.

Comienza entonces un periodo febril en que leo vorazmente y sin descanso. Un autor, un libro, me lleva a otro, y me siento al mismo tiempo feliz y abrumado por todo lo que siento que tengo que leer. El entusiasmo de un verdadero leedor no mengua nunca, siempre estรก interesado por un autor o un libro que no conocรญa o que redescubre, pero nada se compara a esa primera etapa en que encuentra su vocaciรณn. A partir de entonces, toda la vida serรก tamizada por la literatura, examinada a travรฉs de su lente, hasta llegar al punto en que se hagan una sola cosa. Este es, quizรก, el rasgo distintivo del leedor. El lector comรบn tiene en su vida un espacio asignado a la lectura (puede, de hecho, ser un espacio muy importante), pero lo mantiene aparte, no se le confunde con la vida misma; al leedor ese espacio le devora la vida o, mejor dicho, pues no se trata de que la lectura vaya en detrimento de la vida, se integra por completo a ella, se amalgama, y cuando se da cuenta ya son una sola cosa.

A partir de ese aรฑo, 1992, y durante algรบn tiempo, harรฉ listas de los libros que leo, que aรบn conservo. La de ese primer medio aรฑo de lecturas compulsivas incluye, entre otros, a: Chejov, Chesterton, Hesse, Goethe, Puschkin, Gรณgol, Turgueniev, Tolstoi, Dostoievski, Conrad, Woolf, Gide, Whitman, Schopenhauer, Poe, Pavese, Rilke, Sartre, Unamuno, Baroja, Reyes, Fuentes, Sabato, Quiroga, Cortรกzar, Neruda, Josรฉ Emilio Pacheco, Garcรญa Mรกrquez, Vargas Llosaโ€ฆ

Sin embargo, el centro de esa galaxia multiforme es, sin duda, Borges. Cuando entro a una librerรญa, cuando visito una biblioteca, cuando reviso el รญndice de un libro, etc., lo primero que hago es ver si aparece su nombre o no, y prรกcticamente a partir de ahรญ hago un juicio. Sobra decirlo, mis primeras tentativas narrativas son descaradas y malas imitaciones de Borges, escritor rigurosamente inimitable. Aunque ya en ese momento leo autores que no tienen nada quรฉ ver con รฉl ni con su idea de la literatura, me tomarรก algรบn tiempo darme cuenta que esta realmente puede ser algo mรกs que el mundo borgeano. Podrรญamos llamar a este fenรณmeno, que miles de lectores y aspirantes a escritores han experimentado, el Embrujo Borges.

Releo ahora la Nueva antologรญa personal y pienso que, si hubiera que escoger un solo libro de Borges, elegirรญa, tramposamente, este. Dividido en Poesรญa, Prosas, Relatos y Ensayos, es realmente una quintaesencia borgeana y quien solo leyera estas pรกginas tendrรญa una idea bastante completa de su obra. Como he recordado, el primer impacto fue esencialmente verbal. Con Borges, el espaรฑol experimentรณ algo que probablemente no le ocurrรญa desde Gรณngora. Solo un gran escritor crea de esta forma su propia y personalรญsima lengua (e, igual que el autor de las Soledades, Borges engendrรณ una legiรณn de imitadores desafortunados).

Tengo la impresiรณn โ€“mejor dicho, la certezaโ€“ de mรกs de una vez haberme dejado llevar por completo por el encanto de la forma y no haberme enterado realmente de quรฉ estaba contando y menos de las ideas implicadas. Eso me ocurriรณ, por ejemplo, con โ€œTlรถn, Uqbar, Orbis Tertiusโ€ (relato del que Ricardo Piglia me dirรญa mucho mรกs tarde: โ€œmirรก, si vos escribรญs โ€˜Tlรถn, Uqbar, Orbis Tertiusโ€™, es que no tenรฉs mucha suerte con las mujeres, ยฟno es cierto?โ€) y con โ€œEl jardรญn de senderos que se bifurcanโ€. Al principio, todo fue pasmarse con frases como la que describe a Tsโ€™ui Pรชn: โ€œrenunciรณ a los placeres de la opresiรณn, de la justicia, del numeroso lecho, de los banquetes y aun de la erudiciรณnโ€ฆโ€. Mรกs adelante, vino lo que podrรญamos llamar la fascinaciรณn metafรญsica: el vรฉrtigo del tema del tiempo y sus conceptos anexos de eternidad, infinito, inmortalidad, memoria, etc. A la par, su encanto literario, libresco: su mundo de bibliotecas, referencias a mรบltiples autores y obras, citas y apariencia de erudiciรณn. El viejo bibliotecario ciego como modelo de hombre de letras.

Alguna vaga ilusiรณn borgeana podรญa disfrutar yo cuando me refugiaba en la antigua biblioteca de la preparatoria y me ponรญa a leer, Borges u otra cosa, en las viejas mesas de madera, y โ€œde una manera casi fรญsica siento la gravitaciรณn de los libros, el รกmbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mรกgicamenteโ€ (โ€œA Leopoldo Lugonesโ€). En la escuela, por cierto, habรญa otra biblioteca, pequeรฑa y sin gracia, sin libros antiguos ni libreros de cedro, pero que era la que de hecho usaban los estudiantes para sus trabajos y tareas. Allรญ โ€“aprovecho estas memorias para confesarloโ€“ cometรญ el รบnico robo que he perpetrado en una biblioteca (harรญa otros en librerรญas, pero esos no me causan mayor culpa). El libro robado era El informe de Brodie, en la colecciรณn de bolsillo de Alianza. Lo siento, pero me faltaba y tenรญa la arrogante convicciรณn de que nadie lo iba a aprovechar como yo (razonamiento que en una biblioteca es, por lo menos, falaz).

Justo a partir del momento de mi descubrimiento de Borges y de la revelaciรณn de mi vocaciรณn lectora, la escuela termina por desinteresarme por completo. No soporto un minuto mรกs en los salones oyendo cosas que no me interesan y paso las maรฑanas enteras en la biblioteca o, mรกs prosaicamente, en la azotea del colegio o yรฉndome de pinta. Un buen dรญa se me ocurre volver a algunas clases solo para enterarme que no tengo derecho a presentar prรกcticamente ningรบn examen por faltas; a los que por alguna razรณn aรบn tengo derecho, los repruebo impecablemente (una de las pocas materias que apruebo es Educaciรณn Fรญsica porque, a peticiรณn del entrenador, compro un balรณn de basquetbol para la clase). Naturalmente, soy expulsado de la escuela. Aunque mis padres lo habรญan visto venir poco a poco, no deja de ser un escรกndalo familiar que yo, que nunca habรญa tenido problemas escolares y que de hecho era un alumno modelo, reprobara. Al consumarse la expulsiรณn, estoy poco menos que orgulloso; lo รบnico que lamento es perder la biblioteca y las conversaciones con David (a quien expulsarรกn al siguiente semestre, por cierto). En total, habrรฉ estado รบnicamente tres semestres. Obviamente tengo que terminar la preparatoria de algรบn modo y con la anuencia de mi madre opto por el sistema abierto, en el que estudio por mi cuenta y solo tengo que presentar exรกmenes. Aรบn hoy agradezco a quien se haya inventado ese bendito sistema, que se ajustaba perfectamente a mis necesidades del momento. Tengo todo el tiempo para leer y escribir, solo presento exรกmenes los fines de semana y, de hecho, acabo la preparatoria un semestre antes de lo que hubiera acabado en el sistema normal, lo que me permite irme unos meses a Estados Unidos con el vago pretexto de aprender inglรฉs.

Borges, para concluir este capรญtulo fundamental de mis memorias de lectura, serรก una presencia constante en mi vida de lector. Ya no con la fuerza avasalladora, absorbente, de aquellos primeros aรฑos (increรญblemente, descubrirรฉ que la literatura es mรกs amplia que su obra y poco a poco aprenderรฉ a dejar de imitarlo). Algunas veces, incluso, pasarรกn varios aรฑos sin que abra un libro suyo. Sin embargo, recuerdo bien un regreso despuรฉs de una de estas ausencias mรกs o menos prolongadas. Tendrรญa unos treinta y cinco aรฑos y debรญa releer El Aleph. Conforme iba avanzando mi asombro se renovaba, intacto, y al terminar el libro me sentรญ rigurosamente anonadado. Una experiencia similar se repite cada vez que releo un texto suyo. No hay manera: como el mago de โ€œLas ruinas circularesโ€, Borges es un sueรฑo que no podemos dejar de soรฑar y un soรฑador que no dejarรก de soรฑarnos.

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(Xalapa, 1976) es crรญtico literario.


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