A veces digo en broma que un crítico debe poder calibrar los quilates de una novela solo con leer la primera frase. En este sentido, basta comenzar Nada más ilusorio (2024) para advertir que estamos en buenas manos: “Los numerales chinos distinguen entre dos tipos de cero, que son, en realidad, dos tipos de nada: una es la nada absoluta, la que supongo que da forma a los confines del universo, donde no ha existido nunca partícula alguna; la otra se representa con el carácter ling 零, que denota el rastro rezagado de lo que quedó atrás, como la humedad suspendida en la atmósfera después de la tormenta”.
Este prometedor inicio marca el tono de la novela, que invita al lector a un viaje por el vacío, el recuerdo y las múltiples formas en que los relatos persisten. Nada más ilusorio, la primera novela de Marta Pérez-Carbonell, destaca tanto por su arquitectura narrativa como por su sofisticación cultural y literaria. La autora entrelaza historias y tiempos, evocando una tradición que se remonta al Decamerón. Al igual que los cuentos de Boccaccio, Nada más ilusorio nos recuerda que en tiempos de crisis –en este caso, la pandemia del covid-19– resurge el instinto ancestral de contar historias como forma de comunicación y resistencia.
La acción principal se desarrolla en un vagón de tren nocturno de Londres a Edimburgo. La protagonista, Alicia, primero escucha y después participa en un diálogo entre un viejo profesor (Terry) y su estudiante de doctorado (Bou). Hablan de una novela del profesor titulada Rocco, que ha provocado un escándalo por estar basada en una historia real: la del propio académico con Hans, un joven suizo a quien conoció en Nueva York. A medida que el tren avanza, el vagón adquiere dimensiones simbólicas, pues deviene un punto de encuentro de los relatos y las memorias de los personajes. Por eso la trama del tren evoca las historias recitadas por los trovadores a la lumbre del fuego. Pérez-Carbonell explora la multiplicación de realidades que surge al rememorar el pasado, hilando una narrativa que se despliega como un juego de matrioshkas.
La compleja estructura está bien hilvanada y las narraciones se entrecruzan con fluidez. En la página 25 se introduce, sin previo aviso, el primer capítulo de Rocco, la novela de Terry, que a partir de entonces se irá intercalando con la trama principal. Disfruté del desconcierto de perderme por un momento, al no saber en qué plano narrativo me encontraba. Pero al llegar a la página 49 ya estaba absorbido en tres niveles simultáneos: el relato de Terry en el tren, la novela del propio Terry (Rocco), y la historia de Alicia, que cuenta cómo quedó atrapada en Socotra (una isla del Yemen) durante un viaje de investigación. Los tres niveles coexisten sin estorbarse, como un palimpsesto en el que todas las capas fueran legibles al mismo tiempo y se enriquecieran mutuamente.
La trama ambientada en Socotra merece una mención especial, tanto por su originalidad como por la destreza con que está narrada. En este sentido, las reflexiones sobre la historia contrafactual añaden una nueva dimensión hipotética al texto. Nada más ilusorio deviene un jardín borgiano de senderos que se bifurcan no solo en el espacio y en el tiempo, sino también entre lo que ocurrió y lo que pudo ocurrir. La autora parece una malabarista capaz de mantener varios objetos en el aire. Y lo logra con el don de hacer fácil lo difícil que en la Italia renacentista llamaron sprezzatura. Cuesta mucho escribir con tanta transparencia, sobre todo cuando se presentan realidades desconocidas por el lector como una remota isla del Yemen.
Socotra me lleva a otro de los atractivos de Nada más ilusorio, que es su carácter cosmopolita. La autora exhibe una asombrosa amplitud vital y literaria que trasciende los límites geográficos de su país natal. Los escenarios – que abarcan, además del Yemen, el Reino Unido, Estados Unidos, Suiza y España – están recreados con un realismo y una riqueza de detalles que denotan un conocimiento profundo de ciudades como Londres, Nueva York, Ginebra y Madrid. El resultado es una novela global, metaliteraria, anglófila, digna heredera de las ficciones de Javier Marías.
Según el propio Marías, a cuya obra Pérez-Carbonell dedicó su tesis doctoral, lo más importante de una novela es la voz del narrador. Sin duda, Nada más ilusorio tiene esta lección bien aprendida. La voz narrativa es personal, cálida, sabia y profundamente reflexiva, pero no cae nunca en la autocomplacencia. Nada más ilusorio es una novela sobre el lenguaje y la comunicación, sobre los narradores y las historias, pero también ofrece misterio, incertidumbre y acción; ocurren cosas sorprendentes. De hecho, la narración alterna acción y contemplación, sirviéndose de un lenguaje que cautiva sin artificio, que deslumbra al tiempo que transmite, pues nunca deviene el centro de atención.
Por otro lado, las referencias culturales que salpican el texto en forma de citas literarias (Ricardo Piglia, Jean Paul Sartre, Rubén Darío…) o alusiones a dramaturgos (Noël Coward), artistas (Edward Hopper, Pablo Picasso), escultores (Bruno Catalano), cantantes (James Brown, Billie Holiday) y escritores (Sylvia Plath, Robert Graves, Alda Merini, Rosa Montero, Italo Calvino…) se integran con naturalidad. Dan densidad cultural al texto e invitan a leerlo con lápiz en mano para anotar las sugerencias, pero en ningún momento lo sobrecargan. Al contrario, constituyen una celebración de las teselas culturales que conforman el mosaico construido por Nada más ilusorio.
En conclusión, quizás lo más notable sea la sensación de madurez que desprende la obra. Nada más ilusorio no presenta las inseguridades que sería esperable encontrar en una primera novela. Al contrario, parece el trabajo de una autora con plena confianza en su voz y en su capacidad para ensamblar una narrativa compleja pero accesible. Añadiré que devoré la obra durante un viaje en tren de ida y vuelta entre Manchester (donde vivo) y Londres (donde asistí a un congreso literario). Este marco, que refleja de forma casi mágica el escenario principal de la novela, me hizo sentir como si también yo formara parte del tren literario, convertido en un personaje más, en otro plano de la ficción. Nada más ilusorio no solo representa el arte de contar historias, sino que lo convierte en una forma de dar sentido al mundo.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester.