Foto: Wolfgang Kuhnle / www.flickr.com/photos/wolfgangkuhnle/8186363622

Roth y el silencio que nos embeberá

En la obra de Roth se hallaban la ironía, la prosa siempre aguda, el dominio absoluto de la narración, el manejo de sus ritmos y sus tiempos. Y ante todo, una cierta disposición sombría y burlona ante la escritura y la vida.
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En uno de esos horribles viajes trasatlánticos que duran horas y en los que normalmente se padecen la incomodidad del cuerpo y la desesperación del alma, tuve la fortuna de leer por primera vez a Philip Roth. Cuando abrí el libraco de casi 600 páginas y comencé con la historia de “El sueco”, quedé absolutamente atrapado. El vuelo de Barcelona a Buenos Aires se me hizo corto. Recuerdo bien la narración de Pastoral americana en voz de Nathan Zuckerman, personaje del que no tenía noticia. 

Fue en Buenos Aires que un amigo, al verme leer a Roth, me informó de que había toda una saga en voz de Zuckerman, que comenzaba en la juventud del escritor. 

—Este es el primero que leo —dije. 

—No sabes qué envidia me da que te queden tantos libros por leer— contestó. 

Hoy entiendo por qué me dijo aquello, aunque no veo por qué no podemos volver con admiración a leer su obra: conocerla no empobrece su relectura. 

Roth tiene la maestría de hablar de la desgracia humana con un humor magnífico. Ahora que escribo esto voy a aquel ejemplar que voló conmigo de un lado al otro del Atlantico y me encuentro subrayados de esa primera lectura: “Había aprendido la peor de las lecciones que puede dar la vida: la de que carece de sentido. Y cuando sucede tal cosa, la felicidad nunca vuelve a ser espontánea”. Hojas más adelante me encuentro otro subrayado, siempre me maravilla: “La tragedia del hombre que no está hecho para la tragedia… esa es la tragedia de cada hombre”. 

Cuando terminé Pastoral americana y volví a Barcelona, comencé a leer con avidez todas las novelas de Zuckerman. Ahora sí en orden: La visita al maestro; Zuckerman desencadenado; La lección de anatomía; La orgía de Praga; La contravida; Pastoral Americana (otra vez); Me casé con un comunista; hasta que llegué a la última que se había publicado entonces: La mancha humana. Recuerdo el desasosiego y la melancolía que sentí cuando me quedé sin más Zuckerman. Afortunadamente en 2008 apareció Sale el espectro, la última novela de la saga. Sin embargo, cuando la abrí y comencé a leerla, sentí un nudo en la garganta y no pude sino hacerla a un lado. Decidí que no quería terminar con Zuckerman, no mientras Roth siguiera vivo. Mi estúpido homenaje a su muerte sería leer la salida del espectro. Hoy, apenas envíe estas palabras, me sentaré a terminar lo que empecé hace diez años. 

Al dar por terminada mi lectura de Zuckerman, tuve oportunidad de descubrir por segunda vez a Roth: recuerdo con especial admiración El teatro de Sabbath, El lamento de Portnoy, El animal moribundo y Elegía. Las últimas dos son un terrible retrato del final de la vida. En Elegía dice Roth en voz de su personaje: “la vejez no es una batalla, es una masacre”. 

Roth llenaba de ironía y de erotismo la vida de sus personajes: recuerdo a Zuckerman con una torticolis tremenda justo cuando se había ligado a una chica guapísima, lo que obviamente lo incapacitaba para el sexo. O mucho más terrible aún: a Sabbath, un titiritero que padece artritis en las manos. Y claro, al seductor y deseoso David Kepesh que termina convertido en un gran pecho. Imagínense a Casablanca vuelto teta. 

Como escritor en ciernes encontré en Roth la ironía, la prosa siempre aguda, el dominio absoluto de la narración, el manejo de sus ritmos y sus tiempos. Pero de un escritor no se aprende como de un maestro de álgebra. Lo que me dejó Roth en el espíritu es una cierta disposición sombría y burlona ante la escritura y la vida. A Roth lo llevo en la sombra. Además, también me enseñó el silencio: en 2012 anunció que dejaba de escribir. Dijo que ya no tenía ni la enjundia mental ni la física para enfrentarse al complejo artefacto que es una novela. Roth aceptó que ya había escrito sus mejores libros y decidió callar: ¿para qué escribir si no buscas la mejor obra que puedan dar tu cabeza y tus manos? A veces es necesario callar. 

El sábado pasado, antes de la final de la Champions League, no lo invento, brindamos por Roth. Todos los ahí presentes somos sus asiduos lectores. Roth nos ha dado horas y horas de charla, así que un brindis no estaba de más. Y medio tiempo más tarde, Roth se hizo presente en los errores del pobre Karius, portero del Liverpool. Ese es el tipo de cosas que Roth le hubiera hecho a un personaje: 

—Cae —me lo imagino diciendo— para que veamos si te levantas. Y en el camino, intenta sobrevivir a las estupideces a las que te orilla tu apetito sexual.

“Sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos”, escribió en Pastoral americana.

Y, finalmente, termino citándolo en su lengua, para que brille su pulcritud, su acidez y su fuerza: “Think of old age this way: it’s just an everyday fact that one’s life is at stake. One cannot evade knowing what shortly awaits one. The silence that will surround one forever. Otherwise it’s all the same. Otherwise one is immortal for as long as one lives”. Esto es de The dying animal. 

Me retiro a leer Sale el espectro. Cerraré ese círculo que dejé abierto por diez años. Después guardaré silencio y trataré de no sentirme inmortal, que el tiempo se nos escapa como avión trasatlántico. 

 

 

 

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es escritor e investigador del CIALC-UNAM. El oficio de la venganza (Alfaguara) es su novela más reciente.


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