Traslados

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Me he desplazado en cochecito de pedales. ยฟExisten todavรญa? De lรกmina pesada, verde, asรญ lo recuerdo. Un suelo de mosaico blanco que un dรญa de sol recorro orgulloso en coche de pedales figura entre mis recuerdos.

Me he transportado en triciclo amarillo. Quizรกs en algรบn parque. Una seรฑora que pasa le dice a mi hermano mayor โ€œpero quรฉ niรฑo tan bonitoโ€. Mi hermano oye indiferente, pero yo me entrometo y respondo โ€œmuchas gracias, seรฑoraโ€. โ€œEras muy chistosoโ€, juzga la tรญa que me contaba esto, โ€œmรกs que chistosoโ€. Me parece cuando menos poco alentador. Aunque sรญ, me reconozco en ese patรฉtico niรฑo.

He frenado dando vuelta en patines. Patines Remington, de metal. La Hormiga fue una pista que fue mi felicidad. Me he desplazado en patรญn del diablo, pero nunca me he subido a una patineta, no habรญa de eso cuando era niรฑo, y envidio a los transeรบntes que se deslizan derechitos en su patineta, ya no digamos a los que saltan y hacen figuraciones acrobรกticas.

Que nunca haya podido deslizarme en esquรญs por el erguido manto de nieve me duele mรกs. Cuando caminรฉ por primera vez en la nieve tenรญa ya mรกs de cuarenta aรฑos. Ignorancia engendra torpeza: paseando en Salt Lake City brinquรฉ a un panteรณn que parecรญa tener unos veinte centรญmetros y, con risas de mi mujer, me hundรญ en la nieve casi hasta los hombros.

Pero lamento mรกs aรบn no haber podido nunca desplazarme a caballo. Dos de las tres veces que me aventurรฉ, el transporte dio conmigo en el suelo. No obstante, su estรฉtica me parece de lo mรกs admirable. Hermosura que oculta una bestia violenta.

De niรฑo y de adolescente me gustaba salir al campo y emprender la ascensiรณn de algรบn monte no muy alto, la Coconetla, por ejemplo, citada por Deniz en algรบn poema. Cuando bajรฉ a una mina, muy aprisa me arrepentรญ. He ascendido y bajado con menos esfuerzo, quiero decir por medio del elevador. Nadie se envanece hoy de usar elevadores, pero hubo tiempos en los que el artefacto fue sorprendente. En la รฉpoca porfiriana una delegaciรณn mexicana se dirigiรณ a Japรณn a presenciar el famoso trรกnsito de Venus; en sus cartas algunos de sus miembros se dijeron asombrados de cierto ferrocarril vertical con el que se toparon en San Francisco. Ese ferrocarril vertical no era otro, claro, que el ascensor.

Muy feliz me hizo la bicicleta. Concede libertad y autonomรญa, maravillas tan negadas al niรฑo y al adolescente. Mi bicicleta era de niรฑa, no tenรญa el molesto tubo que va del asiento al manubrio, y americana, porque frenaba echando los pedales para atrรกs.

Me he desplazado caminando, como era de esperarse, y en barco, cosa menos divulgada, no en un trasatlรกntico, sino en un barco chico que navegaba entre Barcelona y Gรฉnova. Ademรกs he viajado, cuando me iba de pinta, en las lanchas de remos del Lago de Chapultepec. Nunca se siente mรกs clara y dichosamente la libertad como cuando se anda de pinta.

A juzgar por los nรบmeros, en el mundo moderno no hay cosa con mayor riesgo que manejar en carretera. Digo esto porque mi primera salida a carretera, en una รฉpoca en la que apenas sabรญa manejar, fue durante el Consejo Internacional de Filosofรญa y Humanidades de 1963, cuando me encargaron llevar en coche a Teotihuacรกn a cuatro ilustres filรณsofos: Alfred Ayer, inglรฉs; Max Black, nacido en Azerbaiyรกn; John Passmore, australiano. Del otro no me acuerdo. No sรฉ por quรฉ, si tenรญa nula experiencia, me lancรฉ a viajar con esos รกnimos. Al principio los filรณsofos iban hablando animadamente, pero despuรฉs de un rato de carrera loca y vertiginosa se sumieron en un silencio categรณrico. Cuando dรญas despuรฉs lo dejรฉ en el aeropuerto, Ayer me confesรณ que jamรกs olvidarรญa ese โ€œviaje espeluznanteโ€.

He volado mucho en aviรณn, de niรฑo en los viejos aviones de hรฉlice cuando mi papรก me llevaba en sus viajes a inspeccionar presas en los que las vacas pastaban donde aterrizaban los aviones. Cuando despuรฉs vi aviones de propulsiรณn a chorro me asombrรฉ y los juzguรฉ dignos de Flash Gordon o de Brick Bradford, aquel que poseรญa un โ€œtrompo del tiempoโ€.

Y tambiรฉn he viajado en silla de ruedas. Por Sicilia, por ejemplo, impulsado por mi mujer o por mi hijo, que es muy fuerte. โ€œEl invรกlido primeroโ€, decรญan los italianos y en los museos entrรกbamos gratis y sin hacer cola.

En su Morfologรญa del cuento, Vladimir Propp asienta que todo cuento comienza con un viaje, sea este corto, largo, larguรญsimo, pero un traslado al fin. ~

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(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.


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