Una pregunta para Isaac Bashevis Singer

Los cuentos del escritor judío polaco, que recibió el Nobel en 1978, hablan de mundos desaparecidos: las cafeterías de intelectuales, los judíos en Varsovia y en las comunidades rurales de Europa del Este.
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Lumen acaba de publicar una antología de los relatos de Isaac Bashevis Singer. La edición, que apareció ya en RBA, se basa en The Collected Stories. El autor judío polaco recibió el Premio Nobel en 1978. Aunque escribió novelas admirables, la parte que prefiero de su obra está en esos cuentos. Hay temas recurrentes. Por un lado, la vida en Varsovia. Por otro, el mundo del shtetl, de las comunidades judías rurales de Europa del Este: es frecuente encontrar en ellos un choque entre la tradición y la realidad, y un acomodo variable entre una y otra. A menudo hay un elemento mágico o al menos supersticioso, que convive con lo humorístico. Son historias de mundos desaparecidos: el de las cafeterías de intelectuales antes de la Segunda Guerra Mundial, el de una forma de vida arrasada. Otra veta de su obra trata de quienes han sobrevivido: encuentros de viejos conocidos en Israel o Nueva York que recuerdan a una persona de otro mundo, escritores que dan conferencias o reciben en casa a admiradoras peculiares, flecos sueltos de un pasado o personas que viven en un mundo imaginario casi poblado de cadáveres. Algunos de los mejores están en esta categoría.

Utiliza a menudo personajes estereotípicos. Pero es un escritor original, capaz de crear momentos inolvidables y perturbadores. Uno de los elementos característicos es una extraña combinación de filosofía y sensualidad, una especie de mística sexual pudorosa y lacónica pero intransferible y perturbadora. Totalmente distinto en otras cosas, este admirador de Spinoza recuerda a veces a los poetas del siglo XVI que cuando hablaban de amor parecían hablar de lo divino, pero cuando hablaban de Dios parecían hablar de sexo.

Tiene herederos: su escritura se ve en los mejores relatos de Marcelo Birmajer (por ejemplo, en las Nuevas historias de hombres casados), en algunos de los relatos que escribe el protagonista de Desmontando a Harry, en algunos cuentos del primer (y mucho más descarado) Philip Roth, en la película Un hombre serio de los hermanos Coen. Sus historias también han inspirado adaptaciones cinematográficas: por ejemplo, Enemigos, de Paul Mazursky, la historia de un hombre que descubre que la esposa que creía muerta en el Holocausto sigue viva. (Singer se separó de su mujer y su hijo en 1935; solo volvió a reunirse con ellos unos veinte años después.)

Quizá la adaptación más célebre es Yentl, con Barbra Streisand, basada en la historia de la hermana mayor de Singer, Esther Singer Kreitman, y de sus enfrentamientos con la moral tradicional de su padre. Kreitman también era escritora: la editorial Xordica acaba de publicar La danza de los demonios, una novela autobiográfica, traducida por los mismos traductores de los cuentos de su hermano, Rhoda Henelde y Jacob Abecasís. También era escritor el segundo hermano de Singer, Israel Joshua Singer, de quien Acantilado ha traducido Los hermanos Ahskenazi y La familia Karnowski (las tres hijas de Israel Joshua Singer son escritoras también).

Él decía que escribía en yiddish, una lengua que había perdido a una parte enorme de sus hablantes en el Holocausto, y que cuando muriera se encontraría con todos esos posibles lectores muertos. Decía que la versión inglesa era la versión definitiva de sus textos.Tuvo muchas traductoras, que más de una vez eran sus amantes. Es lo que cuenta el documental The Muses of Bashevis Singer.

Su traductor más conocido, sin embargo, fue Saul Bellow, que tradujo al inglés Guimpl el ingenuo. Fue el primer relato de Singer en inglés, que publicó la Partisan Review. No se llevaron bien. Según Bellow, Singer lamentaba que se hablara más de la traducción que del texto original (la versión inglesa es excelente). Para Bellow, siempre había sido un viejo Ganev, una especie de ladrón. En una larga entrevista con Norman Manea en Salmagundi, Bellow –que recita una líneas de su parodia de “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” en yiddish– dice que es un gran coleccionista de anécdotas de Singer, y cuenta la historia de un amigo suyo que asistió a una conferencia del autor de La familia Moskat. El escritor le dijo: “Al final hay un turno de preguntas, y ya sabes cómo es esto. Nadie te pregunta nada, o solo te preguntan imbecilidades. Si no te importa, te agradecería que me hicieras la siguiente pregunta: a usted le comparan a menudo con Chagall. ¿Qué le parece? ¿Hay similitudes en su obra?”. Cuando llegó el turno de preguntas, el amigo de Bellow formuló la cuestión. Singer respondió: “Es la pregunta más estúpida que me han hecho en la vida”.

El volumen está lleno de relatos maravillosos. “Gimpl el ingenuo” es un cuento divertido y desolador. “Amor tardío”, donde un anciano en Florida tiene un breve encuentro con una vecina, es un relato chejoviano y perturbador. Son hermosos “Un amigo de Kafka”, “El hijo” o “Una cita de Klopstock”. Y uno de los mejores, y uno de los preferidos de quien mejor conoce en España a Singer, el cineasta Fernando Trueba, es “El manuscrito”. Me gusta tanto que al escribir este texto por primera vez no pude evitar contar su argumento: quería contar esa historia. Pero mejor lee el relato. No se puede contar mejor que él.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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