Una compaรฑรญa de fantasmas recorre el continente europeo. Son fantasmas en sentido estricto, viejos conocidos que se nos aparecen: el nacionalismo, la xenofobia, el populismo. Suiza vota limitar la inmigraciรณn, los partidos antieuropeos suben, Cataluรฑa no se siente querida. Fenรณmenos que apuntan, todos ellos, en la misma direcciรณn: hacia un movimiento de introversiรณn agresiva dominado por las emociones antes que por la razรณn, o al menos guiado por razones que parecen bien poco razonables. Pero incluso las reivindicaciones mรกs extravertidas, del 15M a Beppo Grillo, parecen inclinarse hacia un sutil irracionalismo, cuyo rasgo mรกs caracterรญstico serรญa la bรบsqueda de un chivo expiatorio: los banqueros, los polรญticos, los ricos. Y el resultado es un paisaje en llamas, una amalgama de pasiones e hipรฉrboles que se parece bien poco a la esfera pรบblica sosegada que soรฑaron los ilustrados como fundamento para nuestras democracias representativas.
Si entramos en el terreno movedizo de las explicaciones, la tentaciรณn es clara: echarle la culpa a la crisis. No en vano, esta parece servir para dar cuenta de todo aquello que ha sucedido desde su comienzo. Pero quizรก las cosas no sean tan sencillas. Sin duda, el deterioro socioeconรณmico es un factor relevante para explicar el ascenso de los populismos en los paรญses y segmentos sociales que en mayor medida lo vienen padeciendo. Ahora bien, este argumento no parece aplicarse fรกcilmente a sociedades prรณsperas como Suiza, Holanda y, en menor medida, Escocia; ademรกs, tiene el inconveniente de dejar a un lado asuntos tan decisivos como la disrupciรณn tecnolรณgica y su efecto sobre el empleo. Pero es que, aun si decidimos que la crisis nos permite dar cuenta de este conjunto de patologรญas, la reacciรณn ante la crisis seguirรก demandando algรบn tipo de explicaciรณn. Y es aquรญ donde resulta interesante mirar debajo de la alfombra.
Porque, ¿y si hubiera algo mรกs? ¿Y si el problema residiera en el desajuste entre los presupuestos ideales de la organizaciรณn polรญtica y su realidad prรกctica? Mรกs aรบn, ¿y si las democracias liberales estuviesen en desventaja frente a las fuerzas que las socavan debido a su menor atractivo propagandรญstico? ¿No puede ser que el liberalismo sea demasiado frรญo, demasiado cool, para la articulaciรณn contemporรกnea de las pasiones polรญticas? ¿Acaso no hay un conflicto perpetuo, subyacente pero hoy bien visible, entre la sentimentalizaciรณn de la democracia y sus lรญmpidas raรญces filosรณficas? He aquรญ un hilo del que merece la pena tirar.
Es sabido que vivimos en democracias representativas que combinan la organizaciรณn polรญtica liberal con los principios bienestaristas socialdemรณcratas, quedando la producciรณn de riqueza encomendada a la economรญa social de mercado y la vertebraciรณn identitaria en manos de la vieja idea de naciรณn. Resulta de aquรญ un inestable equilibrio entre la primacรญa de la libertad individual y las exigencias colectivas, que produce inevitablemente un conflicto llamado a ser resuelto a travรฉs del debate pรบblico y las elecciones representativas. Todo lo cual presupone un cierto tipo de sujeto, un ciudadano que trata de satisfacer sus intereses privados tratando de realizar su plan de vida y maximizando sus preferencias en el mercado, mientras simultรกneamente atiende a los intereses generales ejerciendo responsablemente sus deberes cรญvicos: informarse, reflexionar, expresarse polรญticamente. Se trata, esencialmente, de un sujeto autรณnomo que atiende a razones. ¡No es poca cosa, para una especie que viene de un charco!
Pero este presupuesto filosรณfico, de raigambre kantiana y continuidad rawlsiana, tiene un problema: parece guardar poca correspondencia con la realidad. Aunque la historia nos habรญa dejado ya amplรญsimas pruebas de la peligrosidad de los seres humanos para con su prรณjimo, tenรญamos razones para pensar que la mejora de las condiciones atmosfรฉricas –materiales, institucionales, culturales– en que aquellos se desenvuelven facilitarรญa paulatinamente el cumplimiento de esas altas aspiraciones. Y las seguimos teniendo, pero no sin la sospecha de que el sujeto autรณnomo del liberalismo es mucho menos autรณnomo de lo que serรญa deseable.
Basta recordar la primera campaรฑa electoral de Obama, obra maestra del sentimentalismo polรญtico, para comprender la profunda importancia de las emociones en este terreno. Mรกs reciente, segรบn relataba The Economist hace unas semanas, es el giro hacia una argumentaciรณn emocional que estรก permitiendo a los activistas norteamericanos que defienden el matrimonio homosexual empezar a ganar la batalla de la opiniรณn pรบblica. En lugar de subrayar los derechos de los gays, empezaron a retratarlos como lo que son: ciudadanos como los demรกs a los que serรญa injustificado privar de la posibilidad de vivir como los demรกs. Y ese mismo enfoque empieza a usarse con los inmigrantes ilegales, a quienes se presenta como desventajados aspirantes a participar del sueรฑo americano y no malintencionados infractores de la legalidad.
Asรญ pues, si la emociรณn da forma a las razones –porque las emociones son tambiรฉn, a su manera y para quien las experimenta, razones–, se trata de influir en aquellas para cambiar estas. En todos estos casos, parecen aplicarse las recomendaciones de Martha Nussbaum, cuyo รบltimo libro, Political Emotions, constituye una defensa de la importancia que los sentimientos pueden tener para la consecuciรณn de la justicia. Para la prominente filรณsofa norteamericana, el recelo liberal ante las emociones es un error, porque supone ceder el terreno de su conformaciรณn al populismo, dando a entender al pรบblico que los valores liberal-democrรกticos son tibios y aburridos. A su juicio, en fin, el cultivo polรญtico de las emociones es necesario para lograr la adhesiรณn ciudadana a aquellos proyectos que lo merecen. Se deduce de aquรญ que la frialdad del liberalismo terminarรญa siendo perjudicial para su propia realizaciรณn prรกctica. Y es que nadie quiere a un empollรณn.
Sin embargo, no todas las emociones polรญticas son tan beneficiosas. Ahรญ estรกn el temor injustificado de los suizos al daรฑo econรณmico provocado por la inmigraciรณn, la errรณnea intuiciรณn popular segรบn la cual el proteccionismo econรณmico es beneficioso para la economรญa nacional, la necesidad de cariรฑo como fundamento del separatismo catalรกn. Por otra parte, no ha habido genocidio ni limpieza รฉtnica que no se fundara en una emociรณn, en este caso el odio. Peter Sloterdijk ha documentado convincentemente el papel del resentimiento como fuerza polรญtica. En todos estos casos, la emociรณn no emerge aisladamente, ni se dirige caprichosamente contra el judรญo o el burguรฉs. Mรกs bien, es el producto de un trabajo cultural, el fruto de unos marcos sociales de percepciรณn que activan esas emociones y hacen con ello posible su traducciรณn polรญtica. Ni que decir tiene que esas emociones –tanto las negativas como las positivas– se apoyan sobre un relato, es decir, sobre una justificaciรณn con apariencia de racionalidad que le sirve de coartada. Nadie dice que hace algo sin razones para ello. La caracterรญstica de esta clase de emociรณn serรญa entonces su impermeabilidad a la argumentaciรณn racional.
Si cambiamos el punto de vista, tendrรญamos que hablar de los sesgos emocionales de la racionalidad. Esta padece tambiรฉn, por supuesto, sesgos cognitivos de distinta รญndole: no solamente se equivoca la emociรณn. Y este conjunto de limitaciones a la racionalidad, que tambiรฉn puede contemplarse ร lร Kahnemann como la alternancia de los sistemas intuitivos y reflexivos de decisiรณn, son las que estรกn explotando las ciencias sociales y humanas en las รบltimas dรฉcadas. Psicologรญa, economรญa, antropologรญa: todas estas disciplinas estรกn encargรกndose de desmantelar el supuesto de la libre elecciรณn racional, para reemplazarla por un relato mรกs realista de nuestras propensiones. Averiguamos asรญ cรณmo se compra, cรณmo se vota, cรณmo se habla en realidad; averiguamos, en definitiva, cรณmo se vive. Y descubrimos que el control que ejercemos sobre nuestras decisiones deja mucho que desear.
Si bien se mira, los problemas que plantea el dibujo liberal del sujeto tienen que ver con un insuficiente reconocimiento de su naturaleza social. Esto es algo que puso en su momento de manifiesto la crรญtica feminista, en un empeรฑo profundizado despuรฉs por el comunitarismo. Ambas corrientes de pensamiento discuten la premisa epistemolรณgica liberal segรบn la cual el individuo es anterior a la sociedad, para sostener exactamente lo contrario: que estamos determinados socialmente. Las fuentes del yo, por usar el tรญtulo de la gran obra de Charles Taylor, estรกn en su comunidad y en sus correspondientes procesos de socializaciรณn, a travรฉs de los cuales nos formamos como individuos: la suma de influencias que nos constituyen. De ahรญ que nuestro ser no pueda entenderse sin prestar atenciรณn a las emociones que nos vinculan a esa comunidad y a sus valores. Somos animales sociales, no รกtomos racionales.
Tendrรญamos aquรญ entonces una explicaciรณn paralela, incluso previa, para la sentimentalizaciรณn de la democracia representativa y el conjunto de fenรณmenos asociados a ella. En ese sentido, la respuesta a la crisis estarรญa modelada por las emociones y los sesgos cognitivos, muchos de los cuales explicarรญan tambiรฉn, de hecho, algunas de sus causas: el endeudamiento irracional, la obsesiรณn cultural por la propiedad en detrimento del alquiler, la minusvaloraciรณn colectiva de la burbuja financiera. De manera condigna, los remedios preferidos ante la crisis reproducen estas desviaciones. Se prefieren las narrativas calientes, las simplificaciones explicativas, la causalidad antes que la correlaciรณn.
Podemos concluir entonces que el liberalismo se encuentra en desventaja con otras ideologรญas polรญticas que, con menos escrรบpulos, explotan las emociones polรญticas de los ciudadanos. De ahรญ que Nussbaum apele a una especie de liberalismo emocional, capaz de superar su frigidez original y de ofrecerse a los ciudadanos como una forma pasional de hacer polรญtica, como remedio ante sus enemigos. Pasarรญamos asรญ del kantiano atrรฉvete a saber a un posmoderno atrรฉvete a sentir.
Sucede que tal vez haya aquรญ un malentendido. Es posible que, al no comprender bien la funciรณn del sujeto ideal del liberalismo, estemos siendo injustos con este. ¿Acaso desconocรญan los filรณsofos ilustrados las pasiones humanas y la formidable influencia de la comunidad sobre el individuo? No parece probable. Por eso, no hay que contemplar el sujeto autรณnomo y racional como una realidad sociolรณgica, sino como un ideal regulativo con fines civilizatorios. Dicho de otra manera, es el sujeto que debemos esforzarnos en ser, aun a sabiendas de que no lo lograremos. El sujeto autรณnomo es un como si: se nos llama a actuar como si fuรฉramos autรณnomos y racionales, porque propenderemos asรญ a la autonomรญa y la racionalidad en lugar de a sus contrarios.
No olvidemos que el origen histรณrico del liberalismo es la crรญtica del absolutismo clรกsico. Se trataba, entonces, de socavar el poder de los reyes y de crear espacios para el libre desenvolvimiento de los individuos. Para fomentar la autonomรญa de estos frente a la autoridad estatal, se crean mecanismos de control del poder y se fomenta un libre intercambio econรณmico llamado a proporcionar independencia material a los individuos, que de ese modo podรญan pasar de sรบbditos a ciudadanos. Tal como subrayaba Montesquieu, por ejemplo, el comercio poseรญa virtudes civilizatorias, porque neutralizaba las diferencias religiosas o morales al hacer primar el deseo de cada parte de obtener el mejor trato posible: los intereses, en fin, como preludio de los afectos. Por eso la preocupaciรณn liberal por la democracia llega despuรฉs, como la consecuencia natural de la limitaciรณn del absolutismo, pero no estaba ahรญ desde el principio.
En este contexto, el pesimismo hobbesiano que ve a los seres humanos como seres peligrosos solo contenidos por la constricciรณn estatal va dejando paso a un programa de domesticaciรณn a travรฉs del derecho, la cultura y la propiedad privada. Eso es la ilustraciรณn, eso era ya el humanismo. Esto significa que, cuando los pensadores que conceptualizan al sujeto liberal miran en derredor, no lo encuentran: la alfabetizaciรณn obligatoria queda todavรญa muy lejos. Y es precisamente para producirlo que decretan su existencia, como una prescripciรณn que obedecer, una direcciรณn en la que avanzar.
Sostener entonces que el liberalismo no presta suficiente atenciรณn a las emociones o la comunidad es errar el tiro. Alan Ryan lo ha seรฑalado en relaciรณn a la segunda: a los liberales les impresiona tanto el modo en que la sociedad da forma e influye sobre las vidas de sus miembros, que tratan de asegurarse de que no las distorsiona y aplasta. Y lo mismo puede decirse de las emociones. Dado que no es posible evitar que jueguen un papel de peso en los procesos polรญticos democrรกticos, ya sea incidiendo sobre la formaciรณn de las preferencias individuales o contaminando la atmรณsfera colectiva, tratemos de encauzar su influencia estableciendo unas reglas del juego asentadas sobre principios racionales: argumentaciรณn, hechos, diรกlogo. Naturalmente, somos demasiado humanos para estar a la altura de este ideal, pero serรญamos mucho menos que humanos si dejรกramos de mirarnos en รฉl. ~
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).