En la mera, concreta y polimorfa naturaleza, el alacrán (o escorpión) es, según el Pequeño Larousse Ilustrado, “un arácnido cuya cola formada por seis segmentos termina en un aguijón venenoso”. En las mitologías, no tan concretas pero quizá sí más polimorfas que la biología, el alacrán puede ser todo lo cuanto la humanidad necesite creer o soñar. Y, vayan algunos ejemplos elegidos al azar.
I) El alacrán puede ser una metáfora del órgano sexual femenino. Ramón López Velarde en uno de sus poemas dice que en las tardes de Jerez, Zacatecas, las señoritas salen a los balcones a que “a que beban la brisa los sexos, cual sañudos escorpiones”. Este brutal y espléndido símil, más turbador que suavemente patriótico, amplía el concepto de la antigua ¿ciencia? llamada Astrología Judiciaria, según la cual (y según Collin de Plancy en suDiccionario infernal) la constelación del Escorpión sugiere las partes sexuales de la mujer, sí, pero también las del hombre y el andrógino. Ya se sabe: para el psicoanálisis, todo significa sexo, aunque ha de tomarse en cuenta la relatividad de toda interpretación científica del asunto, pues, como confesó algún filósofo, o Henry Miller o Groucho Marx (que era filósofo disfrazado de cómico): “Cuando pienso, sólo en eso pienso”.
II) El alacrán no parece haber sido animal muy inspirador del arte y la poesía, pero (que yo sepa) hay por lo menos dos casos. a) En la película La Edad de Oro, la obra maestra del cine surrealista, debida a Luis Buñuel, se muestran vistas documentales de alacranes en coito y en riña, o, de acuerdo a la leyenda, suicidándose en una soleada zona desértica. Y b) recuerdo un soneto dedicado por un poeta (para mí anónimo) al tenaz y tenazudo arácnido:
Va el alacrán cual gladiador severo,
abiertas sus tenazas, ¡triquitraque!,
pretendiendo a Goliat poner en jaque,
llevando enhiesto su lanzón ligero.Su cuerpo, seccionado por entero,
avanza disponiéndose al ataque,
confiado en la textura de su empaque,
como blindaje rígido de acero.
Se acerca con sigilo y sin empacho
a los pies reposados del hombracho,
quien no ve al ponzoñoso que se encasta.
Entonces el gigante susodicho,
giró un pie, maquinal, sobre aquel bicho,
¡y sin querer de un pisotón lo aplasta!”
III) Nacido millones de años antes del hombre (y seguramente decidido a prevalecer sobre éste), el alacrán es un primer y sabio gastrónomo. A aunque prefiera devorar a la víctima aún viva, nunca la come en estado sólido, por lo cual —a la manera de un cruel crítico de libros inclinado con su afilada pluma sobre la obra de un autor primerizo—corta a su presa en trocitos y les inyecta sus líquidos digestivos hasta hacer aquéllos fácilmente digeribles.
IV) El alacrán prefiere cazar cuando comienza el crepúsculo, pero también puede hacerlo a plena luz diurna, según propone el folclor caribeño que lo transfigura en cosechador o depredador: “Oye, compadre, no te asustes cuando veas / al alacrán tumbando caña”.
V) Como su nombre lo indicaría, el alacrán, voz derivada del árabe al-aqrab, que significa precisamente alacrán, es ferozmente alacre, voz latina derivada del latín alacer, que significa alegre, ligero, vivaz. En su baile ritual de amor o de muerte el alacrán enarbola el aguijón hacia la alacrana a la manera de un anzuelo, y la cola adopta así la forma de un signo de interrogación, como si preguntara: “¿Copulas conmigo, o te mato?” Y tal vez a ese venenoso/amoroso aguijón se debe que los mexicanos, según dijo el poeta Carlos Isla, sufran tal represión sexual que acostumbran vestir a las pulgas, y en cambio dejar desnudos a los alacranes. Pero el novelista José Revueltas, hombre de Durango (tierra alacránida por excelencia) decía tener en las entrañas un “compañerito alacrán” al que sólo lograba aplacar mediante el ron o el tequila.
VI) El mito del alacrán se coronaría con una fábula (por algunos atribuida a Esopo y por otros a un ignoto cuentista oriental) que emblematiza la conciencia de identidad del bicho… o su cinismo:
Un alacrán pidió a una rana que lo ayudase a cruzar un río y le prometió que, en agradecimiento, no le clavaría el aguijón. La rana accedió y se dejó montar por el alacrán. A la mitad del trayecto el arácnido clavó el aguijón a su montura.
—¿Qué has hecho? —dijo la rana—; ahora moriremos los dos.
—Lo siento, pero no puedo contrariar a mi naturaleza —dijo el alacrán.
*Publicado en Milenio Diario el 1º de julio de 2012
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.