Covid 19. Todo comenzó como un mito. La gente se hacía “la bise”, el saludo francés que remplaza al abrazo en México, mientras reíamos del virus como si el gobierno estuviera inventando lo que se volvería después una verdadera pandemia. Pasaron los días y las semanas hasta que la primera persona infectada apareció en Francia. Mis amigos y yo lo tomamos relativamente a la ligera; teniendo veintidós años, nunca pudimos imaginar que llegaría el momento de estar en aislamiento.
El número de infectados se duplicaba cada día, pero nadie quería abandonar su libertad de tomar café en una terraza o pasearse por los maravillosos muelles de Lyon y salir de fiesta.
Llegó entonces el momento en que anunciaron la fase 3. Escuchamos al ministro del interior de la República francesa mientras, en el departamento, los amigos nos tomábamos algunas cervezas. Se veía en las expresiones del ministro que la preocupación y el miedo se volvían más grandes. Segundos después del llamado de las autoridades francesas, nuestros teléfonos empezaron a sonar. No fueron pocos quienes se fueron con sus familias, otros decidieron juntarse con el resto de los amigos para que el aislamiento resultará más ameno. Algunos se quedaron sin otra opción que seguir trabajando o aislados en la comodidad de su propiedad en el campo.
Al principio, la gente no se tomaba muy en serio esto de quedarse encerrado en su casa. Se ignoraba que el virus fuese tan difícil de controlar. Salíamos a la calle con regularidad, para pasear al perro o a correr. ¿Por qué la amistad se volvió más importante que la salud y el bienestar del resto de las personas?
(Santiago de Chile, 1997) vive y trabaja en Lyon.