El pasado domingo 10, Ricardo Anaya dio el discurso más importante de su carrera política: el lanzamiento de su candidatura presidencial. Analicemos las características de este mensaje y si tiene poder de persuasión.
Formato tipo TED Talk
Para transmitir modernidad, Anaya eligió un formato TED Talk, en el cual se plantó frente a una enorme pantalla digital donde proyectaba diapositivas con cifras, mapas y fotos. Este es un formato que funciona bien para clases y pláticas TED. Pero en un acto de campaña, que exige discursos breves, con repeticiones, ritmo, anécdotas, soundbites y emociones, resulta terriblemente frío y tedioso.
Diagnóstico
El diagnóstico de Anaya comenzó con claridad retórica: el gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido un “absoluto desastre nacional” en términos de corrupción, desigualdad e inseguridad. Pero luego nos dice que en realidad el gobierno de Peña Nieto no es causa, sino efecto de un mal mayor: que no hemos cambiado de régimen político. Pasó de lo concreto a lo abstracto, lo que le resta poder al discurso.
Destrucción de la marca PAN y de sus expresidentes
Lo más llamativo del discurso fue la decisión de Anaya de deslindarse por completo del partido que lo creó y del que fue líder, y criticar como un outsider a Vicente Fox y a Felipe Calderón, acusando que “cambiaron algunas cosas en la superficie del iceberg, sí. Sintámonos orgullosos de esos avances. Pero también asumamos con responsabilidad y con seriedad que las estructuras profundas del sistema priísta quedaron prácticamente intactas”. Este es un mensaje que genera disonancia cognitiva en la audiencia: ¿por qué el orador me pide sentirme orgullo de algo que dice que resultó superficial, ineficaz e inútil? Pero hay más:
“Y la historia se repitió en 2006. La alianza con la corrupta líder sindical Elba Esther Gordillo trajo graves consecuencias para nuestro país. Hubo grandes avances en la administración de Felipe Calderón. Es el sexenio con mayor inversión en infraestructura en la historia de nuestro país, pero seamos sinceros y seamos autocríticos: otra vez no cambiamos las estructuras clientelares y corporativas del PRI, quedó intacto el pacto de impunidad. […] Y también hay que decirlo: de buena fe, con rectitud de intención, pero sin una estrategia clara y eficaz se disparó la violencia hasta alcanzar niveles francamente insospechados. Y detrás de esa violencia hay enorme sufrimiento. Hay tragedias humanas. Hubo avances, sí. Pero no cambiamos el régimen.”
De un plumazo, como si fuera el candidato de MORENA o del PRI, un activista de una ONG crítica o un analista político, Anaya destruyó la narrativa de los dos gobiernos del PAN. Audaz e iconoclasta, dirán algunos. Traidor, inescrupuloso e irresponsable, dirán otros. Pero siendo Anaya el hombre hiperpragmático que es, lo que le preocupa es la omnipotencia del resultado. ¿Es este un discurso eficaz? ¿Persuade? La respuesta es no, por cuatro factores:
Primero: Lo emocional. No puedes echar así un balde de agua fría a tus seguidores y decirles que el partido en el que han militado por años –y del que tú fuiste diputado y dirigente y ahora candidato– es corrupto, ineficaz, mediocre y tan culpable del desastre de país como el PRI. El resultado no es emoción o esperanza: es frustración y confusión.
Segundo: La falta de estructura discursiva. En vez de pasar del diagnóstico a la solución (el cambio de régimen), el orador se desvió durante 15 largos minutos para atacar a Andrés Manuel López Obrador y luego otros 10 para justificar la creación de su coalición electoral, trazando paralelismos entre su Frente y las coaliciones de gobierno en Chile y Alemania ¿conectarán esos argumentos con la audiencia? ¿emocionarán a alguien?
Tercero: Falta de consistencia lógica. El discurso plantea una solución que no tiene que ver con el diagnóstico. Si el problema fue que el PAN no cambió el régimen político de fondo, la solución es…. el Ingreso Básico Universal. Como si fuera una clase de introducción a la economía, Anaya dedica muchos minutos a defender esta propuesta con argumentos racionales (cifras de pobreza) y apelaciones a la autoridad: tres premios Nobel, Mark Zuckerberg, Héctor Aguilar Camín y otros personajes inteligentes y famosos no pueden estar equivocados.
Cuarto: La grave desconexión de las ideas. De pronto, Anaya entró en modo conferencista TED y se puso a hablar de la disrupción tecnológica, la desaparición de Kodak, la Quinta Avenida en Nueva York en 1900 y los autos sin conductor. ¿Qué tiene que ver todo esto con la corrupción del PRI, el fracaso del PAN, las coaliciones en Chile y Alemania y las locuras de AMLO? ¿Cuál es el hilo conductor de esta ensalada de temas? ¿Qué no era esto un mitin de destape político? ¿Me equivoqué de canal y le cambié a WOBI?
Yo no había entendido nada hasta que detrás de Anaya se proyectó una gran imagen de Albert Einstein. Entonces caí en cuenta del propósito de tanta gráfica, tanto nombre de economistas, tanta cifra memorizada, tanta referencia a términos técnicos complejos: Ricardo Anaya no está hablando de nosotros; de lo que nos interesa, nos duele o nos preocupa a los ciudadanos. Ricardo Anaya está hablando de sí mismo. De su inteligencia. De su capacidad. De su disciplina para memorizar cada palabra y cada dato de sus discursos en español, inglés y francés. Anaya no quiere ser Presidente de México, quiere ser el Albert Einstein de México. Y ahí recordé lo dicho por mi colega Yago de Marta: seas quien seas, tu público es más importante que tú. Si no estás abierto a tu público y no lo escuchas, terminarás hablando solo.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.