Foto: Presidencia de la República

Sheinbaum ante Uruapan: negar, minimizar y eludir

Comunicar desde el gobierno en una crisis obliga a decir la verdad, dar explicaciones, asumir costos y hacer cambios. Propagar un relato faccioso, en cambio, es negar el dolor de la sociedad.
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Ante el brutal asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, la presidenta Claudia Sheinbaum siguió el manual de manejo de crisis heredado de su predecesor: negar, minimizar y eludir. Sheinbaum negó la naturaleza de la crisis al recurrir al deshonesto y desgastado recurso de “esto es culpa de Calderón y de la guerra contra el narco”. La minimizó con su jerga burocrática de “se está investigando”, “cero impunidad” y “atención a las causas” –por cierto, esta última frase es la prima educada de “abrazos, no balazos”–. Y eludió su responsabilidad, al trasladar el foco del hecho a la supuesta maldad de quienes le exigen resultados a ella y al gobierno. Como con AMLO, “el movimiento” es siempre la única víctima que importa. Como con AMLO, los criminales no son los “buitres” dignos del desprecio presidencial, pero sí la prensa, los críticos y los opositores. Como con AMLO, más vale dejar que el gobierno pierda toneladas de humanidad antes que perder un gramo de popularidad.

La presidenta, siempre discípula ejemplar, emula al maestro. Niega, minimiza y elude como aquel. Pero lo hace con un toque adicional de frialdad que deshumaniza. No hay cercanía en la voz, ni palabras sinceras de consuelo para la viuda y los huérfanos. No hay pausa para reconocer alguna virtud del caído, ni siquiera porque en algún momento Manzo fue compañero de su “movimiento” –mejor el secretario de la Defensa tuvo el gesto de llamarle “valiente”–. Tampoco hay muestra de que se reconozca el grave quiebre institucional que implica que el Estado dejó morir a un alcalde más; a uno de una ciudad de la que no se habla mucho en México, pero que es equivalente en tamaño y población a Anaheim o Cleveland.

Negar, minimizar, eludir. Esta triada es moralmente indignante y éticamente inaceptable porque deforma por completo el propósito del lenguaje público ante un hecho que lastima a la sociedad entera. Comunicar desde el gobierno en una crisis obliga a decir la verdad completa, dar explicaciones, asumir costos, hacer cambios y orientar decisiones que protejan la integridad de las personas y la continuidad de las instituciones. Comunicar desde el gobierno en una crisis obliga también a guardar los cuchillos de la riña partidista, al menos mientras dura el velorio del caído. Propagar un relato faccioso y seguir hablando de “la 4T contra los conservadores”, en cambio, es negar el dolor de la sociedad y su comprensible indignación por lo ocurrido para reafirmar una tesis política mezquina: “Sí, mataron a Manzo, ¡pero al menos ya no hay guerra contra el narco!”.

Cuando la presidenta convierte la injusta muerte de un alcalde en un capítulo más de la narrativa populista, lo que está diciendo en realidad es: “¿saben qué? no me importa”. La propaganda del populismo no es solo exagerar logros o mentir con “otros datos”. Es principalmente administrar emociones para que la gente le deje de exigir cuentas a unos y canalice su resentimiento contra otros. Una sociedad que acepta esta conducta de sus líderes refleja que se ha quedado sin brújula moral y sin instrumentos de gobierno: no hay verdad común, no hay prioridades compartidas, no hay correcciones posibles, no hay futuros mejores. La tragedia, en vez de unir, separa, al exigirnos ponernos del lado de falacias que intoxican el aire: “¿Qué proponen?” “¿Quieren que regrese García Luna?” “¿Quieren intervención (de Estados Unidos)?” “Estamos atendiendo las causas”.

Al negar, minimizar y eludir, no se brinda justicia efectiva para las víctimas, porque nadie habla de responsabilidades y soluciones. Tampoco se permite un debate serio sobre la estrategia de seguridad, porque el reflejo retórico es atacar desde el poder al que duda y al que disiente. Y no hay posibilidad alguna de sanación porque no se reconoce el dolor de la sociedad. Al negar, minimizar y eludir, la presidenta no solo lastima y ofende la memoria de Manzo: nos lastima y ofende a todos.

He dedicado mucho tiempo a tratar de explicar cómo funciona la propaganda populista. Hoy me importa algo más inquietante: por qué la sociedad mexicana sigue dispuesta a aceptar y a aplaudir el mismo truco desgastado, aunque ya se le vean los hilos y los resortes por todos lados. Permitir que el poder niegue, minimice y eluda la realidad es una decisión personal, de la que cada quien se tendrá que hacer cargo en algún momento. Pienso especialmente en aquellos que, teniendo las herramientas intelectuales y profesionales para darse cuenta de lo que pasa, deciden mirar para otro lado o, de plano, rendir su dignidad ante la demagogia.

La tragedia de Carlos Manzo va a volver a pasar, en otro lado y con otros nombres. México es un polvorín de violencias que estallan en el momento y el lugar menos pensado. Hoy fue Uruapan. Mañana será Culiacán. Pasado mañana Cancún, o Guadalajara, o Hermosillo, o Acapulco, o la misma Ciudad de México, quién sabe. De lo que sí hay certeza es de lo que hará la presidenta: negar, minimizar y eludir. Lo que falta por ver es lo que haremos y diremos nosotros, los que todavía nos decimos ciudadanos. ~


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