El día de ayer, 52.2% de los ciudadanos empadronados salió a votar. La cifra de participación es alta para una elección intermedia: en 2015, fue de 47.7%, y en 2009, de 44.6%.
A pesar de la constante descalificación que el presidente y su partido hicieron de los partidos de oposición, de los medios críticos y del árbitro electoral; a pesar de la extendida violencia, la ciudadanía acudió a las urnas para responder una pregunta que habría podido plantearse así: ¿Deben el presidente de la república y su partido seguir adelante con lo que llaman su proyecto transformador, sin una oposición con la fuerza suficiente para servir como contrapeso?
“Hay que entender que hay una realidad nueva ya y eso es lo que se expresó el día de ayer”, dijo hoy el presidente López Obrador en su conferencia matutina, en la que se dijo feliz con los resultados de la elección.
El optimismo del presidente no es del todo infundado. Las cifras del Programa de Resultados Preliminares (PREP) del INE indican que Morena ganó 11 de las 15 gubernaturas que estaban en juego, señal de que el partido que López Obrador fundó hace casi diez años ha logrado ocupar en los escenarios estatales una preeminencia similar a la que ya tiene a nivel federal.
Pero su optimismo no encontrará el mismo sustento en la Ciudad de México, que López Obrador gobernó a principios de siglo, que ha sido bastión de la izquierda durante más de dos décadas, y que hoy gobierna una de las más sonadas aspirantes a suceder al presidente en 2024. Aquí, la alianza PRI-PAN-PRD gobernará 8 alcaldías, el PAN, 1, y la alianza Morena-PT, 7. Este retroceso, que el presidente ha achacado a una “guerra sucia”, muestra que los desatinos de Morena en la capital, desde el desaire a las demandas feministas hasta el atroz saldo de la pandemia, pasando por el accidente de la línea 12 del Metro, han pasado factura en una parte del electorado.
Los resultados del PREP también arrojan una realidad nueva en la Cámara de Diputados. Morena pasaría de tener 256 curules a tener 197. Al sumar las 44 curules del PVEM y las 38 del PT, Morena alcanza 279 curules y retiene la mayoría absoluta que necesita para aprobar el presupuesto, aspecto crucial que el presidente no ha dejado de celebrar. Pero ha quedado lejos de la mayoría calificada de 334 que necesitaría para llevar a cabo algunas de las reformas constitucionales con las que ha amagado en distintos momentos de su gobierno. Este “no” ciudadano constituye un freno a esa agenda de contrarreformas que se ha autodenominado transformadora.
La contrapartida del freno a Morena es el relativo éxito de la alianza Va por México, que en conjunto ha obtenido 197 curules. Una parte significativa de la ciudadanía votó por darle mayor poder a los partidos históricos, restándoselo al presidente y su partido.
Poca duda cabe de que este resultado debe leerse más como una muestra de pragmatismo que de afinidad política con los programas vagos y reactivos que presentó la Alianza. Pero la oposición, que en la primera mitad del sexenio se ha mostrado muda e impotente ante la destrucción institucional emprendida por Morena y sus aliados, tiene una nueva oportunidad de cobrar relevancia en la discusión legislativa; de hacer que la Cámara de Diputados ejerza su poder de contrapeso. Para ello, la oposición deberá tomar un papel activo en exigir la rendición de cuentas del Ejecutivo en torno a diversos asuntos urgentes, entre ellos, el manejo de la pandemia, los planes para enfrentar el rezago educativo que los largos meses de cierre de escuelas han dejado, o el manejo discrecional de los recursos públicos para financiar programas sociales y grandes proyectos de infraestructura, como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto Felipe Ángeles, cuya utilidad y viabilidad están en entredicho. La oposición también deberá defender de manera clara y abierta a instituciones tan centrales como el INE o el INAI, que se encuentran bajo constante amenaza de reforma o extinción.
Morena puede optar por seguir gobernando como hasta ahora, ejerciendo su mayoría –ahora simple– sin miramientos, ajustando sus metas a su nueva realidad aritmética. Pero también podrá buscar hacer algo que poco ha hecho: negociar, alcanzar consensos, aceptar que, por mucho que sea la fuerza mayoritaria, no puede pretender marcar el rumbo del país sin mirar a quienes no concuerdan con esas metas. La ciudadanía ha rechazado el ejercicio del poder absoluto.
La oposición, por su parte, no puede conformarse con haber sido la depositaria del voto de castigo: de cara a 2024, debe también plantear alternativas al proyecto lopezobradorista.
La nueva realidad a la que despierta México, pues, no es tan beneficiosa para el grupo político en el poder como el presidente quiere transmitir. Tampoco le da a la oposición un espaldarazo contundente, pero le da oportunidad de reinventarse en el ejercicio de la democracia, lo cual no es cosa menor.
Finalmente, que esto se haya logrado en una jornada concurrida, mayormente pacífica, bien organizada, es motivo de celebración. El INE, que en meses recientes fue atacado y amenazado por el presidente, su partido y sus candidatos, realizó su función de manera ejemplar, reafirmando que es una institución fundamental para la democracia mexicana.