“La luz y no la oscuridad”: el despliegue retórico de la convención demócrata

Con oradores alejados del público y detrás de las cámaras, el evento partidista fue una oportunidad interesante para comparar la capacidad retórica de los personajes y la calidad de las plumas de los redactores de discursos demócratas.
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Las convenciones nacionales de los dos grandes partidos estadounidenses suelen ser fastuosos espectáculos en los que se presentan los líderes más notables para brindar discursos de apoyo a los candidatos a presidente y vicepresidente ante multitudes de seguidores. Este año, la pandemia impidió que esa tradición se cumpliera.

El partido Demócrata optó entonces por una serie de cuatro largos programas de televisión, en los que el hilo conductor fueron las primeras tres palabras de la Constitución de ese país: “Nosotros, el pueblo”. Y el pueblo estuvo bien representado por multitud de voces y rostros producto de la diversidad racial, social, cultural, religiosa y sexual de Estados Unidos. Ciudadanos de todo el país, artistas y políticos demócratas de los cincuenta estados dieron breves mensajes de apoyo a la candidatura de Joe Biden y Kamala Harris.

Para los líderes más destacados del partido, el reto de pronunciar discursos en estos programas no fue menor. No es lo mismo dirigirse a una multitud entregada, que sin dudarlo abucheará al rival, reirá con las bromas, aplaudirá cada propuesta y estallará en júbilo al final, que tener que hablar ante una cámara en un auditorio vacío, en una escuela sin gente o desde la sala de casa. Lo que este formato niega en energía y cercanía se tiene que ganar en contenido, y por eso se trató de una oportunidad interesante para comparar no solo la capacidad retórica de los personajes, sino también la calidad de las plumas de los redactores de discursos del equipo demócrata.

La primera en despertar reacciones con su discurso fue Michelle Obama. La prensa se centró en las críticas de la ex primera dama a Donald Trump. Pero pienso que sus palabras también transmitieron tristeza, dolor y cierta decepción con sus compatriotas por haber permitido la llegada del populismo a la Casa Blanca. Michelle Obama dijo que: “hace cuatro años, demasiada gente eligió creer que sus votos no importaban. Tal vez estaban hartos. Tal vez pensaron que el resultado no sería reñido. Tal vez los obstáculos parecían muy altos. Pero al final, cualquiera que haya sido la razón, esas decisiones mandaron a la Oficina Oval a alguien que perdió el voto popular. Y todos hemos estado sufriendo las consecuencias”. Y les advirtió que: “si creen que las cosas no pueden empeorar, empeorarán si no elegimos el cambio en esta elección”. El llamado a la acción fue claro: “pónganse sus zapatos cómodos, pónganse sus cubrebocas, llévense su cena, y tal vez su desayuno, porque tenenos que estar dispuestos a estar toda la noche formados para votar si es necesario”. De todos los pasajes del discurso, me quedo con el que dice: “responder con altura no es sonreír y decir cosas bonitas cuando se enfrenta a la maldad y la crueldad. Responder con altura significa tomar el camino difícil. Significa plantarse con valor contra el odio. Significa romper los grilletes de las mentiras y la desconfianza con lo único que nos puede hacer libres: la fría y dura verdad.”

Jill Biden, esposa del candidato, dio el discurso más emotivo de todos los pronunciados en la convención, en el que recordó que la vida de su pareja ha estado marcada por la trágica muerte de su primera esposa y de dos de sus hijos. Estos tristes hechos fueron mencionados en varios momentos a lo largo de la convención, pero solo el discurso de la doctora Biden estuvo redactado con la mezcla exacta de sensibilidad y autenticidad, sin caer en la explotación banal del drama personal. Ella hizo un paralelismo entre la familia de Biden, lastimada por la desgracia, y Estados Unidos, un país herido por la pandemia, la crisis económica y la polarización política, racial y social. Esto le sirvió para decirle a la audiencia que:

“[…] Si le confiamos esta nación a Joe, él hará por tu familia lo que hizo por la nuestra: unirnos y sanarnos. Sacarnos adelante en nuestra hora de mayor necesidad. Mantener la promesa de un Estados Unidos que sea para todos. ¿Cómo unes a una familia rota? De la misma manera que unes a una nación. Con amor y comprensión, y con pequeños actos de compasión. Con valentía. Con fe inquebrantable”.

En línea con la narrativa de la campaña, Jill Biden realizó con sus palabras el retrato íntimo más emotivo del candidato.

Más adelante, vimos a Kamala Harris, quien exudó autoridad y poder. A los estadounidenses les gusta mucho subrayar los hitos y, en este caso, Harris se encargó de recordar en su discurso el simbolismo de su candidatura como la primera mujer de color, hija de inmigrantes de origen caribeño y asiático, en ser nominada a la vicepresidencia. Sin llegar todavía al nivel que me gustaría verle, la candidata dio un discurso con más fuerza retórica que en el anterior evento. Conectó mejor con los sentimientos de la audiencia cuando señaló que Estados Unidos “es una nación que está de luto, de luto por la pérdida de vidas, la pérdida de empleos, la pérdida de oportunidades, la pérdida de la normalidad y, sí, la pérdida de la certeza”. Sigo pensando que a Harris le hace falta más fuerza retórica cuando se lanza contra el actual presidente. Solo destaco, en este caso, su afirmación de que: “el caos constante nos deja a la deriva, la incompetencia nos hace sentir miedo, la crueldad nos hace sentir solos”. Más elocuente fue el contraste que hizo entre Trump y Biden: “Tenemos hoy a un presidente que convierte nuestras tragedias en armas políticas. Joe será un presidente que transformará nuestros retos en propósito: Joe nos unirá”.

Barack Obama, lo he dicho una y otra vez, es el mejor orador político de nuestros tiempos. Pero su discurso, en esta ocasión, estuvo lejos de las elevadas notas de esperanza del “Yes, we can!” de su campaña de 2008. Ahora vimos a un Obama serio, algunos dirían sombrío, que tómó el papel que le correspondería a Kamala Harris: el de un fiscal implacable haciendo trizas al acusado Donald Trump ante el juez y el jurado. El expresidente hizo sentir el peso de cada palabra, cuando aseguró:

“[…] Esperé, por el bien del país, que Donald Trump mostraría algún interés en tomarse el trabajo en serio; que sentiría el peso del cargo y descubriría cierto respeto por la democracia que fue puesta a su cuidado. Pero nunca lo hizo. En casi cuatro años no ha mostrado interés en ponerse a trabajar; ningún interés en encontrar un terreno común; ningún interés en usar el increíble poder de su cargo para ayudar a cualquier persona que no sean él mismo o sus amigos; ningún interés en tratar la presidencia como cualquier otra cosa que no sea un reality show que puede usar para recibir la atención que anhela. Donald Trump no se ha adaptado al trabajo porque no puede. Y las consecuencias de ese fracaso son severas. 170 mil estadounidenses muertos. Millones de empleos desaparecidos, mientras que los que están arriba se llevan más que nunca. Nuestros peores impulsos desencadenados, nuestra orgullosa reputación en el mundo mermada gravemente y nuestras instituciones democráticas más amenazadas que nunca.”

Como bien se mencionó en espacios de análisis, nunca se había escuchado un discurso más severo de un expresidente contra su sucesor.

Finalmente, Joe Biden dio la sorpresa de la convención con un discurso mucho más sólido del que todo mundo tenía previsto. Y es que el candidato se ha construido la fama de tener una preocupante tendencia a la improvisación discursiva, que suele ser el camino que conduce al desastre. Un artículo del New York Times relata que “cuando Biden se convirtió en el vicepresidente de Obama, en ocasiones su imprudencia decepcionó a los asesores de la Casa Blanca y cimentaba su reputación como una especie de ‘tío cuentacuentos’, propenso a la exageración o a las palabrotas frente a un micrófono. Con frecuencia se salía del guion, daba rodeos y traspiés verbales y a veces hizo relatos imprecisos que tuvo que rectificar.”

La fortaleza de Biden no está en el podio, sino en su empatía, lo que le permite conectar muy bien “en corto”, en el uno a uno de las conversaciones personales, sean con votantes potenciales o con otros políticos. Y esa empatía es precisamente lo que su discurso plantea como la diferencia clave entre su proyecto político y el de Donald Trump. La narrativa del demócrata es simple: el populismo trumpista es “la oscuridad que ha envuelto a Estados Unidos demasiado tiempo: demasiado miedo, demasiada ira, demasiada división” y Biden y los demócratas representan lo contrario: la luz y la posibilidad de reunificar a una sociedad dividida por el odio. “Si me confían la presidencia, sacaré lo mejor de nosotros, no lo peor. Seré un aliado de la luz, no de la oscuridad.” El candidato aseguró que representa “la esperanza sobre el miedo, los hechos sobre la ficción y la justicia sobre el privilegio”. Al describir el liderazgo de Trump, Biden no escatimó críticas. Pero fue descriptivo, como Harris, y no llegó al fondo de las fallas del carácter del personaje, como lo hizo Obama. Biden dijo que Trump “no asume su responsabilidad, se rehusa a ser líder, culpa a otros, se siente cómodo con dictadores y aviva las llamas de la división y el odio”. Y abundó: “se despierta cada mañana creyendo que el trabajo de ser presidente se trata solo de él mismo, nunca de ti”, acusa Biden, hablando de Trump, aunque la descripción se ajusta a otros mandatarios del mismo corte.

Si de un pie cojeó el discurso de Biden, fue el del orden. Por la entonación y la elevación de las frases, parecía por momentos que el discurso estaba por concluir, pero seguía adelante. Por ejemplo, en vez de dejar las referencias a Trump solo en la primera parte, como parte del diagnóstico o presentación del problema, Biden lo volvió a mencionar en otras secciones. La parte con más fuerza no fue el cierre, como usualmente debería ocurrir, sino una sección previa. Para cuando llegó al final, varias frases sobre la luz y las sombras ya sonaban repetitivas. El candidato y su equipo de redactores deberán poner mas atención a la preparación de sus discursos formales, aunque estoy seguro de que él preferirá la improvisación en la mayoría de sus actos.

En conclusión, durante cuatro noches pudimos ver un interesante despliegue de retórica de una campaña que tiene todo para ganar, pero que no puede cometer el grave error de caer en el exceso de confianza. Trump ya tiene lista su contraofensiva: pintar a Biden como un político mediocre que en realidad nunca ha hecho nada destacado y tocar temas raciales indirectamente, apelando al miedo y al odio de su base de votantes blancos. Ha comenzado la “lucha por el alma de Estados Unidos” y las palabras serán, una vez más, las armas de elección.

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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