Moisés Naím es uno de los intelectuales más relevantes de habla hispana. Director y presentador del programa de televisión Efecto Naím, ha escrito una decena de libros sobre política y economía, centrados en buena medida en analizar las transformaciones que ha sufrido el mundo en los últimos años. A fines de este año publicó su primera novela, Dos espías en Caracas (Ediciones B), una inmersión en la Venezuela de Hugo Chávez, que abarca del fallido golpe militar de 1992 a su muerte en 2013.
¿Qué te llevó a retratar los años del chavismo desde la ficción?
Llevo más de veinte años analizando, estudiando, investigando, la Venezuela de Hugo Chávez. Después de mucho escribir sobre todo esto desde una perspectiva académica y periodística llegué a la conclusión de que lo que había pasado en mi país no se podría entender ni explicar usando solo las técnicas del periodismo, el rigor de la economía o las teorías de las ciencias políticas o la sociología. En Venezuela se dio un fenómeno humano y político insólito, único, fascinante, trágico y no bien entendido.
Sentí la necesidad de contar lo que pasó basándome en lo que yo “sabía” que estaba sucediendo, aunque no lo pudiese confirmar. Ese fue mi principal impulso para escribir una historia de ficción. La novela me permitió escribir sobre partes de la realidad que yo conocía a fondo y de otras que yo imaginaba. Es por lo tanto una historia que mezcla ficción y realidad de maneras que, a veces, ya ni yo mismo puedo diferenciar. La novela me dio esa licencia.
¿Por qué decidiste contar la historia a través de una novela de espías?
Porque los espías operan en un mundo secreto, furtivo, clandestino. Y porque son excelentes haciéndose pasar por quienes no son.
Chávez y su mentor Fidel Castro –un protagonista importante de lo que pasó en Venezuela y de esta novela– fueron talentosísimos prestidigitadores de su personalidad. Les hicieron creer a millones de personas que eran una cosa, cuando en realidad eran otra. Lograron venderle al mundo una visión falsa de lo que estaba sucediendo en Venezuela.
Los dos espías que protagonizan esta novela, Eva, una agente de la CIA, e Iván, el cubano del G2, hacen lo mismo y tienen ese mismo talento para hacerse pasar por otros.
¿Cómo creaste a tus personajes?
En algunos casos parecen basados en gente real.
Obviamente, algunos personajes son reales y conocidos. Pero otros más son producto de mi imaginación. Muchos son una composición: resultan de la combinación de varios personajes reales en uno solo.
La novela cuenta la historia de Eva e Iván, dos espías que defienden los intereses de dos potencias extranjeras, Estados Unidos y Cuba, que rivalizan por tener influencia en Venezuela. Pero también cuenta la historia del Prán, un criminal que opera desde una cárcel y de Mónica, una periodista. Traté de mostrar a todos ellos como seres humanos complejos, no unidimensionales, que viven con contradicciones y conflictos, capaces de bajezas y actos nobles.
Hay también, me parece, un componente alegórico en ellos. Como si representaran diversos sectores de la sociedad en choque continuo.
Eso es cierto. Desde un punto de vista más abstracto, cada uno de ellos simboliza las fuerzas que hoy en día moldean a América Latina. La espía estadounidense y su rival cubano representan el constante choque entre las fuerzas del estatismo, el populismo y la autocracia contra las de la democracia y el mercado. El Prán es el “dueño” de la cárcel, pero también de una de las organizaciones criminales más grandes y poderosas del país. Finalmente, Mónica, la periodista, encarna las fuerzas de la información que tanto irritan y amenazan a los poderosos.
La interacción entre ellos, y con Chávez y su régimen, ilustra las potentes, pero frecuentemente invisibles, fuerzas, los intereses y las pasiones que llevaron a uno de los países más ricos de América Latina a ser ahora uno de los más pobres.
La nómina es bastante amplia: incluye a militares, banqueros, simpatizantes.
Entre los personajes que también vale la pena mencionar están Luz Amelia, una joven muy pobre que cree a ciegas en Hugo Chávez y que, después de muchas pérdidas, maltratos y sinsabores, pasa a formar parte de los “colectivos”, que son las bandas violentas que defienden al régimen; Gunther Müller, un acaudalado y misterioso banquero suizo que administra las inmensas fortunas de funcionarios, militares y empresarios amigos del gobierno; o el coronel Ángel, compañero de Chávez desde que ambos eran adolescentes en la academia militar, quien lo acompaña siempre con gran discreción y honestidad. Actúa como una especie de conciencia del Chávez presidente.
Da la impresión de que algunos pasajes protagonizados por Chávez son producto de tu imaginación, pero si uno investiga lo suficiente descubre que fueron reales. La exhumación de Bolívar es un caso ilustrativo.
La novela está llena de sorpresas. Numerosos personajes, que existieron en la realidad, parecerán increíbles a la mayoría de los lectores, pero son gente cuya existencia y actuaciones son conocidas por muchos venezolanos. Puse a mis personajes en un mundo insólito, producto de combinar hechos verídicos con situaciones imaginarias.
La exhumación de los restos del libertador Simón Bolívar, que lideró el presidente Hugo Chávez, es un buen ejemplo de esos acontecimientos reales que resultan difíciles de creer. Es una especie de reality show macabro que ocurre en medio de la noche y se transmite a todo el país por televisión. Contiene todos los ingredientes de una delirante escena que parecería que yo imaginé. Pero no fue mi invento. Sucedió y puede verse en YouTube.
Lo que no puede verse en YouTube es lo que sucedió después de que se retiraron las cámaras de televisión, los periodistas y los invitados. El evento continuó con una ceremonia secreta y muy privada. Fue una ceremonia de santería afrocubana que oficiaron los babalaos cubanos, los sacerdotes de la religión yoruba, en presencia del presidente. El propósito era “proteger a nuestro Hugo de los malos espíritus” e impregnarlo de la grandeza del libertador, hacerlo su sucesor. No tengo cómo probarlo. Pero tengo razones para estar plenamente convencido de que sucedió tal como lo cuento en la novela.
Chávez explotó hasta donde pudo sus dotes histriónicas. ¿Qué elementos recuperaste del personaje que él mismo creó para construir al Chávez de tu novela?
El histrionismo –en especial el que puede ser amplificado por la televisión y la radio– fue un instrumento de poder que Hugo Chávez utilizó de manera brillante. Le sirvió para que un pueblo que se había sentido abandonado y traicionado por sus gobernantes lo viera, a su vez, como alguien cercano, familiar, uno de ellos. Chávez utilizó su programa de los domingos, Aló Presidente, como un extraordinario canal de propaganda, de movilización política, de proyección internacional, de manipulación del pueblo y también para atacar a sus opositores.
En la novela cuento cómo, una noche, Chávez utilizó su programa para avisarle a su entonces esposa que se preparara, ya que, al llegar a la casa, “le daría lo suyo”. Es decir, le estaba avisando ante millones de personas que iban a tener relaciones sexuales. En otra ocasión, ante las críticas que le había hecho Condoleezza Rice –secretaria de Estado de Estados Unidos–, Chávez les explicó a sus televidentes que lo que sucedía es que a la Rice “le faltaba un hombre” y comenzó a pedir voluntarios entre los miembros de su gabinete de ministros que estaban allí, a ver si había alguno que quisiera “hacerle el favor a Condoleezza”.
Describes el crecimiento político de Chávez desde dos perspectivas: cómo fue cambiando la percepción de la gente y cómo él mismo fue enamorándose de los rituales y los gestos del poder. ¿Cómo aprovechaste esas dos miradas de lo que significa el poder?
Soy un estudioso del poder, en especial del poder político. He investigado mucho al respecto y durante años he tenido el privilegio de entrevistar a un buen número de personas muy poderosas de todas partes del mundo. El poder cambia a la gente, altera la percepción que tienen de sí mismos, sus relaciones con los demás y sus valores. También cambia la manera en que perciben la realidad. Quise utilizar la novela para diseccionar la anatomía del poder, la manera en que se obtiene, se usa y se abusa de él, así como las consecuencias psicológicas en quien lo detenta.
El caso de Hugo Chávez me dio un material extraordinario. Alguien que pasa de jefe militar derrotado y encarcelado a ser uno de los políticos más famosos del planeta, me dio maravillosas oportunidades para mostrar cómo funciona el poder.
En tu novela también hay espacio para la vida amorosa del comandante. Hablas del deterioro de su matrimonio, de las relaciones que tenía con diversas mujeres. Sugieres que esas muestras de masculinidad son inseparables de su narcisismo.
Chávez personificó a la perfección al Macho, así con mayúscula. Esta masculinidad exacerbada, que muchas veces puede ser algo artificial, es común en los autócratas y más aún en quienes sufren de una dolencia que los psiquiatras llaman “trastorno narcisista de la personalidad”. Esta condición mental aparece con frecuencia en líderes políticos y artistas famosos, en grandes empresarios y científicos.
En el caso de los autócratas, la hemos visto en Mussolini, Mao, Fidel y más recientemente en Donald Trump. La hombría desaforada, el Macho que ofrece protección a los suyos y amenaza a los demás, que puede hacer lo que quiere con las mujeres, forma parte de los ardides utilizados para nutrir el poder… y el ego.
La oposición venezolana va adquiriendo presencia conforme avanza la novela. En un principio es una suerte de fantasma, pero después toma cuerpo a través de las protestas, de las firmas para el referendo, de la hija rebelde de un militar. ¿Esa transformación corresponde a la idea que tienes de la oposición durante el chavismo?
Una de las preguntas más comunes que se hacen sobre la tragedia venezolana es por qué los ciudadanos han tolerado por tanto tiempo a un gobierno que los está matando. ¿Por qué la oposición no es más eficaz?
Detrás de este tipo de preguntas está la suposición de que en Venezuela hay una democracia en la que existe un gobierno que depende del apoyo popular para mantenerse en el poder y una oposición que rivaliza en buena lid con ese gobierno a través de elecciones justas e imparciales. La realidad de Venezuela no podría estar más alejada de todo esto. El gobierno ha diezmado sistemáticamente a la oposición. Sus mejores líderes han sido asesinados, encarcelados, exiliados o inhabilitados. Las elecciones, trampeadas. El apoyo popular, que Chávez sin duda tuvo durante la primera fase de su presidencia, fue reemplazado por el apoyo militar cuando la caída de los precios del petróleo hizo imposible seguir comprando popularidad con dádivas. Se cambiaron las dádivas por las balas, la represión y las torturas.
Es fácil criticar a la oposición venezolana –especialmente desde el exterior–, pero es muy difícil ser de la oposición dentro de Venezuela.
En la novela muestro cómo, a pesar de la represión y la enorme diferencia entre los recursos y el poder del gobierno y los que tuvo la oposición, quienes se opusieron a Chávez sostuvieron un constante –y a veces heroico– esfuerzo para enfrentar al gobierno cada vez que pudieron. Esto a pesar de que casi siempre el resultado de esos esfuerzos fuese la derrota, el fracaso.
Hay una escena estupenda, en la que Chávez le dice a un grupo de estudiantes: “Simón Bolívar no murió de tuberculosis en Santa Marta, como les han contado sus maestras”, sino a manos de “oligarcas”, lo que a la postre desencadena la exhumación del prócer, que relataste con anterioridad. ¿Por qué esta obsesión de los líderes populistas por manipular la historia?
Un ingrediente fundamental de la receta populista es la demonización del pasado, de todo lo que sucedió con anterioridad. El mensaje es que gracias a la llegada del líder que representa al populus, el pueblo bueno y puro, se podrá rescatar al país de las garras de los corruptos que han gobernado hasta ese momento. El eslogan es “Somos nosotros contra ellos”. Y “ellos” son todos quienes piensan diferente al caudillo populista. En sus mítines, Chávez solía arengar a sus seguidores gritando: “¡Quien no está conmigo está contra mí!”
En la novela somos testigos de cómo se “cocinan” los otros ingredientes de la receta populista.
Así es. Vemos la constante y ponzoñosa exacerbación de las diferencias que existen en la sociedad, la magnificación de la amenaza que constituyen los enemigos externos, el desprecio por los datos y por las personas e instituciones que los producen: periodistas, investigadores, científicos y todos aquellos que manejan información factual contraria a la narrativa oficial. Naturalmente, también está el constante esfuerzo por convencer al pueblo de que su mejor futuro depende casi exclusivamente de la continuada presencia del líder populista en el poder. Y sin que tenga rivales que obstaculicen sus acciones a favor del pueblo.
Fidel Castro aparece todo el tiempo como una sombra que no se limita a guiar moralmente a Chávez sino que prácticamente toma decisiones en la política venezolana. ¿Es una licencia novelesca?, ¿hasta dónde podemos hablar de su influencia?
Una de mis mayores sorpresas es lo mucho que se tardaron los venezolanos y la comunidad internacional en descubrir que Venezuela era y es un país ocupado por una potencia extranjera, Cuba. Esta insólita ocupación, propiciada por Chávez, tiene como elemento fundamental la especialísima relación humana que desarrollaron Fidel Castro y él. En la novela, esta relación es un eje fundamental. Por supuesto que me tomé licencias novelescas para poder describir las conversaciones privadas entre estos dos personajes. Pero estas escenas de ficción son perfectamente congruentes y se desprenden de las expresiones públicas que hubo entre ellos.
A Hugo, señala uno de tus personajes, le interesan “las apariencias democráticas”. ¿Qué papel jugó la simulación en el gobierno de Chávez?
La simulación, gobernar con apariencias y no con realidades, fue un elemento importantísimo. Para Chávez gozar del respeto y el reconocimiento internacional era una prioridad y para ello era necesario que se percibiese a su gobierno como democrático y progresista. Hizo lo imposible para aparecer como tal. Pero, en la práctica, el suyo era un gobierno militar y autocrático y los pobres solo se beneficiaron mientras duró el enorme chorro de dinero que venía del petróleo y del endeudamiento del país. Al agotarse el dinero del petróleo y al desaparecer los préstamos foráneos, el progresismo y el amor por los pobres venezolanos quedó solo en el discurso. En la práctica, el hambre, las enfermedades y la violencia se volvieron la realidad cotidiana de la población. Como nunca antes. Y más que en ningún otro país latinoamericano.
Resumes el plan de Chávez en cinco movimientos: el control de la riqueza petrolera, el dominio de los medios, la intimidación social, la concentración de los organismos del Estado y la dirección absoluta de las fuerzas armadas, ¿se diría que esa es la receta del populismo latinoamericano?
No. El populismo venezolano tuvo características muy propias que no se dan en otros países que también tuvieron o aún sufren de achaques populistas. En Venezuela, el dinero del petróleo, el carisma y el virtuosismo táctico de Hugo Chávez y la enorme influencia cubana fueron factores únicos y determinantes que no se repiten con la misma intensidad o de manera simultánea en otros países.
Aunque, sin duda, partes de esta receta también son muy visibles en otras naciones. Parafraseando a Tolstói: todos los gobiernos tienen algo de populistas, pero cada uno es populista a su manera.
En una parte dices que para los viejos agentes de la CIA, formados en la Guerra Fría, acontecimientos como el golpe contra Chávez y su recuperación del poder eran difíciles de explicar, porque no entendían la manera en que estaba cambiando el ejercicio del poder. Cómo dialoga ese diagnóstico con el tema de otro de tus libros, El fin del poder.
El mensaje central de El fin del poder es que en estos tiempos el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder. Las fuentes del poder son diferentes, su uso está más constreñido y es más efímero. El libro muestra cómo esto está pasando en todo el mundo y en todas las organizaciones: del Pentágono al Vaticano, de los sindicatos a las universidades, de las grandes empresas a los partidos políticos, de los gobiernos a los organismos internacionales. La gran paradoja es que Venezuela es un caso extremo de estas tendencias. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.