Lo primero que debo hacer es agradecer que me hayan concedido el Premio Nacional. Y declaro de inmediato, de la manera mรกs llana, que estoy encantado. Imagino que todos los premiados comparten esta alegrรญa. Yo lo acepto con profunda gratitud, lo acepto con plena conciencia de lo que vale y no harรฉ ni melosos aspavientos de falsa humildad ni ridรญculos cacareos acerca de los dioses que, siempre distraรญdos en sus eternidades, al fin me han hecho justicia. No, no, les aseguro que no es asรญ.
El asunto es mรกs serio y mรกs amplio. Se trata de que el Estado y el Gobierno piensan que determinadas actividades son dignas de estรญmulo. Los premios individuales serรญan el eslabรณn final de una larga serie de apoyos. En efecto, conceder premios sin haber colaborado en la creaciรณn de condiciones propicias para cultivar esas habilidades y disciplinas, serรญa un simulacro. Sabemos que no es el caso. Es necesario reconocer โaunque algunos tuerzan la bocaโ que el Estado ha sido el mรกs importante promotor de las Artes y las Ciencias en Mรฉxico. La presencia en estos campos de las fuerzas econรณmicas privadas โindispensable en una cultura balanceada y democrรกticaโ es relativamente reciente. Recibo, pues, este premio despuรฉs de haberme beneficiado de una serie de facilidades cuyo origen estรก en la decisiรณn cultural del Estado mexicano. Lleguรฉ a Mรฉxico en edad universitaria y en la Universidad Nacional Autรณnoma de Mรฉxico me he quedado la vida entera. Ha sido el ancla y el refugio, un territorio โhoy malamente expropiadoโ que me lo dio todo: los maestros, los amigos y el trabajo. Honor a ella. Pero tambiรฉn hay otras instituciones: El Colegio de Mรฉxico โAlfonso Reyes, uno de nuestros magos, tuvo la cortesรญa de concederme una becaโ y ahora, en estos aรฑos mayores, el famoso Colegio Nacional me abriรณ la casa de Donceles. No debo, pues, quejarme, si acaso sorprenderme de que el muchacho que llegรณ a Mรฉxico a principios de 1951, sin conocer a nadie, estรฉ hoy aquรญ. Un Premio Nacional crea la ilusiรณn de que algo hicimos y tal vez sea este el regalo mayor, pues rebaja un poco la sensaciรณn de naderรญa que nunca me ha dejado.
No olvido al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, una invenciรณn que ha resultado utilรญsima para la vida literaria de Mรฉxico. Fue una apuesta audaz: una suerte de mecenazgo responsable ejercido con impecable respeto artรญstico y sin una pizca de intervencionismo en nuestras actividades. La variedad polรญtica de todos nosotros y la diversidad de nuestras conductas pรบblicas es la mejor prueba de ello. Suponer lo contrario me parece injusto con los artistas y tambiรฉn con los funcionarios culturales. Juzgar una imposibilidad el trato honesto y libre con el Estado es, en el momento actual, un fanatismo injustificable. La literatura mexicana, nadie lo negarรก, ha gozado, en esta รบltima dรฉcada, de una envidiable vitalidad y, por cierto, no es nada apรกtica en la crรญtica social o polรญtica. El proyecto de apoyo hubiese podido, es verdad, salir mal, lo cual simplemente habla de la falibilidad de los actos humanos, no de una objeciรณn de principio. Las cosas han salido notablemente bien y esto es insoportable para algunos observadores que, con fea arrogancia, nos califican casi de siervos del Poder. Mรฉxico es, para ellos, un enigma incomprensible, cuyas soluciones, si las hay, lejos de alegrarlos los indignan. La reacciรณn clรกsica del dogmรกtico cuando la realidad no lo obedece.
El escritor, sin embargo, debe estar alerta. No sรณlo ante los peligros de un autoritarismo descarnado. Pienso, mรกs bien, en otro asunto: en que un escritor, si algo importa, nos presenta una versiรณn del mundo que, por definiciรณn, es singular y รบnica, lo cual no es lo mismo, por supuesto, que un inaccesible lenguaje privado. La vida pรบblica y polรญtica, en cambio, estรก obligada โa riesgo de ser el sueรฑo de un dementeโ a moverse entre coincidencias y unanimidades. Son dos maneras distintas de comportarse con el mundo y reflejan, me parece, diferencias mรกs radicales y permanentes que las oposiciones y luchas ideolรณgicas. El destino de un escritor es caminar mรกs o menos solo y su trabajo es en su cuarto (o en un cafรฉ, si le gusta mirarse en el espejo), no en los pasillos o en las cenas bravas donde se trama la polรญtica, menos aรบn en las plazas multitudinarias. Que piense la polรญtica, que la observe, pero que no se acerque demasiado a ese juego necesario y fascinante. Horacio, creo que con toda prudencia, se negรณ a ser secretario de Augusto y asรญ, paradรณjicamente, inmortalizรณ al emperador y a su รฉpoca. Es mรกs fรกcil decirle que no a un gobierno enemigo que a uno amigo.
En estas fechas, diciembre de 1999, no me es posible hablar en pรบblico y soslayar el tema de la Universidad Nacional Autรณnoma de Mรฉxico. Hay una gran perplejidad ante la situaciรณn de la Universidad: un problema que al comienzo parecรญa relativamente menor, se ha convertido en una gran catรกstrofe. Estamos frente a una comunidad acadรฉmica dividida y, en su conjunto, peligrosamente estupefacta. Hay, en efecto, una gran confusiรณn entre polรญtica y vida acadรฉmica. Las indispensables jerarquรญas acadรฉmicas suelen confundirse con una polรญtica elitista o derechista; cualquier intento de afinaciรณn acadรฉmica se interpreta como una exclusiรณn y una injusticia social. La imaginaciรณn universitaria estรก paralizada entre la vocaciรณn social y las exigencias acadรฉmicas. No hay convicciones compartidas sobre este difรญcil dilema. Como tampoco hay convicciones compartidas en relaciรณn al gobierno interno de la UNAM. Algunos pensamos que es quizรก posible ampliar una participaciรณn graduada, pero tambiรฉn estรกn los que anhelan una comunidad de iguales, una extraรฑa cocciรณn de comunismo primitivo y temblores religiosos. Estos problemas, estoy convencido, se han enconado por el exagerado tamaรฑo de la Universidad y por la falta de homogeneidad en su poblaciรณn. Varias universidades, legรญtimas todas pero de propรณsitos distintos, conviven en una sola. No me cabe la menor duda de que la Universidad reclama una nueva y original distribuciรณn de sus partes. Mรกs aรบn: debemos volver a pensar los conceptos bรกsicos de la Universidad. La urgencia de un cambio no debe ser causa de angustia. No es tiempo de lloriqueos ni de rasgarse las vestiduras como si la Universidad fuese una diosa mancillada. Tampoco es el momento de abismarse en reflexiones melancรณlicas sobre la condiciรณn humana. Me parece, por el contrario, que es una tarea formidable y que para los universitarios es una oportunidad histรณrica extraordinaria, no una cruz que deban cargar entre suspiros y lamentos. Hay que estar a la altura.
Lo apremiante es encontrar una zona de pensamiento que nos permita razonar en comรบn sobre la Universidad. No es fรกcil, es problema muy complicado. El pensamiento, lo sabemos, estรก contaminado de historia, aunque tambiรฉn es verdad que pensar es ser consciente de esos condicionamientos: pensar es intentar que no nos devoren las pasiones polรญticas, las hipotecas ideolรณgicas o las estrategias de los bandos y partidos. Hay que buscar esa zona de luz.
Nos conviene ser optimistas, si por ello entendemos no una complacencia interior o la confianza boba en un destino benรฉfico. El optimismo es la decisiรณn de hacer algo. Optimismo es creer que podemos alterar las circunstancias. Es creer en el tiempo histรณrico, es aceptar la dimensiรณn de futuro. Hay riesgo, claro, hay incertidumbre, pero esa es la รญndole de las empresas que se proponen inventar la realidad, la artรญstica, la social, la teรณrica. Crear algo es una aventura por esencia desamparada, sin garantรญas. Cuando nos decidimos, se abre el espacio de la libertad. La libertad es la que nos permite romper con los destinos heredados. Ejercerla es entrar en el territorio del desamparo, la regiรณn de la creatividad.
Hace aรฑos, hace muchos aรฑos, en una casa de la Ciudad de Mรฉxico, Rรณmulo Gallegos me preguntรณ si conocรญa yo algรบn escritor nuevo que รฉl debiera leer. Le respondรญ, sin titubear, que sรญ: habรญa un nuevo libro, El llano en llamas y su autor era Juan Rulfo. Lo apuntรณ en una libreta y murmurรณ: “maรฑana se lo pido a Orfila”. Es un ejemplo de literatura en movimiento, de tradiciones que se encuentran, de diseminaciรณn de la palabra. De eso se trata: diseminar la palabra. Eso es la literatura, semillas para un himno. –
Discurso pronunciado el dรญa 10 de diciembre de 1999 en el Palacio Nacional con motivo del Premio Nacional de Lingรผรญstica y Literatura.
(Florencia, 1932-ciudad de Mรฉxico, 2009) fue filรณsofo y uno de los escritores e intelectuales mรกs relevantes del siglo XX mexicano.