Hay numerosas alarmas para mantenerse lejos de la contagiosa presencia de Ida Vitale. ¿A qué me refiero? Una razón para no leerla consiste en que sus versos obligan a hacer caso omiso, y hasta a huir, de la dictadura palabrera: esas selvas de información inútil, esas comunes charlas de quienes empotrados en los medios masivos de comunicación o, al menos, en algún rincón de internet, se han autoerigido en expertos de lo que ignoran. No hay que ser demasiado observador para darse cuenta del agravio moral, de la basura política, básicamente, de la tontería que día a día se desparrama por no obedecer la máxima ¡Ten cuidado con las palabras! Pero ay de quien la desatiende; después de todo, de la mano de las palabras recorremos la vida. Desde Palabra dada, de 1953, Vitale no ha dejado de cuidar, aunque también de cuidarse, de las palabras. Por ejemplo, el poema “Reunión” de su libro Oidor andante, de 1972, comienza:
Érase un bosque de palabras,
una emboscada lluvia de palabras,
una vociferante o tácita
convención de palabras
El mismo poema comprueba que quien se haya perdido en esa selva salvaje se encontrará con que
Ya nunca más, diríase,
el silencio.
Cuidado: la pérfida “emboscada lluvia de palabras” que arma la dictadura palabrera no sólo erosiona los silencios, también hiere de muerte las palabras. Como indica otro poema:
Un breve error
las vuelve ornamentales.
Pero no sólo la vociferante emboscada del opinar y opinar arrasa silencios y palabras. No sin zozobras, Vitale comprueba:
Hasta el lenguaje llegan
los indicios del miedo.
Presa del miedo o degenerada la palabra en ornamento, perdemos el habla, aunque hablemos todo el tiempo. Así, terror y páramo nos consumen. De ahí que en su último libro, Trema, de 2005, Vitale proponga como tarea
Abrir palabra por palabra el páramo,
abrirnos y mirar hacia la significante
[abertura
Multiplicar agujeros en la cueva de la dictadura palabrera y contemplar el mundo: desde Platón, ahí está el detalle. Sin embargo, la segunda razón para no leer a Vitale es más poderosa que la de no querer cuidar de las palabras: estos no son tiempos para resistir el vértigo simplificador. Al respecto, leo el poema “capítulo”
donde al fin se revela
quién fui, quién soy,
mi final paradero,
quién eres tú, quién fuiste,
tu paradero próximo,
el rumbo que llevamos,
el viento que sufrimos,
y donde se declara
el lugar del tesoro,
la fórmula irisada
que claramente
nos explica el mundo.
A esos deseos alucinantes, notorios productos de alguna dictadura palabrera –saber mi final paradero, saber quién eres finalmente tú, conocer por completo el rumbo que llevamos…– Vitale se los sacude: meras telarañas de la cueva que impiden mirar y oír. Previsiblemente, este poema escrito en mayúsculas confiesa, en minúsculas:
pero luego el capítulo
no llegó a ser escrito.
No se escribieron esas fantasías de la voluntad ya que quien intente hacerlo sucumbe sin más al vértigo simplificador. Porque no hay fórmula en singular que explique la diversidad. Explicar, como los otros modos de pensar, es tarea plural, se realiza a partir de muchos puntos de vista y, no pocas veces, las explicaciones entran en tensión. (Un ejemplo: explicar desde el punto de vista de la física elimina o deja de lado la capacidad de actuar y, ante todo, nuestra libertad.) Por eso, sólo el esclavo de una dictadura palabrera se siente capaz de dar cuenta de cualquier cosa, borrando de su alma asombro y perplejidad. Vitale no deja de puntualizar que ese mal paso aleja para siempre del camino de la sabiduría. He aquí la tercera razón para no leer a Vitale. Porque ¿existe otro camino más arduo que este? Por lo pronto, el poema “Llamada vida” del libro Nuevas arenas, de 2002, en su primer verso sugiere un abordaje:
Ponerse al margen
Enseguida también se enseña que en las diversas prácticas, desde amasar pan hasta cantar himnos, es preciso no perder la capacidad de recomenzar:
ofrecerse a lo parco del día
si morir una hora tras otra
volver a comenzar cada noche
volar de lo distinto a lo idéntico
admirar miradores y sótanos
infligirse penarse concernirse
Aludí a razones para no complicarse la vida leyendo a Vitale. Pregunta general: ¿de dónde proviene el extraño poder que algunos versos tienen en muchas mentes y en no pocos corazones? Los grandes poetas –se conoce– son los quintacolumnistas de los ángeles o, en un vocabulario incoloro, los quintacolumnistas de lo otro. La poesía de Vitale no deja de advertirnos que hay otro modo de usar las palabras, ajeno a la dictadura palabrera, otro modo de pensar fuera del vértigo simplificador y, ante todo, que es posible otro camino, lleno de obstáculos pero divergente de la cómoda supercarretera de la ignorancia. Por eso, quien lea sus versos, en medio de tanto ruido y fantasía que anonadan, acaso pueda rescatar un poco de sentido, un poco de coraje, un poco de humanidad.* ~
* Texto leído con motivo del otorgamiento a Ida Vitale del Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo el 19 de abril de 2010.