Te lo digo, Chana, para que lo entiendas, Juana. De manera oblicua, el concierto de Rosalía en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México confirma que Claudia Sheinbaum, todavía jefa de gobierno de la capital, es la corcholata principal de su partido, Morena, para la próxima elección presidencial. El recital convocó a 160 mil personas en el Zócalo y las calles aledañas. Se trató de una jugada maestra.
Lo fue también para Rosalía, cuya garra musical es innegable. De forma acelerada pasó de la tradicional flamenca a la música urbana, el nuevo pop, que ella combina de forma espléndida con lo artístico y lo experimental. Hay más aspectos explotables: declarada feminista, la española de 30 años es una de las artistas más populares e influyentes del presente; como la estrella musical romprefronteras que es –si Rocío Dúrcal fue la española más mexicana, ella podría ser la española más global–, Rosalía no teme entrar al juego oportunista del pop que consiste, como en la política –aunque esta sin atributos estéticos–, en aprovechar al máximo las circunstancias y sacar de ellas el mayor beneficio posible.
El historial del concierto cuenta. El 10 de abril, Sheinbaum anunció en sus redes sociales el concierto. Llovieron las críticas y las especulaciones en torno al costo del espectáculo, tomando en cuenta la fama de la cantante. El 12 de abril la jefa de gobierno respondió que el recital sería gratis. Apenas el 27 de abril, Ocesa hizo público que Rosalía ofrecería el concierto “sin ningún tipo de beneficio económico con la intención de retribuir el cariño al público mexicano”, y que el costo de la producción del evento correría por cuenta de la propia empresa operadora de espectáculos.
“¡¿Chica, qué dices?!”. Así comenzó el concierto de Rosalía a las 8:26 pm, con la pegajosa frase que introduce “Saoko”, la primera canción de Motomami (2022), su tercer disco, donde imperan ingeniosos juegos de palabras y ritmos. Rosalía sabe cómo provocar al público. Ya pertenece al selecto grupo de artistas que encandilan y engatusan con un gesto o movimiento. Ni bien suena el chiptune de “Bizcochito”, con su pegajoso sonido de videojuego ochentero, se planta en medio del escenario haciendo como si mascara un chicle. Incontenible la euforia ante la mueca (que desde hace meses es meme), la Rosalía lanza uno de sus juguetones dardos: “¿tú ere’ el que pimpeas o te pimpean a ti?”Traducción de la jerga coloquial: ¿tú eres el que abusa o abusan de ti?
No han pasado ni veinte minutos cuando salta el peluche del Dr. Simi al escenario. Rosalía se emociona, lo toma bajo el brazo, dice que lo va a guardar para su colección. Para muchos de los asistentes es su primera vez en un concierto suyo, para otros es la segunda e incluso tercera ocasión. Quienes la vieron hace apenas tres años coinciden en que el talento ya estaba ahí, pero no así el concepto que ahora atraviesa la música, la moda, la danza, el aspecto visual y técnico de sus presentaciones. Lo que más destaca del show es el uso de cámaras y drones que transmiten en tiempo real, a través de las pantallas habituales de los conciertos masivos, las coreografías y los ademanes de la estrella y sus bailarines. Rosalía, que sonríe con facilidad con la boca pintada de rojo, a juego con unas kilométricas botas bien enfundadas en sus piernas que parecen imponentes columnas, es una mina de oro. Compone su música, canta, baila, es una verdadera performer. Imposible no caer en su juego.
Menos sexualizada que la colombiana Karol G, una de sus contemporáneas con la que se le puede comparar en talento y éxito, la percepción general sobre Rosalía es que es inteligente y letrada. El disco que la puso en el mapa, El mal querer (2018), surgió como su tesis para graduarse de la Escuela Superior de Música de Cataluña; el álbum está inspirado en la novela del siglo XIII Flamenca. Antes de Motomami, que la internó de lleno en el terreno del reguetón alternativo, Rosalía grabó con J Balvin la canción que la catapultó a la música más popular, “Con altura”, que por supuesto sonó en el Zócalo. También “Despechá” y “Chicken Teriyaki”, los temas que más gritos, brincos y saltos arrancaron al público. De El mal querer, apenas entonó un fragmento de “Malamente”. Quizá la única sorpresa del show fue que cantó un pasaje de la canción tradicional mexicana “La llorona” muy a su estilo, entre el melisma acendrado de la música R&B, y el quejío, trazo del flamenco que todavía la acompaña.
Se trató de un concierto breve, apenas una hora y quince minutos, al que no le pusieron reparos los fans de hueso colorado. Duración justa para una cantante que no tiene un repertorio extenso. Como baza política, y a manera de colofón, habría que retomar la frase determinante y filosa que la Rosalía canta en “Como un G”, una de las baladas más sentidas de Motomami, que se escuchó en el Zócalo, un consejo amoroso –y si se quiere político– para momentos en que la voluntad se empecina: “si no lo puedes tener, lo tendrás que soltar”. ~
es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.