Cuando pensamos en los años sesenta, nos vienen a la cabeza estilos musicales como el folk, el rock psicodélico, el rock progresivo y la canción de protesta, todos de la mano con la liberación sexual, la exploración con drogas alucinógenas, la defensa de los derechos civiles o la guerra de Vietnam. Después de la frivolidad de los años cincuenta, figuras como Bob Dylan, Simon and Garfunkel o Peter Paul & Mary daban nuevas profundidades a la música popular. Pero había otra música, más “acomodada”, que se escuchaba en la radio, los bares y los programas de variedad, más optimista y mundana. A esa música, que en su momento fue tachada de superficial, el tiempo le ha hecho justicia. Y su mejor exponente es Burt Bacharach, quien murió el 8 de febrero a los 94 años.
Bacharach estuvo activo durante 73 años, dice Wikipedia. Fue compositor, arreglista y productor, director musical de Marlene Dietrich, grabó nueve discos solistas, escribió música para películas y musicales de teatro, y recibió todos los reconocimientos y premios posibles, incluyendo varios Grammys, tres Óscares, y el premio Gershwin a la canción popular. Fama no le faltaba: si usted no lo conoce, la culpa es suya.
George Gershwin escribía sus ideas en un pequeño cuaderno de música que llevaba a todos lados. Bacharach lo hacía en servilletas de bar. Si bien detestaba las clases de piano cuando era niño, al llegar a la adolescencia se dio cuenta que tocándolo le podía gustar a las chicas, a pesar de ser el chico más chaparro de toda su generación. Luego descubrió el bebop de Dizzy Gillespie, Thelonius Monk y Charlie Parker, y al mismo tiempo, la armonía de Ravel y Debussy. Más adelante estudió con referentes de la música nueva del siglo XX, como Bohuslav Martinů, Henry Cowell, maestro de John Cage, y Darius Milhaud. Este último, explorador de la politonalidad y el jazz, y preceptor de figuras tan prominentes como Philip Glass, Dave Brubeck, Karlheinz Stockhausen o Iannis Xenakis, le dijo que jamás debía avergonzarse de escribir melodías que la gente pudiera cantar.
Bacharach le hizo caso: Perry Como, The Beatles, Jerry Butler, Elvis Presley, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Nat King Cole, Natalie Cole, Nancy Sinatra, Cher, Dusty Springfield, Cilla Black, Barbara Streisand, Aretha Franklin, Tom Jones, Johnny Mathis, Woody Herman, Stan Getz, Henri Mancini, Cal Tjader, Kenny G, Ry Cooder, Danilo Rea, José Feliciano, Sergio Mendes, Diana Krall, Kenny Rogers, Barry Manilow, Neil Diamond, Luther Vandross, Ute Lemper, Astrud Gilberto, Nana Mouskouri, Mina, Sophia Loren, Claude François, Francis Lai, Michelle Pfeiffer, Vanessa Williams, Kool & The Gang, The Stranglers, The Carpenters, Isaac Hayes, Smokey Robinson, Shirley Bassey, Nina Simone, Stevie Wonder, Ray Charles, Roberta Flack, Diana Ross, Paul Weller, Sheril Crow, The Cranberries, Morrissey, Noel Gallagher, Faith No More, Björk, Elvis Costello, Erasure, The Flaming Lips, Yo La Tengo, Ben Folds Five, Pet Shop Boys, The White Stripes, Rick Astley, la Orquesta de la Luz y todo el cast de la serie Glee: solistas y grupos, rockeros y funkeros, jazzistas y estrellas de cine, todas y todos buscaron grabar alguna joya del creador del pop más exquisito.
Aunque a menudo es catalogada como easy listening, su música es todo menos sencilla. Su sonido distintivo –los acordes en bloque del piano, los motivos breves del fliscorno (una especie de trompeta con un sonido más “ahumado”), las cuerdas un poco melosas, las coristas flotantes– da forma a una música al tiempo refinada y rompedora, clásica y moderna, pegajosa pero que huye del earworm. Con armonías y modulaciones que beben tanto del romanticismo del siglo XIX como del jazz, sinuosas melodías con caprichosos diseños y saltos, patrones rítmicos sincopados, frases de duración irregular y compases cambiantes (“escribe en tallas de sombrero: siete y tres cuartos”, dijo Frank Sinatra al respecto), arreglos e instrumentaciones audaces, Bacharach fue un auténtico innovador de la canción, un compositor valiente, sin ataduras ni fórmulas, y con mucho estilo. En una entrevista de 1964, un Bacharach algo taciturno contesta que la clave para escribir un éxito es, para empezar, la canción misma.
Siempre colaboró con letristas. De estas colaboraciones, la más prolífica fue con Hal David, a quien conoció en el Brill Building, la meca del pop en Estados Unidos durante los años 50 y 60, como lo fue, también en Nueva York, el Tin Pan Alley a principios del siglo XX. El Brill, un edificio situado en Broadway, albergaba a compositores, letristas, arreglistas, músicos de sesión y editores, quienes, como operadores de una línea de ensamblaje, fabricaban éxitos día con día para artistas como Neil Sedaka, Bobby Darin, Benny Goodman o Glenn Miller.
David era un escritor ingenioso y sincero. (Dionne Warwick, la diva que cantaría sus temas más que ninguna otra, comentó alguna vez “Hal no solo escribe sus canciones. Se escribe a sí mismo”.) La dupla se reunía diariamente a trabajar. Según contaba David, “yo llevaba algunos títulos o ideas para canciones; Bacharach llegaba con algunas frases contorneadas o el principio de un coro; aquello que nos resonaba más era sobre lo que trabajaríamos a continuación, uno sobre el escritorio y otro al piano, hasta que de pronto teníamos la estructura de una canción. No éramos tan rápidos como para tenerla lista ese mismo día, o al día siguiente. A veces trabajábamos en tres canciones simultáneamente”.
El equipo fue tan prolífico y exitoso que entre 1962 y el 1972 rara vez pasaría una semana sin que al menos una canción suya estuviera en las listas de popularidad. A continuación, le ofrezco al lector una breve selección de su catálogo, la cual busca ilustrar la magia de esos acordes, esas suspensiones y esos cambios de compás.
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1. “Don’t make me over”, Dionne Warwick (1962)
Bacharach escuchó a una joven Dionne Warwick cuando participaba como corista en una grabación, y de inmediato le preguntó si podía grabar unos demos. Poco después firmó como su productor. Warwick se convertiría en la principal musa del dueto. El primer hit que el dúo compuso para ella supone ya un reto técnico para su voz, por el amplio rango que debe abarcar. El registro más alto llega con el coro, al grito de: “Acéptame por quien soy, acéptame por las cosas que hago”.
2. “Anyone who had a heart”, Dionne Warwick (1963)
Una elegantísima balada de desamor que muestra el descomunal talento del trío Bacharach-David-Warwick, por la poesía de su letra, la apasionada interpretación de la cantante y la música que, como la envoltura justa, lo contiene todo. Los persistentes acordes del piano, los staccatos de los violines, cuyos arcos parecen morder las cuerdas, los acentos temblorosos de la guitarra, la resonancia de las coristas, el solo de saxofón barítono, no son accesorios sino colores que se funden en el resultado final.
3. “Walk on by”, Dionne Warwick (1964)
“Walk on by” narra el encuentro de una chica con su exnovio, a quien aún extraña. La ejecución de Warwick es asombrosa, y el arreglo es de una sofisticación notable. Acompañando a la voz hay piano, cuerdas, el característico fliscorno de Bacharach, timbales, guitarra eléctrica, vibráfono y sección rítmica (bajo, guitarra rítmica, batería). En un detalle poco ortodoxo, al llegar al coro, el compositor acalla completamente a la orquesta para dejar solo al piano (dos pianos de cola, para ser precisos, tocando exactamente lo mismo), cuya figura sincopada parece contestar al lamento de la voz (que recuerda los orígenes de Warwick en el gospel), mientras las coristas jadean, entrecortadamente, “¡No… te detengas!”. David Bennet explica una manera en que Bacharach se mueve entre tonalidades en este video.
4. “What’s new Pussycat?”, Tom Jones (1965)
La popular actriz Angie Dickinson, entonces novia y futura esposa de Bacharach, lo conectó con su amigo Charles K. Feldman, manager y productor. Se reunieron en el lujoso hotel Dorchester de Londres, donde Feldman mantenía una suite a lo largo del año. Este buscaba con urgencia quién escribiera la música de su nueva producción, la extravagante comedia What’s new Pussycat?, con Peter O’Toole, Peter Sellers y un incipiente Woody Allen que también escribió el guión. Dudley Moore, encargado de musicalizarla en un principio, acababa de abandonar el proyecto. Otro candidato en puerta, un tal John Williams, estaba atrapado en Los Ángeles y no podía viajar a Londres. La entrega era en tres semanas.
Aconsejado por Dickinson, Bacharach accedió. Tras varios días con la mente en blanco, las excentricidades del “grandiosamente raro” personaje de Sellers fueron la inspiración para la pieza titular de la película, combinación de vodevil y Kurt Weil, que un par de días más tarde le darían a grabar a un Tom Jones reacio al principio (“¿Para qué demonios quieren que cante esto?”), hasta que su manager lo convenció de que sería un éxito (y tuvo razón). Reacio también, uno de los productores ejecutivos comentó “esto es un vals, ¿cómo la va a bailar alguien en una disco en París?”, a lo que Bacharach aseguró, “encontrarán la forma”. La canción le valió a la dupla una nominación al Óscar.
5. “Alfie”, Cilla Black (1966)
En el video se puede apreciar a Cilla Black en los estudios Abbey Road semanas después de que su agente, Brian Epstein, recibiera el demo. George Martin está en la cabina, grabando la toma que quedaría en el disco. Al piano y dirigiendo la orquesta, un Bacharach recién llegado de Estados Unidos le pide a la cantante una y otra toma, “cada vez un poco mejor, con un poco más de magia”, hasta llegar a una veintena. Tras leer el guión, David había dado en el clavo con su parte, así que era importante para Bacharach escribir algo a la altura. No hubo reglas al componer la música, solo seguir, “pulgada por pulgada”, la inspirada letra. Por breves instantes “Alfie” abre sus puertas a estilos musicales mucho más experimentales de los que se esperarían de una canción de amor, como una hipnótica escala de tonos enteros antes de la coda, o la armonía bitonal que se desvanece junto con el nombre Alfie hacia el cierre de la canción. Fue, de entre sus composiciones, la favorita de Bacharach.
6. “The look of love”, Dusty Springfield (1967)
Bacharach recibió el encargo de escribir la música de Casino Royale, la adaptación paródica de un libro de James Bond, junto con una copia de la película. La visión de Ursula Andress, la “chica Bond” Vesper Lynd, inspiró al compositor una pieza que derrocha sensualidad, y que suena a 007 en clave de bossa nova. La memorable interpretación de Dusty Springfield, sobria y reservada al principio, sube de intensidad según se acerca al clímax, para dar un paso atrás y volver a subir: la analogía exacta para lo que el lector ha podido ya imaginar.
7. “I say a little prayer for you”, Aretha Franklin (1967)
Detrás de este perfecto hit de soul hay ciertos elementos que vale la pena resaltar: la línea vocal, sincopada durante la mayor parte de la canción (es decir, que cae fuera del pulso natural de la misma) le otorga un gran ímpetu rítmico, y el coro dura un tiempo menos de lo que los oídos esperarían que durara: un buen ejemplo de frase irregular, tan características de la música de Bacharach. En la versión de Dionne Warwick hay un detalle tan insignificante en apariencia como monumental: las notas que canta durante el puente, acompañando el solo del fliscorno. Si el escucha siente que hay algo raro estará en lo correcto, pues la penúltima de ellas está en una tonalidad distinta a la de la canción. Se trata de un elegante guiño a la música bitonal de Milhaud, impensable en el pop de nuestros días.
8. “This guy’s in love with you”, Herb Alpert (1968)
En palabras de Noel Gallagher, de Oasis, esta es “la más grande canción de amor que jamás haya existido”. Herb Alpert, amigo y colaborador de Bacharach, le preguntó un día si acaso tendría alguna canción guardada que pudiera darle a grabar. De su archivero salió “This guy’s in love with you”, una balada de amor en toda regla pero con giros armónicos y melódicos tan inesperados como pegajosos, la cual se volvió el primer número 1 de la lista de éxitos de Billboard tanto para Alpert y su disquera A&M, como para Bacharach y David. El que la voz cante el coro en su registro más grave, otro recurso contraintuitivo, le otorga una intensidad particular, potenciada por una orquesta a la altura de las circunstancias. En una gira por Hamburgo un año después del estreno de la canción, el gigante Sammy Davis Jr. combina sus dotes de crooner y clown para hacer esta otra versión, tan exagerada como emotiva.
9. “Raindrops keep falling on my head”, BJ Thomas (1969)
En su primera reunión con el director de Butch Cassidy and the Sundance Kid, Bacharach encontró a George Roy Hill en su despacho tocando Bach en el piano. Sabía que eran buenas noticias. Hill le encargó musicalizar ciertas escenas, entre ellas una en la que los personajes de Paul Newman y Katharine Ross se paseaban en una bicicleta. A Bacharach le resonó una frase –“gotas de lluvia siguen cayendo sobre mi cabeza”– que no pudo quitarse de la cabeza. De ella creció la canción, cuya letra completó Hal David y grabó un BJ Thomas enfermo de laringitis, y que les valió un Óscar por mejor canción original. Esa misma noche, Bacharach ganó otro por la banda sonora de la película.
En una entrevista, un Bacharach entrado en años recordaba que de joven, siguiendo las instrucciones de los altos ejecutivos de la disquera –que le pedían que todas las frases duraran lo mismo–, tuvo que modificar varias canciones para que se ajustaran a un compás de 4/4, lo cual era –y sigue siendo, medio siglo más tarde– el estándar. En cada caso, el resultado fue terrible. Más tarde decidió seguir su instinto y producir sus propios discos. Cada composición le representaba un nuevo acertijo: “una canción es una forma corta en donde cada cosa cuenta; puedes matar a alguien y salirte con la tuya en una pieza de cuarenta minutos, pero no en tres y medio”, decía.
Estas y otras piezas, en la playlist:
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Al componer, Bacharach escuchaba en su cabeza cada detalle antes de ponerlo en papel: la instrumentación, los arreglos, la propia voz de la cantante para quien estuviera escribiendo. Pasaba noches en vela esculpiendo obsesivamente cada nota y cada acorde antes de convencerse de que había dado con la combinación que a sus oídos sonara perfecta.
Las letras de Hal David y sus demás colaboradores; las posibilidades vocales de Dionne Warwick y sus otras musas; los colores tímbricos resultantes al combinar instrumentos clásicos y modernos; las sensaciones que, en las películas, cada estrella y cada situación proyectaban; los nuevos paradigmas rítmicos, armónicos, conceptuales y estilísticos que sus mentores musicales pusieron sobre el tablero: todo ello resonaba, como una poderosa intuición, en la cabeza del compositor. En efecto, cada canción fue para Bacharach un territorio por descubrir, y su ímpetu explorador ayudó a ampliar las fronteras de la música pop, y con ellas, las de sus escuchas. Ojalá los responsables de los éxitos de hoy fueran tan aventurados como entonces. ~
Compositor mexicano proclive a borrar las fronteras entre la música clásica y la popular. Ha compuesto cuatro óperas, así como música para teatro y cine. Es codirector de la compañía Ópera Portátil.