B. B. King: el legado de un revolucionario

B. B. King (1925-2015) fue un guitarrista que expandió las posibilidades expresivas de su instrumento, así como un misionero en la difusión del blues. El centenario de su nacimiento sirve para valorar este legado.
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Como un recordatorio del legado de las minorías a la cultura occidental y en particular a la estadounidense, en este 2025, que será recordado como el año en que Donald J. Trump intentó reescribir la historia, se celebraron los centenarios de dos afrodescendientes oriundos de Misisipi, cuyos restos fueron trasladados a principios de este año a la Rotonda del Capitolio en su estado natal: Medgar Wiley Evers y Riley Ben King.

El primero, nacido en Decatur, Misisipi, el 2 de julio de 1925, fue un defensor de los derechos civiles de los afroamericanos. Habiendo experimentado el racismo y la persecución del Ku Klux Klan y otros grupos supremacistas blancos, Evers, quien pese a las adversidades se graduó de abogado, luchó contra la segregación en la educación, promovió el voto negro e inició una investigación sobre el linchamiento de Emmett Till, el adolescente afroamericano torturado y mutilado –por cierto, el 24 de agosto se cumplieron 70 años del crimen–. El 11 de junio de 1963, la misma noche en que el presidente John F. Kennedy anunció en un discurso trasmitido a toda la nación una propuesta de ley de los derechos civiles para terminar con la discriminación racial, Evers murió asesinado por la espalda. A petición presidencial, fue enterrado con todos los honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington, pero el culpable fue exonerado cuando se le enjuició en 1964, como ocurriera con los asesinos de Till, quienes murieron en la impunidad décadas después.

El centenario de Riley Ben King, a quien todos conocemos como B. B. King, fue recordado tanto en su tierra y en las ciudades en que vivió –Memphis, Indianola– como en el mundo con exposiciones fotográficas, pero sobre todo conciertos. Y la celebración continúa: Joe Bonamassa, quien se asume como su heredero y portador de la antorcha, convocó a artistas ligados al celebrado músico para producir un disco conmemorativo: B. B. King’s Blues Summit 100, cuyo título guiña al del álbum ganador del Grammy, Blues Summit. La nómina de participantes incluye leyendas del blues, iconos del rock, figuras del soul y nuevos cantantes: Buddy Guy, George Benson, Slash, Paul Rodgers, Gary Clark Jr., Shemekia Copeland, Robert Cray, Marcus King, Dion, Christone “Kingfish” Ingram, Jimmie Vaughan, Warren Haynes y Susan Tedeschi & Derek Trucks, entre otros. El 16 de septiembre, día del nacimiento de B. B., comenzaron a publicarse muestras de las 32 canciones del proyecto, el cual se publicará totalmente el 6 de febrero de 2026.

Cuando falleció King, el 19 de mayo de 2015, la mayoría de los titulares proclamaron: “ha muerto el Rey del Blues”. Investido como miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll en 1987, con su propio museo (B. B. King Museum), quince premios Grammy y distinciones cívicas como la Medalla Presidencial de la Libertad, el otrora chico del blues (Blues Boy, las siglas de su apelativo) se había convertido en el “hombre blues”; identificación a la que contribuyó su infatigable calendario laboral de casi trescientos conciertos al año (el récord: 342 en 1956).

¿Cómo se convirtió este guitarrista cuya técnica, según él, era deficiente y carecía de la destreza de sus mentores, en la encarnación del blues? ¿Acaso es el mayor exponente de este ritmo, el más trascendente? No lo es, pero en su consagración fue decisivo su papel en la evolución del género, al ser el eslabón que une la época heroica con la de la popularización masiva. Es el heredero y conservador de una tradición y, al mismo tiempo, el gran maestro no solo de las siguientes generaciones de bluseros, sino también de una inesperada camada: los guitarristas de rock blancos.

En sus notas reverbera tanto el blues de Chicago –Muddy Waters, Elmore James, Willie Dixon, muchísimos otros–, como el de los pioneros que sacaron esa música del entorno rural: Robert Johnson y Blind Lemon Jefferson –cuyo estilo le influyó más que el del luciferino Johnson–. De origen campesino, King, nacido en una plantación algodonera cercana a Itta Bena, abreva en las fuentes primigenias. Siendo un niño piscador, escuchó el holler, el canto de los esclavos surgido en los campos de algodón. “Ahí es donde comenzó todo. Considero que el holler se encuentra en todos nosotros”, confió a Ed Vulliamy.

Por otra parte, en cuanto exponente del boogie woogie, ritmo coetáneo del sonido urbano de Chicago, cambió la interpretación del blues, al aportarle variedad de ritmos y recursos. De igual modo, al fundir en su figura una gran técnica y una gran voz, transformó el papel del guitarrista de blues. Con esa inesperada asunción se erige en modelo para una nueva generación de bluseros que no solo ya no proceden del ghetto, sino que muchos de ellos no son afroamericanos y en varios casos, ni siquiera estadunidenses. Otros intérpretes podrán rivalizar en dimensión histórica –Muddy Waters, Walker, John Lee Hooker–, ninguno en la proyección masiva de King, quien perfiló los atributos del bluesman y les dio iconicidad.

Para transformarse en emblema no basta con ser un legatario, un conservador; se requiere encarnar el blues. Y ¿qué es el blues? El sufrimiento, la emoción, la orfandad, la opresión, la humillación, el sentimiento de quiebra y derrota sin soslayar el anhelo y la pizca de esperanza. Desde pequeño, Riley Ben King conoció la discriminación. En el delta del Misisipi, los cadáveres de los ahorcados puntuaban el paisaje como macabras corcheas. Y por esos años, mientras vivía en Lexington, atestiguó el linchamiento y castración de un hombre por supuestamente silbarle a una mujer blanca; un crimen que recuerda al de Till, mencionado al principio (conviene acotar que acusar a un afroamericano de acoso solía ser el pretexto más común para justificar un crimen, por lo que dichas acusaciones resultan sospechosas). No es casual que en su natal Itta Bena, Misisipi, se implantara la semilla del Consejo de Ciudadanos Blancos, un grupo supremacista blanco activo entre 1954 y 1979, cuyo objetivo era impedir la integración social de los afroamericanos y mantenerlos subyugados económica y socialmente, sin acceso a la igualdad prescrita por la Constitución. Uno de esos destacados Ciudadanos Blancos le disparó a Evers. Por su taimada promoción de la violencia, Martin Luther King, quien había sufrido su persecución, definió a la organización como “un Ku Klux Klan moderno”.

En su autobiografía Blues all around me, el otro King redentor escribió: “Ser cantante de blues es ser doblemente negro […] Me he enfrentado a más humillación de la que pueda recordar”. Riley no olvidó los abusos de los policías blancos; los robos y golpes. “Te sientes herido y sucio, menos que una persona”. Ya como músico, asumió la recomendación de Medgar Evers, quien, para enfrentar la discriminación, aconsejaba a los conductores no comprar gasolina en las estaciones donde los discriminaran, por lo que evitaba detenerse en las paradas donde les prohibían entrar al restaurante. En cierta ocasión, según recuerda uno de los integrantes de la banda, el baterista Tony Coleman, se retiró de un hotel en Memphis porque al momento de llegar los altavoces tocaban el himno segregacionista “Dixie”; una ofensa para un músico que atestiguó la violencia y, junto a sus amigos Evers y Luther King, combatió la segregación.

El mariposeo que provocó un tsunami

Nada importaría la relevancia de King dentro de la historia del blues ni su historia de sufrimiento –que comienza con su temprana orfandad, reflejada en “Nobody loves me but my mother”–, o su carisma si no fuera porque fue un intérprete conmovedor, con un impresionante timbre vocal y una técnica que extendió el campo de la guitarra. Como atestiguan otros casos en el arte, la innovación surgió del fracaso. En sus comienzos, había querido tocar con slide, como su primo Bukka White, quien lo inició en la música, o evocar ese sonido saltarín mediante acordes que se transformaban en solos que troqueló en sello T-Bone Walker, su héroe personal.

“Creo que lo mejor que he hecho fue aprender a realizar vibratos de una manera que el efecto es muy similar al de quien toca con un bottleneck”, confesó. “El intento de conseguir ese efecto fue lo que me llevó a trabajar en mi vibrato, que es como mantener una pulsación, empujando la cuerda hacia arriba y soltándola, pero sin perder el control. Hago todo lo posible para que mi mano izquierda vibre uniformemente y sin esfuerzo alguno. Por supuesto, se requiere muchísima práctica antes de que la mano adquiera la destreza suficiente para moverse con la suavidad necesaria para conseguir tal vibración. Quiero que sea tan natural como mi latido del corazón, algo que surja sin pensar”.

Además de ese sonido vibratorio al que denominó “trill” y los críticos definieron como “vibración de mariposa” (butterfly vibrato), creó una red de armonías y escalas cromáticas mediante las cuales pueden elaborarse solos sin necesidad de abarcar un mayor rango de acordes. El círculo del blues (blues box) ideado por él es uno de los dos aportes de un músico de blues a la técnica guitarrística –la otra es la escala de Jimi Hendrix–. Sin embargo, los principios técnicos que más refieren los sitios especializados y los foros guitarrísticos son los referentes al vibrato. El mejor ejemplo de este recurso es la celebérrima “The thrill is gone”.

Gentleman de la guitarra, el mariposeo de B. B. decidió la manera de tocar no solo de sus pares –entre ellos, los otros reyes del género, cuyo apellido es un homenaje a B. B.: Freddy y Albert King–, sino de todo guitarrista de blues, rock, hard rock, heavy metal.  Hoy consideramos natural oprimir, levantar o arrastrar las cuerdas más allá de su posición, así como interpretar en sucesión notas armónicas sin menoscabo de la melodía, pero fue él quien lo hizo primero y, a diferencia de otros guitarristas, otorgándole al silencio y a las pausas la misma importancia que otros concedían al desborde y el ímpetu orgiástico.

Después de todo no es gratuito proclamarlo el bluesman más influyente: desempeñándose como un misionero difundió el blues mundialmente (en el maravilloso documental The life of Riley de Jon Brewer, señala que su deseo es llevar el género a todo el mundo), y nos legó una concepción de las posibilidades expresivas de su instrumento tan innovadora que su impronta se aprecia en muchos guitarristas. Si Juan de Mairena aspiró a que sus versos pervivieran en la memoria popular, más allá de la autoría, el legado de King resuena en las cuerdas eléctricas. Como dijo Buddy Guy: “En cada guitarrista eléctrico que escuches hay un poco de B. B.”. ~


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