Hubo un tiempo, en los 80,
en que nos veíamos casi a diario.
No sé si eras un esnob, un caballero
de otro tiempo, tocado de bufanda
y sombrero pajizo, partidario de los bares,
del cigarrillo insomne y la conversación.
Hablábamos de todo: de tus poemas iniciales,
del maestro Antonio Gamoneda, del pensador
Gabriel Albiac, que fue para ti amigo, faro y colega.
Y de otras muchas cosas: Cortázar, siempre Cortázar,
volvías a él, a su pasión por los gatos y los gauloises,
a aquella trompeta que caía al vacío en uno de sus cuentos.
Volvías a París, y a la novela Rayuela de callejas
y de destinos cruzados donde te habría gustado vivir.
Tu biografía era una fronda de aventuras.
Políticas, sentimentales, oníricas, de resiliencia.
O de lecturas. O de amores entrevistos.
Y de libros que se abrían para ti como
un abanico de tesoros y de tentaciones.
Morabas, en tus relatos y en tus novelas, en un lugar
imaginario, que podría ser León y sus afueras campestres,
la tierra llana y glacial a la que llamabas Piedraverde.
Contigo siempre había temas que tocar:
un sinfín de poetas, que empezaban por Paul Celan y Pessoa,
y continuaban con Friedrich Hölderlin, el sonámbulo,
aquel ebanista apacible que fue un exiliado en la tierra;
los pensadores, desde Marx y Fichte a Sartre,
y siempre Albert Camus. A veces pensaba
que me gustaba más a mí, pero disimulabas.
Creo que con el paso de los años se convirtió
en tu modelo ético y estético. La luz necesaria
para la afirmación del pensamiento propio.
Había temas que abordar. Tu amistad
con José Antonio Labordeta, tan cómplice
en la canción coral de las rebeldías.
Y otro día, inolvidable, quedamos a comer en tu calle,
debajo de tu propia casa.
Y allí lo tocamos todo: tu pasión por el mar,
tus años de infancia y adolescencia en A Coruña,
tus años de interno en Guernica, antes de saber
bien que aquel lugar era un emblema de libertad.
Y ya desde entonces surgió tu pasión
por el Athletic de Bilbao,
te sabías las alineaciones, desde Carmelo a Gaínza,
desde Iríbar a Arieta, Uriarte y Rojo,
los de entonces, y los de ahora. El hombre
de secano tenía una gabarra en el alma.
El poeta se imaginaba la curva precisa de un córner
volando como un vencejo sobre San Mamés.
Hablamos del amor, de las palabras,
de los viajes, de tus clases (asumías con suavidad
que eras uno de los profesores más queridos,
el seductor a su pesar que enloquecía
a sus jóvenes alumnas dentro y fuera del aula)
y, cómo no, de tus libros. Libros de todo:
la vejez, la juventud, el olvido, la pasión,
Savonarola, Chopin, los náufragos del Titanic,
de lo más liviano a lo más abstruso,
de filosofía, de la imaginación, de tus mitos,
cada vez eras más mitómano, y adorabas a Sarah Bernhardt,
y a Romy Scheneider (¿o esto lo he soñado? Creo que no)
y elogiabas la pasión serena de Mar, tu amor,
tu enfermera, la sonrisa que no desmayaba
ni ante el espanto ni el desorden aciago del cuerpo.
Al final, tras el vino, los licores, los recuerdos,
llegó la despedida. Me dijiste que, en tus batallas
contra la muerte, “tengo un corazón débil”,
te entretenías leyendo mucho, viendo fútbol
y pintando. Te gustaba tanto como escribir a mano.
Y sacaste de una bolsa dos acuarelas:
una de Julio Cortázar y otra de Labordeta.
José Luis, nunca me atreví a llamarte Pepo,
acabas de irte con una certeza:
vivirás para siempre en tus poemas
y en la memoria de tus amigos y alumnas. Dice una:
“Era el más guapo y estiloso. Nos tenía locas”.
Sobreviviste, con tu lucidez y con tu parsimoniosa
caligrafía de amanuense de fantasías,
al arrebato de los sueños y a los inquilinos
adversos que traían el dolor y algún sollozo.
En mi casa queda tu huella:
esa temblorosa mano de artista
que le abrocha en azul y agua el abrigo a Cortázar
y también conservo un manuscrito en el que escribiste
tu novela sobre Federico Chopin.
Leo en una de las páginas: “Tiene ganas de huir,
de perderse”. No era tu caso: amabas la vida,
la música, la amistad y el fuego de la literatura.
es escritor y responsable del suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Entre sus libros recientes están Golpes de mar (Ediciones del Viento, 2017) y Cariñena (Pregunta, 2018)