Acaso tú no eres de duna,
quizá de granizo, tal vez eres
de eso que entendí como asalto de brisa
en carretera, poblado de niebla
en los jardines.
Si pudieran mirar lo que en ti
germina desde lo íntimo de las piedras
y levanta pastizales al desierto,
te habrían llamado
calzada de oasis hasta el océano.
Pero bajo la túnica de ceniza
su piel también lleva tatuada
una flor de arena y sal.
Tendrían que aprender
del plumaje ligero,
de la luz melancólica
y el mutismo en la lluvia;
tendrían que saber llamarse
como la alfombra de la noche,
como la negligencia de Dios
o la palabra que no se dijo
al partir.
Sólo robándole a la muerte
los días que marcaron nacimiento,
limando las pisadas de los pies,
o estrujando un enconado amor,
en las calles escucharán decir:
frontera de dos costas que se rozan,
puente de dos voces que se atan,
tren de dos viajeros
que parte hacia la oscuridad.
Y repetirán para sí:
frontera de dos rostros que se tocan,
puente de dos climas que se mezclan,
tren de dos viajeros
que intercambian las ropas.
Trae contigo la laguna de amnesia,
los llevaremos sin nombre
a bautizar sus recuerdos.
Pero la laguna nos borraría,
me preguntas,
saldríamos por entero de bruma,
aire o arcilla.
Entonces lanzo una moneda
al pecho de la llanura
y mil ondas de polvo retardan mi deseo.
(Hidalgo del Parral, Chihuahua, 1997). En 2021 recibió el Premio Rogelio Treviño de poesía y fue becaria del PECDA