a mi hermana
Nos separaba una pared.
En un cuarto estaban tú y tu cuerpo,
cubiertos con una bata de niebla
y el mar en los ojos
mientras el silencio de los bisturís
anunciaba la apertura de tu carne.
Los pájaros migraban hacia el atardecer
mientras tú, que siempre has sido más que yo,
dejabas que el rostro del miedo
te abriera las piernas.
Cerrabas los ojos hacia la noche
al mismo tiempo que el espéculo de los finales
exploraba la herida abierta
con su máscara de condena.
En el otro cuarto estaba yo,
más mortal que nunca,
desarmando mi cuerpo para regalártelo.
Amaneció tu conciencia
y embestiste con gracia
la falsa amenaza
de aquel verdugo invisible, pero
volviste y hallaste mi asiento vacío.
Cansada de no poder cederte mi pulso,
la imaginación ácida de la sangre
disolvió las piezas de mi cuerpo.
Quedaron sólo mis ojos, esos que miraste
para comprender
que no hay herida abierta.
Sólo somos nosotras y las golondrinas de un poema
atravesando el instante. ~
(Ciudad de México, 2001) ha publicado en la revista Casapaís.