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En un mitin en Tampa Bay, el 24 de agosto, Donald Trump afirmó que de llegar a la presidencia incrementaría las tarifas arancelarias para productos chinos e hizo referencia al supuesto déficit que tiene Estados Unidos con China por más de 500 mil millones (cifra que rebasa por cerca de 130 mil millones a las publicadas por el gobierno de Obama). Esta retórica incendiaria también está presente en Reforming the U.S.-China trade relationship to make America great again, en donde se destaca la subvaluación del yuan y sus repercusiones para el comercio de Estados Unidos, la transferencia tecnológica como condición onerosa para el acceso al mercado chino y los subsidios “ilegales” a las exportaciones del país asiático. El candidato republicano ha asegurado que, con una actitud firme en las negociaciones con los chinos, solucionará estos problemas. También ha amenazado con forzar a compañías estadounidenses que operan en China a trasladar sus operaciones industriales a su país. Por su parte, China ha asegurado que los líderes de su país confían en que quienquiera que resulte electo continuará promoviendo la cooperación mutua, que tanto ha beneficiado los intereses de Estados Unidos. Esta respuesta refleja en buena medida la opinión emitida por varios expertos de China en política y comercio internacional: los resultados de la elección no implicarán un cambio sustancial en la compleja relación bilateral.
América Latina, con excepción de las conocidas bravuconadas que Trump ha proferido contra México, ha sido ignorada por el candidato y por las anteriores administraciones estadounidenses. La región solo ha desempeñado un papel prioritario en política exterior por cuestiones de seguridad y para procurar recursos esenciales para su economía industrializada. Aunque el comercio entre América Latina y Estados Unidos ha sido sustancial para varios países latinoamericanos, representa una participación reducida en el comercio de ese país –salvo México y en cierta medida Brasil–. Esta asimetría histórica sugiere que Washington da por sentada su destacada posición comercial en la región, de ahí su relativa pero constante pasividad.
Desde los años noventa, Estados Unidos ha disminuido sensiblemente sus intervenciones en América Latina por la creciente importancia de Medio Oriente en la política internacional. El uso menos recurrente de la fuerza ha sido compatible con la promoción de políticas económicas dictadas por organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Durante la presidencia de George W. Bush el financiamiento de proyectos de desarrollo en la zona fue poco significativo. La administración Obama no supuso un cambio sustancial: aunque el presidente había enfatizado su interés por fortalecer los vínculos de su país con América Latina, no hubo una reorientación sustantiva en la relación. De hecho, la reforma migratoria, sin duda el proyecto más importante del presidente para la zona, se vino abajo en 2010 a consecuencia de la oposición republicana.
En contraste, desde 1990, por razones políticas y económicas, la relación de China con los países latinoamericanos ha ido cobrando fuerza de manera paulatina. En 1990, Yang Shangkun, entonces presidente de la República Popular y vicepresidente del Partido Comunista, se convirtió en la primera autoridad china de alto rango en visitar México, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. La motivación era clara: fortalecer relaciones con países del tercer mundo ante la tensión que generó entre las potencias occidentales la represión en la plaza Tiananmen. En ese año también tuvo lugar el segundo momento de crecimiento vertiginoso del pib en China, tres años después alcanzó un crecimiento del 14%. Desde entonces, China ha ganado acceso a instituciones financieras y comerciales de América Latina. En 1991, el Banco Interamericano de Desarrollo admitió a China como observador, en 1994 ingresó con la misma categoría en la Asociación Latinoamericana de Integración y tres años después se volvió miembro del Banco de Desarrollo del Caribe.
Es importante recalcar que antes de las reformas económicas en China las relaciones con los países latinoamericanos tuvieron como eje rector la seguridad nacional. La política exterior fue un aspecto vital desde los primeros años de la República Popular debido a la guerra de Corea y el conflicto con Taiwán. Para la promoción de sus relaciones con el exterior, los chinos se han guiado por los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica, formulados en la Conferencia de Bandung de 1955: respeto a la soberanía, no agresión, no intervención, igualdad y cooperación para beneficio mutuo y coexistencia pacífica. Las ralentizaciones económicas resultantes del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural no fueron impedimento para que Pekín proveyera ayuda económica y militar en su búsqueda de aliados en el exterior. La estrategia fue exitosa con los grupos de liberación africanos, algunos de los cuales llegaron al poder (como, por ejemplo, el Congreso Nacional Africano, en Sudáfrica, la Organización de los Pueblos Africanos del Sudoeste Africano, en Namibia, o el Partido para la Independencia de Guinea y Cabo Verde). Dichas ayudas eran modestas, en forma de montos de algunas miles de libras, armas viejas, medicinas y camiones. Pekín también proporcionó entrenamiento en la Academia Militar de Nanjing. Un reporte del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, publicado en 1987, asegura que Cuba recibió una ayuda similar. Sin embargo, fue la normalización progresiva de la relación entre China y Estados Unidos, a partir de 1972, lo que ocasionó que varios países de América Latina reconocieran a Pekín. Entre aquel año y 1979, en que Estados Unidos establece de manera oficial lazos diplomáticos, nueve países rompieron relaciones con Taiwán (entre ellos, México, Argentina, Venezuela y Brasil). En la década siguiente, ocho países dieron el mismo paso (entre ellos, Ecuador, Colombia, Bolivia).
Las relaciones comerciales actuales entre China y los países de América Latina reflejan diferencias importantes en términos de equilibrio y complementariedad. Hay casos de un marcado déficit con el país asiático: es lo que sucede con México, cuyo saldo negativo fue estimado en mayo de 2015 por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe en 66,276 millones de dólares (el promedio de incremento interanual del déficit era entonces del 9.9%). El déficit se explica por la alta demanda que existe en México de bienes manufacturados de bajo costo como materiales eléctricos, equipo de cómputo y comunicaciones, además de textiles, rubro en el que China representa una competencia directa para productores mexicanos dentro y fuera del país. Caso muy distinto es el de Chile, que reportó un superávit de 8,335 millones de dólares en su comercio con China tan solo en el primer trimestre de 2015. Las exportaciones de cobre chileno a China representaron un valor aproximado de 3,600 millones de dólares ese año. La relación comercial entre ambos países es complementaria porque sus rubros de producción presentan menos competencia mutua que en el caso de México. El aumento significativo en la demanda de materias primas estratégicas para la industrialización de China ha marcado la pauta en sus relaciones con los países latinoamericanos.
La publicación en 2008 del Libro Blanco sobre América Latina y el Caribe por parte del gobierno central de China hizo explícito el interés hacia la región. No es casualidad que su aparición haya coincidido con la crisis financiera internacional de ese año, China buscaba diversificar sus relaciones comerciales ante el riesgo de otra crisis global. El Libro clarifica objetivos generales en cuatro grandes rubros: a) relación política, b) economía, c) aspectos culturales, sociales y paz, d) seguridad y asuntos judiciales. Aunque no se especifican objetivos mensurables, sí pueden apreciarse cambios importantes en el diálogo político y la seguridad energética.
Desde que se convirtió en importador neto de petróleo, en 2003, la seguridad energética es un asunto prioritario para China. Desde 2005 la Corporación Nacional de Petróleo de China (CNPC) comenzó a ampliar sus operaciones en Venezuela. En 2010 CNPC y Petróleos de Venezuela (PDVSA) suscribieron un acuerdo para explotar conjuntamente el bloque Junín 4 de la Faja del Orinoco. CNPC también firmó un acuerdo por 28 mil millones de dólares en 2013 para explotar otra zona en el Orinoco y a este acuerdo le siguió otro por 14 mil millones entre PDVSA y Corporación Petroquímica de China (Sinopec). Las empresas petroleras chinas también han hecho inversiones importantes en otros países como Argentina, Brasil y Ecuador: en 2010, China National Offshore Oil Corporation se convirtió en socio mayoritario de la petrolera Bridas de Argentina mientras que Sinopec adquirió la filial española de Repsol en Brasil, entre otros ejemplos. Las inversiones chinas relacionadas con energía en América Latina, principalmente en Venezuela, han adoptado la forma de financiamiento para diversos proyectos. El Fondo Mixto Chino-Venezolano, instituido en 2007, ilustra este tipo de cooperación. Con un monto acumulado de 40,000 millones de dólares en 2014, representa cerca del 50% de los recursos en forma de préstamos otorgados por China a cambio de petróleo. No obstante lo anterior, América Latina apenas proveyó el 10% de las importaciones totales de China en 2013.
El año pasado Xi Jinping dio un paso importante en las relaciones con la celebración del primer Foro China-Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe), en donde el bloque regional pudo negociar en conjunto con el país asiático. El Foro es un notable esfuerzo de China por contrarrestar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) en América Latina, el proyecto más importante impulsado por el presidente Obama en la zona y que diversos analistas consideran que tiene como objetivo contener a China en el Asia-Pacífico.
El carácter estratégico del TPP respecto a China y el de Xi Jinping en América Latina apuntan a una intensa competencia entre Washington y Pekín. Sin embargo, esta dinámica debe apreciarse a la luz de la relación entre ambos países: la inversión estadounidense en China ha crecido de manera sostenida desde 2012 y tanto China como Estados Unidos están negociando un tratado bilateral de inversión que podría permitir la apertura de sectores estratégicos como el financiero y el de servicios. Además, Estados Unidos depende de flujos de capital extranjero para financiar su déficit presupuestal y satisfacer sus necesidades de inversión interna. Estos flujos han llegado en su mayoría mediante inversión china en instrumentos de deuda privados y del Estado. En ambos países hay preocupación por los potenciales impactos negativos de esta interdependencia.
El triunfo de Clinton o Trump no anticipa un cambio importante en las relaciones políticas de Estados Unidos con América Latina. La diferencia más perceptible sería el endurecimiento de la retórica antiinmigrante de los republicanos. Paradójicamente, el gobierno de Obama ha superado a administraciones anteriores en el número de inmigrantes deportados (2.4 millones entre 2009 y 2014). El narcotráfico muy probablemente seguirá siendo el eje de la seguridad en la región. Clinton y Trump han incorporado en sus campañas discursos en contra de la globalización del comercio, pero es menos probable que la candidata demócrata eche por tierra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o el TPP. No queda descartado que busque implementar ciertas reformas. Si el ganador de las elecciones adopta una postura más proteccionista podría desencadenar represalias por parte de los países en el Cono Sur que dependen menos de sus exportaciones hacia la superpotencia. El aumento en los precios de las mercancías estadounidenses al consumidor final ampliaría el mercado de los productos chinos en tales países. En el horizonte de la cooperación entre China y América Latina se encuentra además la perspectiva de construir la ferrovía Transcontinental Brasil-Perú, el Canal de Nicaragua y el complejo hidroeléctrico sobre el río Santa Cruz.
El caso de México es especial. Es un país mucho más vulnerable al proteccionismo estadounidense. Disputas en el futuro podrían resolverse con negociaciones en las que Estados Unidos termine imponiendo mayores aranceles, como en el caso del acuerdo alcanzado entre los dos gobiernos sobre el azúcar mexicana en octubre de 2014. Por otro lado, no hay condiciones para una mayor participación de beneficio mutuo con China. No hay un comercio notable de recursos primarios que atraiga al país asiático ni interés de la élite política por replantear la relación bilateral. El Foro China-Celac podría ser el espacio para ello. ~
Es candidato doctoral en relaciones internacionales en la Universidad de Sussex. Se ha especializado en China y Taiwán