Foto: https://lopezobrador.org.mx/

AMLO, presidente legítimo

Al ganar la elección con niveles de apoyo no vistos en mucho tiempo, Andrés Manuel López Obrador ha recibido un mandato de enorme importancia. Ante el virtual colapso de los otros partidos, el lugar de la oposición estará en las organizaciones de la sociedad civil.
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Andrés Manuel López Obrador será el próximo presidente de México. Ha ganado la elección con una cifra superior al 50% de los votos, con una tasa de participación electoral cercana al 65% del padrón: un nivel de apoyo que no se veía desde la victoria de Ernesto Zedillo en el año aciago de 1994. 

No se puede sobreestimar el enorme mandato que ha recibido el candidato de Morena. El próximo presidente de México llegará a Los Pinos (si al final decide vivir ahí) tras derrotar a sus dos mayores competidores por un margen de victoria de dos a uno, una diferencia aun mayor que la que hubo entre Carlos Salinas de Gortari y Cuauhtémoc Cárdenas en la elección que más se recuerda por el fraude. 

Con cinco o seis de las nueve gubernaturas en juego y una cifra de votación que lo acercaría a la mayoría de la Cámara de Diputados, Morena parece encaminado a obtener lo que en los años dorados del PRI se conocía como “carro completo”. Pero, a diferencia del viejo tricolor, el partido de López Obrador ha logrado la hazaña sin estar al mando de una maquinaria electoral bien aceitada con el dinero de los programas sociales, sino con base únicamente en el entusiasmo ciudadano. 

En 2006, AMLO estuvo a un tris de ganar la presidencia con un voto muy fraccionado regionalmente, barriendo en el área metropolitana de la Ciudad de México, con mayorías en varios estados del sur, pero pasando de noche en el norte del país. Ahora Morena es un partido nacional, fuertemente enraizado en el centro y el sur y con un súbito crecimiento en los bastiones panistas y priistas del norte y el occidente. 

Tan radical es la transformación de la geografía política de México que no solo los triunfadores de la contienda, sino también algunos analistas sin simpatías obvias se verán tentados a proclamar un completo cambio de régimen en nuestro país. En realidad esto no ha ocurrido. Lo que tendrá lugar en México en los próximos meses es un cambio de gobierno y una renovación del poder legislativo, si bien de manera limitada dado el trasvase de cuadros políticos y burocráticos de administraciones anteriores y de otros partidos hacia Morena y el gobierno entrante. Este cambio de gobierno se producirá como parte de la continuidad de un sistema democrático muy imperfecto, pero funcional. 

En efecto, las instituciones de la democracia electoral mexicana se comportaron como tenían que hacerlo, posibilitando que el gigantesco hartazgo con el saldo de los dos últimos sexenios se tradujera en una avalancha de apoyo electoral al candidato que encarnó la oposición en ambos periodos. Los candidatos derrotados, el presidente saliente y las autoridades electorales no perdieron tiempo en reconocer la victoria del triunfador. La noche de la elección nos fuimos a dormir con una plena certidumbre en el resultado electoral.

Es muy importante no perder de vista esta realidad. El día de hoy no existe en México una crisis de la institucionalidad democrática. Las reformas necesarias para transparentar el financiamiento a los partidos y facilitar las candidaturas independientes no deben ser una excusa para desmantelar un sistema electoral que tanto trabajo costó levantar. La nueva prueba para la democracia electoral mexicana se presentará cuando el dirigente que se rehusó a aceptar sus derrotas como opositor tenga que reconocer los triunfos de sus opositores. 

La necesidad de afinar y fortalecer las instituciones democráticas será aun más acuciante dado el virtual colapso de los partidos que formarían la oposición al gobierno de López Obrador. El PRI ha sufrido la peor derrota de su historia y los comentaristas ya especulan que la única discusión al interior del partido será sobre cómo liquidar el changarro. El PRD es una especie en vías de extinción y el PAN se apresta a una guerra civil y ajuste de cuentas entre facciones. 

Sn embargo, no dejará de haber oposición, y esta iniciará en las organizaciones ciudadanas. 

Para finalizar, una nota personal. En esta elección seguí mi tradición de 24 años de votar siempre por el ganador o ganadora en la contienda por el gobierno de la Ciudad de México y nunca votar por el triunfador en la elección presidencial. Si los amables lectores han seguido esta bitácora, se habrán dado cuenta de que soy un exvotante de AMLO. En 2006, la propuesta simple de cambiar el modelo económico y avanzar en el camino ya iniciado de la apertura democrática me resultó naturalmente atractiva. En 2012, voté por López Obrador para tratar de impedir el regreso del PRI. Sin embargo, ya desde entonces aprecié cómo se desdibujaba una propuesta reconocible de izquierda y se agudizaban los rasgos autoritarios y verticales del dirigente. Cuando AMLO fundó Morena como su franquicia personal, decidí que no podía volver a votar por él. 

Por esas mismas fechas, cuando fracasaron las movilizaciones contra la reforma energética y AMLO, después de sufrir un infarto, parecía encaminarse a la irrelevancia, varios conocidos, simpatizantes del movimiento, iniciaron un éxodo hacia mejores aires y no dejaron de compartir sus razones conmigo. Cuando se fue configurando la tormenta perfecta que regresó a López Obrador a la carrera por la presidencia, la cargada fue en sentido inverso. Entonces pude confirmar que entre mis innumerables defectos de carácter no está el oportunismo. 

Asumo a cabalidad mi identidad como opositor al gobierno de AMLO, un opositor de izquierda. Al interior del grupo que llegará al gobierno el 1 de diciembre hay mucha gente progresista con una intachable honestidad intelectual, aunque me temo que son una franca minoría. Si el programa de gobierno muestra su influencia, no tendré empacho en decirlo, no por oportunismo, sino por genuina coincidencia de propósitos. Pero aun si la crítica se matiza con el reconocimiento de los avances, a mí me encontrarán en la oposición, ciudadana y de izquierda, por venir.

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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