Los zapatos y la economía de la muerte

Los crematorios y fosas comunes encontrados en Jalisco muestran la materialidad del horror: el narcotráfico no solo comercia con drogas, las drogas cuestan más que dinero.
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Buscando huesos para hacer descansar a sus muertos, los familiares de desaparecidos en México desbloquearon un nuevo nivel de las capacidades criminales en nuestro país. En Jalisco, no lejos de la hermosa ciudad colonial que enmarca festivales culturales de renombre y belleza mundial, encontraron “el kínder”, un espacio de formación violenta de reclutas desechables para las organizaciones delictivas. Un campo de trabajos forzados con crematorios para los cientos de jóvenes que morían por no adaptarse, por perder peleas, por no comer, por enfermarse.

Los crematorios, las fosas y las historias que recreó un sobreviviente para las organizaciones de buscadores de desaparecidos son espeluznantes, pero quizá la imagen más poderosa es la de los 400 pares de zapatos que sobrevivieron en “el kinder” como mudos testigos de una masacre que recuerda exterminios del pasado. 

Encontrar 400 pares de zapatos no es descubrir los restos de un ser querido: es recordar que ahí hay, por lo menos, 400 ausencias. Es restregarle a las mujeres buscadoras la verdad en la cara. Sus hijos, sus hermanos y sus parejas no están. 

A los demás, el hallazgo en Jalisco recuerda la materialidad del horror. No son números en un informe, sino la evidencia tangible de un fenómeno que se multiplica. En América Latina, la expansión del narcotráfico ha dejado una estela de desapariciones, ejecuciones y miedo. Las cifras lo confirman: el más reciente informe sobre crimen organizado en la región (Curbing violence in Latin America’s drug trafficking hotspots, del International Crisis Group, publicado el 11 de marzo de 2025) advierte que las estructuras criminales han diversificado su poder y que el control territorial de los cárteles es ya un sistema consolidado.

Los datos son alarmantes. En México, las desapariciones vinculadas al crimen organizado han aumentado en más del 40% en la última década. De 20 organizaciones criminales registradas en 2006, se pasó a 200 en la actualidad, más los grupos de barrio y las bandas pequeñas. En Colombia, los grupos disidentes de la guerrilla han retomado el narcotráfico como su principal fuente de financiamiento. En Ecuador, la violencia ligada a los cárteles mexicanos ha disparado la tasa de homicidios a niveles históricos. En Brasil, las facciones criminales operan con una sofisticación que desafía al propio Estado.

Nos hemos acostumbrado a la aritmética del horror. Cada año las cifras suben y cada año la indignación se diluye. Entre 2006 y 2025 los desaparecidos en México ascendieron a 120 mil, de acuerdo con datos oficiales.  Se reportan miles de muertos, cientos de fosas clandestinas pero esos 400 pares de zapatos golpean de una manera distinta. Porque son el símbolo de cuerpos ausentes. Porque son la imagen de la maquinaria que engulle a los jóvenes mexicanos. Entran, mueren. Entran, mueren. Entran, mueren, son quemados, dejan sus zapatos.  

El narcotráfico no solo comercia con drogas y esas drogas no sólo cuestan dinero. Leo en el informe que cité antes que el precio de la cocaína pasa de 550 dólares el kilo a 40 mil dólares en su punto de venta final en Europa. Leo que el fentanilo es aún más redituable: la cocaína reditúa 20 veces el costo, mientras que el fentanilo puede redituar hasta 800 veces el costo. Sin embargo, no veo que en el costo se incluya la vida de los jóvenes que mueren en los centros de reclutamiento y exterminio. Resulta que hacer un kilo de fentanilo cuesta mil  quinientos dólares en dinero y miles, millones de dólares en vidas. Al final, si se hacen bien las cuentas, la ganancia no es tanta. 

No sé. No sé en cuánto se valúan los cuerpos que usaron esos 400 pares de zapatos. ~ 


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