El Gobierno de Rajoy ha tardado años en darse cuenta de que el independentismo catalán es importante. No ha ofrecido diálogo ni negociaciones, tampoco ha ofrecido propuestas alternativas cuando el soberanismo todavía no era rupturista y era un movimiento más centrado en las demandas de financiación o mejoras fiscales. Su estrategia de comunicación para contrarrestar la propaganda nacionalista ha sido nula. Cataluña ha sido tierra de nadie para el Gobierno, que ha presentado candidatos desacreditados o extremistas a las elecciones y se ha resignado a una representación mínima en Cataluña, mientras el centroderecha catalanista moderado y pactista desaparecía atrapado por el independentismo.
Para Rajoy, el gobierno es administración, y no hay nada de persuasión o gestión de la opinión pública. Rajoy reacciona a los acontecimientos. Esto tiene como punto positivo que a veces sus rivales se desgastan. Pero tiene como punto muy negativo que nadie entiende sus decisiones más delicadas o extremas, porque no las explica.
Vivimos unas semanas y meses en las que es difícil discernir la importancia de los acontecimientos. El independentismo reacciona siempre exageradamente, y a su intento constante de vender cada paso del procés, y cada reacción tibia del gobierno, como un evento excepcional e histórico dificulta la evaluación objetiva. Nos hemos perdido en un caos de acciones-reacciones. Y cuando ha llegado la reacción más dura de todas, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que implica una intervención limitada de la Generalitat de Cataluña, es difícil no pensar que es desproporcionada. Porque después de tantos años de ninguneo, el Gobierno aplica una ley excepcional, lo que demuestra que realmente el problema catalán sí era importante.
En la aplicación del artículo 155 hay un alto margen de interpretación. Pero no da carta blanca al gobierno para hacer lo que quiera. Como dice el constitucionalista Eduardo Vírgala, “permite tomar todas las medidas que sean necesarias, sin que la Constitución establezca más límites que los derivados de otros artículos de la propia Constitución, como pueden ser la supresión o suspensión indefinida del régimen autonómico en una parte del territorio español”, algo que sí que sería inconstitucional. Según Vírgala, no se suspende la autonomía aunque “el Gobierno puede suspender toda la actividad del Parlamento catalán, que es el que ha aprobado las leyes de ruptura constitucional y numerosas resoluciones en el proceso de secesión, declaradas nulas por el Tribunal Constitucional.”
Es necesario sacar el 155 del debate de la Declaración Unilateral de Independencia: muchos afirman que la aplicación del artículo es desproporcionada porque piensan que es una respuesta a una DUI que realmente no se realizó, cuando realmente el 155 se aplica como respuesta a una larga serie de ilegalidades, entre ellas las del 6 y 7 de septiembre.
El Gobierno ha explicado sus razones en un documento que votará el Senado, pero como escribe Juan Rodríguez Teruel en Agenda Pública, Rajoy “quizá no pudo evitar en su escenificación un cierto tono de agente judicial impartiendo una sentencia tan incómoda como implacable”. Lo planteó como “un mero recurso constitucional que busca efectos jurídicos para un problema jurídico, restablecer el Estado de Derecho en Cataluña.”
La opinión pública solo oye las reacciones del independentismo, que se plantea la desobediencia activa y pasiva y habla de ocupación y golpe de Estado. El marco del debate siempre está del lado del independentismo, bien porque usa conceptos más comprensibles y épicos como “derecho a decidir”, bien porque juega al victimismo al hablar de “presos políticos”. Como escribe Manuel Arias Maldonado, “lo importante no es lo que sucede, sino el modo en que lo percibimos”. Maldonado hace un buen repaso del “habla independentista”en este artículo.
Rajoy no es una fábrica de independentistas, como alegan muchos analistas, pero su silencio crea un hueco que cubre una propaganda nacionalista profesional y hegemónica. Es una propaganda que siempre olvida el agravio inicial, y crea una sensación de victimismo al considerar que todas las respuestas del Gobierno no son respuestas sino ataques unilaterales. El espectador de TV3 o el lector de Ara solo ve ataques indiscriminados y arbitrarios, y no ve que en muchas ocasiones son reacciones a otros ataques. El espectador de TVE, en cambio, debe estar alucinando: un problema inexistente, un referéndum que no iba a ocurrir, ha desembocado en una intervención de la comunidad autónoma. La catalanofobia de la que hablan los independentistas tiene mucho de mito; lo que existe es la ignorancia y el desdén hacia lo que ocurre en Cataluña. Y a partir de ese desdén, el Gobierno tiene que explicar que el problema catalán en el otoño de 2017 es uno de los más graves de la historia de España en democracia.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).