–¿Qué es lo que tiene más probabilidades de descarrilar a un gobierno?
–Los eventos, muchacho, los eventos.
Harold McMillan, Primer Ministro Británico de 1957 a 1963.
Hace dos años, en enero de 2017, describí en este sitio los cinco errores que había cometido Peña Nieto en un mensaje a la nación para informar y justificar la decisión de aumentar drásticamente el precio de la gasolina. La situación era compleja. El incremento había generado un gran descontento e, incluso, disturbios en varios puntos del país. El discurso, lejos de resolver, agravó la crisis, y terminó de lastimar la estima pública del presidente.
El gobierno actual llegó al poder prometiendo hacer todo, absolutamente todo, infinitamente mejor que sus predecesores. Ante una promesa así, solo se le puede exigir una impecable comunicación a Andrés Manuel López Obrador y su equipo. Pero sorprendentemente, parecen estar repitiendo el libreto de Peña Nieto, cometiendo algunos de los mismos errores de hace dos años, e incurriendo en otros nuevos, igual de contraproducentes. Entre ellos destacan estos cinco:
- No poner en el centro de la comunicación las preocupaciones de la gente. La gente en las ciudades afectadas por el desabasto quiere saber una sola cosa: cuándo se va a normalizar la oferta de combustible. Pero el gobierno de López Obrador no está ofreciendo esa certidumbre, y centra su comunicación en justificarse, con el argumento de que esto es parte de un ataque frontal contra el grave problema del robo de gasolina, minimizando los reportes sobre desabasto e incluso criticando a quienes emplean el término por “alarmistas”. El mensaje del presidente y las preocupaciones de la gente van por rutas distintas, lo que no abona a su credibilidad.
- El tono de confrontación. Hace dos años vimos al presidente Peña Nieto enojado, dando una explicación larga y enredada de finanzas públicas para justificar el “gasolinazo”. El remate de su discurso fue una pregunta retórica a la audiencia: “¿Qué hubieran hecho ustedes?”. Hoy vemos a López Obrador también molesto, afirmando que los reportes de desabasto son “exageraciones de la prensa fifí“. El tono de confrontación no puede ser parte de un ejercicio de rendición de cuentas de un presidente de la República, ante una situación que demanda poca ideología y mucha planeación.
- Culpar a otros de decisiones propias.
Peña Nieto nos dijo hace dos años que el aumento del precio de la gasolina “vino del exterior” y que era culpa de sus antecesores. Hoy, López Obrador dice que el desabasto es producto de la indolencia de gobiernos anteriores ante el robo de combustible. Tal vez sea cierto, pero a los presidentes se les elige para resolver los problemas, no para agravarlos con decisiones improvisadas y justificarse con las decisiones de otros.
- Negar la realidad, contradecir la percepción de la gente, e incluso culparla por el problema. Tal vez el mayor error de López Obrador en esta situación ha sido su insistencia en que “no hay desabasto”. En un anuncio de Pemex, un locutor con voz engolada comienza diciendo justamente eso: “Decirlo claro. No hay desabasto de gasolina y diésel”. La diferencia semántica entre escasez y desabasto y la explicación sobre que el problema es la distribución poco importa al ciudadano que padece en su vida y su economía la falta de combustible. Peor aún resulta la noción de que el desabasto es culpa de los ciudadanos que, ante la desinformación, decidieron comprar gasolina anticipadamente.
- Convertir todos los temas en un conflicto político contra el presidente. Tal vez el peor error de la comunicación presidencial sea su tendencia a convertir todo en un complot, real o potencial. Cuando AMLO muestra más preocupación por explicar que “sus adversarios” y “la prensa fifí” exageran el problema que por entender que la economía de muchos hogares está en riesgo, está dañando el principal activo de su marca: la cercanía con la ciudadanía.
Una reflexión final. Es muy probable que AMLO tenga la intención sincera de combatir el robo de combustible y la corrupción que permitió que este delito creciera impunemente. Pero al igual que en otros momentos clave (como el aeropuerto o el fallecimiento de la gobernadora de Puebla), el presidente y su equipo incurren en una visceralidad ideológica y política que, combinada con una dosis muy visible de soberbia, les impide corregir el rumbo ante la evidencia de que las cosas no les están saliendo bien. Los seguidores más fieles de AMLO solo quieren evaluarlo a partir de la pureza de sus intenciones, mientras que él nos pide que le tengamos fe, y que confiemos en su juicio. Pero esto no es sostenible en el tiempo. En democracia, se evalúa a los gobernantes por sus resultados. Y en el caso de esta crisis autogenerada, los resultados están desgastando la confianza que muchos tienen en el nuevo gobierno y confirmando los peores temores de otros sobre su capacidad para administrar a un país del tamaño de México.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.