¿Cómo ganan los terroristas?

Según un sondeo reciente, el terrorismo es el tema más importante para los electores estadounidenses. 
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La pregunta que da título a esta columna ha ganado relevancia desde los ataques de París y San Bernardino y lo hará aún más si se cumplen los pronósticos y el Estado Islámico vuelve a atacar más allá de las fronteras de su pretendido califato. Para responderla, primero hay que entender que el terrorismo es, generalmente, una de dos cosas: un acto de coerción política o una provocación. El 11 de septiembre fue, por ejemplo, el más violento de los anzuelos. Osama bin Laden buscaba atraer a Estados Unidos a una confrontación que llevara al país a la ruina económica y al desprestigio mundial. En ese sentido, se salió con la suya: las consecuencias de la irreflexiva reacción del gobierno estadounidense no podrían ser más evidentes, incluso ahora. El costo de la ocupación en Irak ha sido altísimo, e incluye los cimientos de varios grupos radicales, entre ellos el mismo ISIS.

Además de desatar una guerra onerosa, Bin Laden quería enredar la psique estadounidense en una suerte de neurosis colectiva. Calculaba, no sin razón, que un ataque de aquel calibre cambiaría por décadas el tono de la política en Estados Unidos e incluso el tejido social de buena parte de la sociedad. Su intención era modificar sustancialmente el modo de vida de un país al que detestaba, de la misma manera como lo habían hecho grandes ideólogos islamistas como Sayyid Qutb.

Desde esa perspectiva, el triunfo de Bin Laden resulta menos claro. Aunque el miedo, en efecto, se volvió un ingrediente del discurso político en Estados Unidos —ahora más que nunca, cortesía del señor Trump— los estadounidenses no permitieron que la amenaza terrorista alterara su estilo de vida o sus hábitos más elementales. Nueva York se levantó de las cenizas y en el bajo Manhattan, donde entonces estaban las Torres Gemelas, se yergue ahora un hermoso complejo repleto de oficinas cuya última preocupación es la posibilidad de un nuevo atentado devastador. A pesar de la guerra y el temor, la vida siguió su curso. Los terroristas no ganaron.

No puede decirse lo mismo ahora, al menos no en Estados Unidos tras la masacre de San Bernardino. El asesinato salvaje de 14 personas en ese modesto centro de rehabilitación ya ha modificado, para empezar, la dinámica de la elección del candidato republicano. Es probable, incluso, que el atentado se convierta en el parteaguas de la elección presidencial de 2016. Así lo reveló el tono de alarma histérica en el último debate entre los precandidatos republicanos. De acuerdo con el sondeo más reciente de Gallup, el terrorismo es hoy el tema más importante para los electores en Estados Unidos. Así, el ataque logró su cometido.

¿Y qué hay de la reacción de la sociedad ante la amenaza del terror? En Francia, tras los ataques brutales de noviembre, la gente desafió la intimidación terrorista e instó a sus vecinos y a la ciudad entera a volver a ocupar los restaurantes, los bares y los sitios de esparcimiento. En ese sentido, los parisinos emularon la resistencia valiente y osada de Israel durante la ola de violencia de la Segunda Intifada, en la que murieron cerca de mil israelíes en ataques terroristas. En un notable análisis de la reacción israelí a la cotidianidad terrorista en aquellos primeros años del siglo XXI, el profesor Dov Waxman señala que “en vez de permitir que el terrorismo alterara seriamente sus vidas, los israelíes hicieron solo ajustes menores a su comportamiento diario (…) siguieron saliendo a cafés y continuaron tomando autobuses de transporte público”. En suma, la gente en Israel, como los parisinos años más tarde, no permitió que la violencia alterara su modo de vida.

¿Ocurrirá lo mismo en Estados Unidos? La semana pasada ofreció dos reacciones muy diferentes que ilustran, cada una a su manera, el posible desenlace de esta nueva versión del terror. El martes 16, autoridades en Nueva York y Los Ángeles recibieron correos electrónicos prácticamente idénticos, amenazando instalaciones escolares. Los neoyorquinos estudiaron la provocación y la descartaron como falsa. En línea con la resiliencia parisina, las escuelas permanecieron abiertas. En Los Ángeles sucedió lo opuesto. El gobierno local y el distrito escolar decidieron cerrar 900 planteles, dejando sin clases a casi 700 mil niños. A pesar de la torpeza evidente (casi cómica) con la que estaba escrito el famoso correo, las autoridades educativas cedieron al temor y modificaron la rutina diaria de la ciudad y sus habitantes. A media tarde, el alcalde de Los Ángeles anunció que la amenaza había sido un burdo engaño y las escuelas abrirían de nuevo al día siguiente.

¿Cuál de las dos grandes ciudades respondió mejor? Aunque el argumento de preservar la seguridad de miles de niños (entre ellos, lo aclaro, mis propios hijos) es imposible de refutar, conviene considerar las consecuencias simbólicas de la temerosa decisión de las autoridades de Los Ángeles. Claro que es mejor prevenir que lamentar, pero es aún mejor seguir viviendo con normalidad y gallardía a pesar de las amenazas. En un escenario, ganan los terroristas. En el otro, la libertad.

(Publicado previamente en el periódico El Universal)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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