El carácter maniqueo y polarizador del discurso de Andrés Manuel López Obrador no debe llamar a sorpresa; siempre ha ido en ese sentido, si bien por momentos lo ha combinado con su opuesto: el llamado a la conciliación, la fraternidad entre los mexicanos, la república amorosa. Pero curiosamente, estos últimos conceptos se oían durante la campaña y no desde que gobierna. Ahora a diario predomina la narrativa de buenos contra malos, héroes contra villanos, liberales contra conservadores (del siglo XIX). No es algo original. Es típico de diversos gobiernos populistas y autoritarios (de izquierda o derecha, globalizadores o proteccionistas, laicos o religiosos, revolucionarios o reformistas, liberales o estatistas), para los cuales la confrontación es parte de una estrategia política; descalificar toda crítica y cuestionamiento (por tener malas intenciones), cerrar filas entre los seguidores y devotos, tener un culpable para todos los fallos y errores en que incurra el gobierno, justificar medidas, incluso ilegales, para concentrar en lo posible el poder. Eso viene desde tiempo atrás, pero la bibliografía contemporánea sobre regímenes populistas y las llamadas democracias iliberales (de origen democrático pero que degeneran en un régimen autocrático o semi-autocrático), revelan que dicho maniqueísmo polarizador es una constante. Y generalmente, se expresa de manera rudimentaria, burda y simplista. En la lista de populistas contemporáneos suelen aparecer gobernantes como Castro, Chávez, Maduro, Ortega, Morales, Trump, Putin, Kischner, Bolsonaro, Erdogán, Orbán y, desde luego, el presidente de México.
Revisemos lo que dicen algunos estudiosos a partir del estudio de varios de esos gobiernos en los años recientes, desde una perspectiva de política comparada.
Dice Jan Werner Müller:
“Además de ser antielitistas, los populistas son siempre antipluralistas; aseguran que ellos, y sólo ellos, representan al pueblo […] El postulado de representación exclusiva no es empírico; siempre es de marcada naturaleza moral. Cuando están en campaña, los populistas retratan a sus rivales políticos como parte de la élite corrupta e inmoral; cuando gobiernan, se niegan a reconocer la legitimidad de cualquier oposición.”
((Jan Werner Müller, ¿Qué es el populismo? México, Grano de Sal, 2017. Introducción.
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Es decir, en tanto los políticos demócratas aceptan que la representación popular “es temporal y falible [y] que las opiniones opuestas son legítimas […] los populistas afirman que ellos y sólo ellos representan al pueblo verdadero”.
((Ibid. cap. i.
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Decía al respecto el anarquista Bakunin: “El pueblo es la única fuente de verdad moral”.
((Idem.
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Otra de las diferencias entre democracia y populismo es que “la primera permite que las mayorías autoricen a representantes cuyas acciones pueden o no terminar amoldándose a lo que la mayoría de los ciudadanos esperaba o habría deseado; el último pretende que ninguna acción de un gobierno populista pueda cuestionarse, pues el pueblo así lo ha deseado”.
((Ibid. cap. iii.
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Carl Schmitt, ideólogo del nazismo, afirmaba que el fascismo podía concretar los ideales democráticos con más amplitud que la democracia misma. Eso, en virtud de la “identidad de gobernantes y gobernados” que caracterizaba, según él, dicho régimen (idea típica del populismo).
((Cfr. Giovanni Gentile, “The Philosofic Bases of Fascism”, Foreign Affairs, vol. 6, núm. 2, enero de 1928.
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La concepción populista de la democracia destaca la comunidad (el pueblo) por encima del individuo. De ahí que Cristina Fernández de Kirchner señalara que la democracia liberal, entendida como separación de poderes, era “la democracia ciencia ficción, sin pueblo”.
((Citada en Axel Kaiser y Gloria Álvarez, El engaño populista. Deusto, 2016.cap. i.
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Por su parte, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan como algunos de los rasgos típicos del populismo los siguientes:
- Si algo claro se infiere del estudio de las quiebras democráticas en el transcurso de la historia es que la polarización extrema puede acabar con la democracia.
- Los populistas suelen ser políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del pueblo y que libran una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora. Los populistas tienden a negar la legitimidad de los partidos establecidos […] tildándolos de antidemocráticos o incluso de antipatrióticos […] Y prometen enterrar a esa élite y reintegrar el poder al pueblo.
((Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, México, Ariel, 2018, pp. 11-18.
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Y Arias Maldonado introduce como características distintivas de una situación populista, o propicia para ello, las siguientes:
- La existencia de dos unidades de análisis homogéneas: élite y pueblo.
- Una relación de amor y odio entre ambas, que conforma visiones e interpretaciones antagónicas entre soportes externos.
- Valoraciones contrapuestas: a la positiva del pueblo se le contrapone la negativa de la élite.
- La idea de soberanía popular, entendida como la voluntad general que prevalece sobre el resto y que es monopolizada por quienes se consideran garantes y deudores de dicha soberanía. El todo por la parte.
((Citado por Fran Carrillo (coord.), El porqué de los populismos. Un análisis del auge populista de derecha e izquierda a ambos lados del Atlántico, Deusto, 2017, Introducción.
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Enrique Krauze destaca de este tipo de gobernantes:
- “El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella […] El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, alumbra el camino y hace todo eso sin limitaciones ni intermediarios.” Y recuerda a Aristóteles al hablar de la demagogia como un elemento riesgoso de las democracias: “Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar”, decía el filósofo griego.
- “El populismo fabrica la verdad.” Es la pretensión de los populistas de ser los auténticos y únicos intérpretes de la voluntad popular, que en realidad esconde sus propias ambiciones personales de bienes, poder o gloria (o todas las anteriores, según el caso). Y apunta Krauze que, por lo mismo, “los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla.”
- “El populista alienta el odio de clases.” Y empieza citando, de nuevo, a Aristóteles: “Las revoluciones en las democracias son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos […] que concitan al pueblo contra [los ricos]”. Pero aclara Krauze que, en el caso latinoamericano, al menos, “los populistas […] hostigan a los ricos (a quienes acusan a menudo de ser antinacionales), pero atraen a los ‘empresarios patrióticos’ que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor”.
- “El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales […] apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece ‘Su Majestad El Pueblo’ para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra los malos de dentro y fuera.”
((Enrique Krauze, “Decálogo del populismo”, Reforma, 23 de octubre de 2005.
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Desde luego que tales características, descritas y escritas antes del inicio del gobierno de Amlo, se corresponden en buena medida a lo que estamos viendo. Más aún, Pedro Esteban Roganto apunta sobre Amlo: “En sus apariciones públicas, lo mismo en sus declaraciones a los medios, el presidente polariza y se muestra hostil contra sus adversarios. No duda en considerarlos sus enemigos o enemigos del pueblo, y gusta de mantenerlos bajo amenaza de enviarlos a la cárcel”.
((Pedro Esteban Garanto, “El presidente; radiografía del autoritarismo (I)”, SDPnoticias, 18 de febrero de 2019.
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Esa es la dinámica que se vive desde 2018 y que probablemente continuará bajo una polarización creciente, con el consecuente perjuicio a la civilidad política y, eventualmente, a la democracia misma.
Extractos del libro AMLO en la balanza: De la esperanza a la incertidumbre, editado por Grijalbo/Mondadori (2020).
Profesor afiliado del CIDE.