El Gobierno ha cesado a la directora del Instituto de las Mujeres días después de que se hiciese público que la empresa que comparte con su mujer recibió al menos 64 contratos para los puntos violeta con ayuntamientos del PSOE, por los que habría facturado 250.000 euros. La decisión es sorprendente. En primer lugar, se basa en recortes de prensa (la noticia la publicó el periódico digital El Español). En segundo lugar, como ha señalado Elena Alfaro, al enterarse cualquiera (y si no cualquiera, al menos sí el presidente del Gobierno) diría que desean que las mujeres se queden en casa y no trabajen. Hay por supuesto otras cuestiones, como el fuego amigo dentro del gobierno. Pero lo más interesante del caso es que demuestra que tenemos un enfoque equivocado en torno a la corrupción. Por suerte, voy a corregirlo.
La corrupción, que podría parecer similar cuando la cometen unos y otros, es ontológicamente distinta si es de izquierdas o de derechas. A fin de cuentas, la derecha, como recordaba en X Mercutio, ya tiene los contactos, el colegio bilingüe y el MBA, la pasta y el real estate, los campamentos de golf o en Estados Unidos, los contactos en el mundo empresarial, los primos segundos y el colegio del Pilar. No lo llamamos corrupción o tráfico de influencias porque nos parece un movimiento natural, tan evidente que no lo detectamos. (Aun así, esa ventaja no siempre basta y como todos sabemos la derecha recurre también a la corrupción explícita.)
Frente a eso, ¿qué tiene la izquierda? Es verdad que hay algunos políticos de izquierdas que son hijos de diplomáticos, y que Alejandro Fernández, del Partido Popular, era el único cabeza de lista que había ido a colegio público en las elecciones catalanas (con Laia Estrada, de CUP), pero el veneno no mata a las superratas ni el dato a los relatos. No hay esa facilidad de acceso, ese entorno, esa acción heredada en el club de golf, y si hablas un idioma ha sido a base de hacer listas de phrasal verbs, una beca del gobierno de Aragón y novietes extranjeros. El tráfico de influencias es la forma de superar la desventaja inicial. El Estado debe reducir las desigualdades: este es un ejemplo perfecto de esa función. ¿Sería posible corregir esa desventaja de partida sin soluciones creativas? Por supuesto que no, y algunos de nuestros antimeritócratas más brillantes presentarán pronto un paper sobre el tema. Debemos defender la mal llamada corrupción si creemos en la igualdad de oportunidades. La corrupción es justicia social. En los fines (mantenernos en el poder), pero también en los medios. Es incluso revolucionaria. Por eso la derecha, los jueces y los tabloides digitales reaccionan con tanta virulencia contra ella (cuando no la practican los suyos): amenaza sus privilegios. Y también por eso no debemos amilanarnos. Ladran, luego cabalgamos: al galope, y en defensa del ascensor social.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).