A Jesse Watters parece divertirle el experimento con humanos que acaba de ocurrir y que narra como si fuera una simple travesura. El comentarista de Fox News mira a cámara sin pestañear y habla con sorna. Ron DeSantis, gobernador de Florida y aspirante a la candidatura presidencial republicana, ha orquestado el traslado de medio centenar de migrantes desde Texas a Massachusetts. El grupo de extranjeros, enviado a “contaminar” con su presencia la exclusiva isla de Martha’s Vineyard, donde suelen vacacionar los demócratas, luce perdido. Ninguno sabe que es objeto de una grotesca manipulación política.
El canal conservador presenta la operación como una lección para los demócratas, una cucharada de su propia medicina, apenas una muestra de lo que padecen los estados fronterizos por la política de inmigración del gobierno del presidente Joseph Biden. Watters no disimula que le hace gracia la jugada política. Sostiene que la maniobra ha servido para exponer la “doble moral” de los liberales y, que rápidamente, en menos de 48 horas, estas criaturas ajenas al paisaje de Martha’s Vineyard –mansiones muy blancas, pavimento impecable, aceras limpísimas– son llevadas a una base militar en Cape Cod. Curiosamente, no son los demócratas sino las autoridades estatales de Massachusetts, gobernado por el republicano Charlie Baker, las que se encargan del traslado.
El trasiego interno de migrantes no es una novedad en Estados Unidos. Si acaso, el “aporte” del gobernador de Florida consiste en el medio de transporte –dos aviones fletados– y haber tomado acción con personas que ni siquiera estaban dentro de su jurisdicción. Ron DeSantis no ha hecho más que seguir una peligrosa estrategia política de tinte fascista. Al menos desde abril, otros centenares de extranjeros, llevados en autobuses, han sido depositados en “santuarios” demócratas –Washington, Nueva York y Chicago– por cortesía de dos gobernadores republicanos. Greg Abbot, de Texas, y Doug Ducey, de Arizona, son pioneros en esta práctica de manejo de aliens como si fueran desechos orgánicos.
En lo que va de año, más de once mil extranjeros –en gran parte solicitantes de asilo– han sido trasladados a territorio demócrata, voluntariamente o bajo engaño, como parece haber sucedido con el grupo dejado en Martha’s Vineyard a mediados de septiembre y con un centenar de personas que, previamente, fue abandonado frente a la casa de la vicepresidenta Kamala Harris. En ello ha habido más efectismo político, y más fascismo, que soluciones reales al problema de un sistema migratorio saturado.
Las solicitudes de asilo en Estados Unidos se han multiplicado, al pasar de más de 30 mil en 2010 a más de 150 mil en 2022, como apuntó la columnista del New York Times, Farah Stockman. Actualmente, hay más de 660 mil casos pendientes. “Se supone que las audiencias de asilo deben llevarse a cabo dentro de 45 días de la presentación de una solicitud, pero el tiempo de espera en este momento promedia casi cuatro años y medio”, según datos de la Universidad de Syracuse.
Mientras, estos conejillos de indias son usados por los más radicales como munición en la batalla interna por el control del partido Republicano y, también, como fichas en la rebelión de los republicanos contra la política de inmigración de la administración Biden. Pero, más allá de la propia maniobra y de la coyuntura electoral, los migrantes han sido desplazados como peones en un tablero más amplio y combustible, el del nacionalismo y la xenofobia.
Como tantos otros, los cincuenta migrantes de Martha’s Vineyard atravesaron las fronteras de siete países en busca del sueño americano, a la espera de un golpe de suerte. Asilo, comida, albergue temporal, oportunidad de trabajo. Son venezolanos pero la nacionalidad es lo de menos. Sus pequeñas vidas no le importan a Fox News ni a DeSantis, probablemente, tampoco a los demócratas; no son relevantes más que para ellos mismos. Son migrantes, son latinoamericanos, son indeseables. Pero resultan útiles como instrumento de las fuerzas más reaccionarias. En este momento, se les puede sacar provecho político.
En el fondo, toda la operación del gobernador DeSantis, amplificada por Fox News, junto a la de los gobernadores de Texas y Arizona, se inscribe dentro de una peligrosa tendencia, un síntoma de algo que va más allá de una batalla electoral concreta o el rechazo a una política federal. La puesta en escena en Martha’s Vineyard es la representación del “fascismo vestido de civil” del que hablaba el semiólogo italiano Umberto Eco en su reflexión sobre el fascismo eterno.
¿Cuándo nace el fascismo? En qué momento comienza a tomar forma bajo la apariencia de simples diferencias políticas y a permear a la sociedad? “El Ur Fascismo crece y busca el consenso explotando y exacerbando el natural miedo a la diferencia. El primer llamado de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos”, escribió Eco.
Ese fantasma lleva un buen tiempo rondando a Estados Unidos. Y no se trata de un fenómeno marginal de un grupito de ultraderecha. Ha encarnado en un presidente, Donald Trump (2018-2022), en medios de comunicación, en movimientos conspiracionistas como QAnon, en el ataque al Capitolio que tomó por sorpresa a todo el mundo el 6 de enero de 2021 y, también, en declaraciones incendiarias banalizadas como la que lanzó DeSantis contra el asesor presidencial de Salud, Anthony Fauci: “Alguien tiene que agarrar a ese pequeño elfo y arrojarlo al otro lado del Potomac”.
Hace siete años, Donald Trump lanzó al ruedo su candidatura para las primarias del Partido Republicano con un discurso en el que insultó a los mexicanos: “nos mandan gente con un montón de problemas: drogas, crimen, violadores”. Ahora afirma que el gobierno venezolano envía a “viciosos convictos”, que han cometido asesinatos, violaciones y otros crímenes atroces, a envenenar el “bello Estados Unidos”. Más aun, asegura que “129 países” han infiltrado en el país a los “criminales más duros”. La migración misma presentada como la gran conspiración global y no como tragedia.
Nada indica que la inclinación a satanizar al otro vaya a disminuir a medida que la presión migratoria aumenta. Más de dos millones de extranjeros han sido detenidos durante el último año en la frontera entre Estados Unidos y México. El ambiente político en Estados Unidos hace prever que los migrantes seguirán siendo el anzuelo favorito del ultra conservadurismo. ¿Cuándo una tendencia se convierte en un movimiento indetenible? Cabe recordar a Umberto Eco de nuevo:
A los que carecen de una identidad social cualquiera, el Ur-Fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Es este el origen del “nacionalismo”. Además, los únicos que pueden ofrecer una identidad a la nación son los enemigos. De esta forma, en la raíz de la psicología Ur-Fascista está la obsesión por el complot, posiblemente internacional. Los secuaces deben sentirse asediados. La manera más fácil de hacer que asome un complot es apelar a la xenofobia.