“Esto ha terminado. Los nuestros nos han sacrificado”, escribe Carles Puigdemont al exconseller de Sanidad Toni Comín (ERC) en un mensaje que ha obtenido en exclusiva el programa de AR en Telecinco. Y continúa: “El plan de Moncloa triunfa. Solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir todos de la cárcel porque si no, el ridículo es histórico, es histórico…” La exclusiva no aporta la respuesta de Comín, si es que la hubo. La justificación de Puigdemont, después de la filtración de los mensajes, es un poco lo de siempre: admitir implícitamente el error pero actuar como si no hubiera pasado nada. En Twitter escribió: “Soy periodista y siempre he entendido que hay límites, como la privacidad, que nunca se deben violar. Soy humano y hay momentos en que también dudo. También soy el presidente y no me encogeré ni daré un paso atrás, por respeto, agradecimiento y compromiso con los ciudadanos y el país. ¡Seguimos!” Es decir, que no seguís.
Llevamos meses debatiendo sobre el fin del procés. Después de la declaración de independencia en diferido de Puigdemont el 10 de octubre, del artículo 155, del exilio y el encarcelamiento de algunos miembros del Govern, el procés parece muerto, o al menos dando los últimos coletazos. Como buena maniobra de diseño (en todos los aspectos: en semántica y en tipografía; ¿no están los mejores diseñadores de España en Barcelona?), el procés sabe renovarse bien. Pero como muestra uno de los mensajes de Puigdemont (“Esto ahora ha caducado y me tocará dedicar mi vida a la defensa propia” y a “proteger mi reputación”), los líderes independentistas buscan la reparación personal y no confían en la recuperación del procés.
La página de Facebook “Humans of late capitalism” (“Humanos del capitalismo tardío”) sube imágenes y memes absurdos y con un punto distópico y siniestro sobre la vida contemporánea, para demostrar que el capitalismo está en las últimas: tanto ridículo, confusión y falta de relato no pueden sino demostrar que está a punto de morir. Está inspirada en la idea marxista de las “contradicciones” del capitalismo. Si seguimos esa tesis, el procés está más muerto que vivo porque ha entrado en su fase más absurda. Un “president” autoexiliado y su intento de gobernar telemáticamente desde Bruselas e incluso la teoría de que podría acudir al Parlament en el maletero de un coche, una partición indepe entre encarcelados y exiliados, y entre revolucionarios (la derecha de CDC y la izquierda radical de la CUP) y partidarios de gobernar cuanto antes (ERC), una base social que parece cada vez menos movilizada (¡con caretas de Puigdemont a lo Anonymous! Si esto no es late capitalism…), filtraciones, unos comités de defensa de la república al estilo de los montoneros peronistas, que ocuparon el parque de la Ciutadella donde se encuentra el Parlament.
Pero si realmente está en las últimas, su muerte no va a significar el final del problema. Lo que viene después del procés es muy complicado. “Antes de que el capitalismo se vaya al infierno”, escribe el sociólogo Wolfgang Streeck en ¿Cómo terminará el capitalismo? Ensayos sobre un sistema en decadencia (Traficantes de sueños, 2017), “durante un tiempo previsiblemente largo permanecerá en el limbo, muerto o agonizante por una sobredosis de sí mismo, pero todavía muy presente porque nadie tendrá poder suficiente para apartar del camino su cuerpo en descomposición.” El cadáver del procés va a oler durante años.
“You’re not going to like what comes after America”, dijo Leonard Cohen en una entrevista posterior a los atentados del 11S. Lo que viene después del procés es el intento dificilísimo de normalizar una sociedad polarizada. Los independentistas han utilizado las instituciones como su cortijo, han abusado de la oposición, han explotado el resentimiento y el victimismo, y a la vez han actuado con superioridad y a menudo con actitudes supremacistas. Han creado normas ad hoc que luego se han saltado, han colonizado el sector público y han utilizado las televisiones públicas para apelar solo a la mitad de la población. Han creado una frustración que será difícil de reparar. Y han acabado con un consenso sobre lo que significa la democracia. No solo han defendido una concepción plebiscitaria y tumultuosa de esta, sino que han contribuido al desencanto con la democracia representativa. Para el independentismo, la democracia es todo lo que entra en el procés. España no se salva de la crisis de representación (según un estudio, un 23% de los españoles cree que puede influir en lo que hace el gobierno, frente a un 33% de la media de la OCDE). Pero los excesos y abusos del independentismo son inéditos y posiblemente peores, y son un buen ejemplo de lo que ocurre cuando gobierna el populismo.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).