De faldas y pantalones: ¿por qué importa el uniforme neutro?

La decisión de permitir el uniforme neutro en escuelas públicas de la Ciudad de México no terminará de golpe con la discriminación y la violencia de género, pero disparará conversaciones que harán que los estudiantes crezcan en ambientes más abiertos a la diversidad.
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Hay acciones que, por triviales que les parezcan a algunos, representan grandes pasos en términos de tolerancia y equidad de género. Un ejemplo es la medida anunciada por la Secretaría de Educación Pública (SEP) el pasado 3 de junio, según la cual los estudiantes podrán elegir libremente usar pantalón o falda en las escuelas primarias y secundarias públicas de la Ciudad de México. “Con el #UniformeNeutro”, señaló ese día la SEP a través de su cuenta de Twitter, “fomentamos la igualdad de derechos y la equidad de género desde la #EducaciónBásica”.

Las reacciones han sido variadas, por supuesto. Por un lado, un día después del anuncio oficial, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) emitió un boletín de prensa respaldando la medida como un paso hacia el desmantelamiento de estereotipos de género dañinos que “limitan el derecho al libre desarrollo de la personalidad de las personas, justifican la violencia escolar y discriminación por orientación sexual, identidad y expresión de género, y vulneran el derecho a la educación cuando se impide a una niña o niño asistir a clases si no cumple con lo que dicta el estereotipo”. Por otro lado, la Unión Nacional de Padres de Familia criticó la medida argumentando que no resuelve nada y que dar esa libertad a los estudiantes era una forma de imponer “la ideología de género” (como si imponerle a las niñas el uso de falda y a los niños de pantalón no lo fuera). La adopción tramposa

((El campo interdisciplinario de los estudios de género propone cuatro dimensiones: el sexo biológico, la identidad de género (que coincide o no con el sexo biológico), el rol de género (determinado por la sociedad) y orientación sexual (hacia quién se siente atraída la persona). Al simplificarlas como “ideología de género” y equiparar esta con una corriente de pensamiento que supuestamente lleva a negar las “diferencias naturales” que existen entre los sexos y a adoctrinar a los niños en prácticas homosexuales, organizaciones sociales, políticas y religiosas de derecha como CitizenGo en España, el Centro Democrático en Colombia y el Consejo Mexicano de la Familia y la Iglesia Católica en México utilizan el término para empujar una agenda que incluye el rechazo del matrimonio entre personas del mismo sexo y de la adopción homoparental, los derechos de las personas trans, la educación sexual en las escuelas y el aborto.
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 de términos como éste para adaptarlos al discurso de su conveniencia es una estrategia que los líderes de derecha utilizan cada vez más. Estas ideas dispares de nombres rimbombantes han salido a relucir en manifiestos y pancartas mostradas en marchas contra el matrimonio entre personas del mismo sexo en México, Colombia, Perú y Brasil, donde el ataque ha provenido del gobierno de Jair Bolsonaro.

La discusión se tornó más compleja todavía cuando el secretario de Educación, Esteban Moctezuma, aclaró que la medida del uniforme neutro está enfocada únicamente en que las niñas puedan usar pantalón y no en la posibilidad de falda para los niños, como había mencionado claramente Claudia Sheinbaum unos días antes, durante el evento en que dio a conocer la medida. Es difícil saber si la contradicción entre Moctezuma y la jefa de gobierno responde a una confusión (“pregúntenle a ella” respondió el secretario cuando le preguntaron si Sheinbaum había cometido un error) o a una confrontación más o menos abierta de puntos de vista. Lo que queda claro es que limitar el uniforme neutro a las niñas representaría un límite en el potencial que la disposición tiene para generar espacios de libertad que, a la larga, contribuyan a terminar con la rígida diferenciación de género que vulnera las libertades de niños y niñas por igual. Después de todo, con algunas excepciones, las mujeres pueden usar pantalón desde hace años, por lo que es la lucha inversa, que los niños puedan usar falda, la que podría tomar un papel central en esta discusión.

Los códigos de vestimenta no son reglas inmutables escritas en piedra, sino convenciones sociales y culturales que deberían estar sujetos a constante revisión para ajustarlos a lo que mejor nos convenga, sobre todo tomando en cuenta que la medida del uniforme neutro no obliga a nadie a vestirse de modo alguno: otorga simplemente libertad de elegir. No cierra espacios, los abre con el fin de crear escuelas tolerantes y respetuosas de los derechos y de la diversidad.

Otro de los reproches que se hicieron es que se trata de un tema no prioritario para la vida de la ciudad. Ante la cantidad de problemas por resolver, como la infraestructura de las escuelas y la calidad de la educación, algunos consideran que el uniforme neutro no tendría por qué encabezar la lista. Sin embargo, lo que esta crítica no toma en cuenta es que la imposición de la falda como parte del uniforme oficial para las niñas no sólo es incómodo (te da frío, pierdes movilidad al jugar, es incomodísima cuando te está bajando), sino que puede disparar casos de acoso por parte de los profesores o entre compañeros que a menudo desembocan en episodios de violencia más graves.  

Es cierto que el uniforme neutro no va a terminar con la discriminación en las escuelas. No va a solucionar el problema de la violencia de género. No es una varita mágica que vaya a transformar de la noche a la mañana la realidad de acoso que viven muchas niñas dentro y fuera de planteles educativos. Pero a partir de su implementación, miles de estudiantes de la ciudad podrán sentirse más cómodos durante sus clases, más libres. Si bien no se trata de una disposición que vaya a funcionar en automático, sin duda generará disrupción –para bien– y disparará conversaciones que harán que los estudiantes crezcan en ambientes más reflexivos y abiertos a la diversidad. Un estudiante que es testigo de esta apertura se convertirá, seguramente, en un ciudadano más respetuoso no solo de la vestimenta, sino de las preferencias ajenas de todo tipo.

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(Ciudad de México, 1984). Estudió Ciencia Política en el ITAM y Filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York. Es cofundadora de Ediciones Antílope y autora de los libros Las noches son así (Broken English, 2018), Alberca vacía (Argonáutica, 2019) y Una ballena es un país (Almadía, 2019).


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