¿El asesinato de Margaret Thatcher?

La tentación de los novelistas de cambiar el rumbo de la historia es casi irresistible. Si pueden crear universos enteros, ¿por qué no extender el territorio de la ficción a la historia y matar a un dictador, o a una primer ministro?
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En una tarde londinense atípica, soleada y sin lluvia, un hombre arma un rifle tan ligero que “cabe en una caja de cereal”, frente a la ventana de una recámara. La alcoba está situada en el piso superior de una de las casas viejas y elegantes que se levantan a lo largo de una calle plácida que se desliza entre curvas serpentinas. Los últimos días han sido caóticos para los vecinos: guardaespaldas y periodistas han ocupado la calle a la espera de Margaret Thatcher, la primer ministro británica, que está internada en una clínica oftalmológica que desemboca en la callejuela. El asesino, miembro del IRA, encuentra una cómplice impensada y al final de la historia, apunta a la inconfundible cabeza de Thatcher, coronada siempre por un casco de cabello rubio y tieso y murmura, “Rejoice”, ”fucking rejoice”. Un final que sería perfecto, a la altura de la maestría literaria de su autora Hilary Mantel, si no fuera por el hecho de que el lector sabe desde el título y la primera línea del cuento (“Imagine primero la calle donde exhaló su último suspiro”) que, en el cuento, Thatcher murió, en efecto, ese atardecer de l983.

Otro autor británico escribió alguna vez que escribir ficción no es un servicio público, sino una neurosis privada. Este cuento inédito que cierra y da nombre al último libro de relatos cortos de Mantel es una manifestación sin retoques de una neurosis privada. En una entrevista reciente, la autora declaró que detestaba a Thatcher, que había destruido Inglaterra con sus políticas, y había llegado y conservado el poder fingiendo una domesticidad femenina insufrible y actuando como un male impersonator. No es la única inglesa que odia aún ahora a Margaret Thatcher. Pero no todos los británicos tienen el talento literario de Hilary Mantel (que ganó dos Man Booker Price con los primeros magníficos libros de lo que será una trilogía sobre Thomas Cromwell). Así que Mantel puso su pluma al servicio de su neurosis privada y mató literariamente y a destiempo a Margaret Thatcher.

¿Se vale? ¿Puede un novelista alterar la historia? Es una pregunta que se ha hecho cualquiera que haya escrito novelas históricas, y sus críticos. El debate reciente ha abarcado a otros autores de la categoría literaria de Mantel, como Martin Amis. Cynthia Ozick publicó a fines de octubre en el blog de The New Republic una reseña muy crítica —y justa— del último libro de Martin Amis: Zone of Interest, un término que carga un lastre terrible. En alemán, Interessengebiet era el área que rodeaba a un campo de concentración y que había sido sometido a una limpieza étnica para albergar a los alemanes que administraban los campos y fingían vivir en plena normalidad, en medio del hedor de millones de cuerpos incinerados. Las críticas a Amis se han centrado en el idilio imaginado que creó, entre la esposa del administrador del campo —una disidente embozada que escucha la radio enemiga— y un subalterno que se regocija al final por la derrota nazi.

El problema de Amis, es que no hay un solo ejemplo histórico de una esposa de administrador de campo de concentración que haya conservado un solo rasgo de humanidad. Eran tan criminales, brutales y despiadadas como sus maridos. Mucho menos de un funcionario nazi —que, para colmo, compartía la mesa de Hitler— que haya disfrutado la derrota de Alemania en 1945.

La tentación de los novelistas de cambiar el rumbo de la historia es casi irresistible. Si pueden crear universos enteros, con atmósferas propias y personajes que casi cobran vida, ¿por qué no extender el territorio de la ficción a la historia y matar a un dictador tiránico como Trujillo, o a una primer ministro dominante y obcecada, o darle un dejo de humanidad a dos habitantes imaginarios del infierno nazi?

El mismo León Tolstói, el maestro de la novela histórica, debió haber sentido esa tentación cuando escribió La Guerra y la Paz. ¿Por qué no modificar la historia con un buen twist de ficción y asesinar a Napoleón en el corazón de Moscú?

Y sin embargo, en La Guerra y la Paz Napoleón no muere en Moscú y el Napoleón de la novela es el mismo que vivió en la historia. Y En La fiesta del Chivo, Vargas Llosa respetó también al personaje histórico que era Trujillo. Poner a convivir a personajes de ficción con personajes históricos impone una responsabilidad con la verdad histórica. No hay twist que valga. 

 

 

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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