En los próximos meses, los votantes del partido Demócrata tendrán la oportunidad de elegir a su candidato de entre un amplio catálogo de aspirantes que incluye todo tipo de progresistas en el espectro político estadounidense. Esto podría parecer una situación ventajosa. Sin embargo, el peligro de alienar a una gran cantidad de votantes en la elección general no es menor y, en unos comicios que sin duda dependerán de la cantidad de personas que salgan a votar, los demócratas en realidad caminan sobre una cuerda floja.
Quedan dieciocho meses en el calendario electoral y el partido enfrenta una larga lista de dilemas. Los candidatos aún están intentando descifrar cómo encarar temas que van desde la seguridad social a las injusticias raciales, del cambio climático a la epidemia de adicción a los opiáceos. La pregunta que ha animado la conversación en los últimos días, sin embargo, es la de si conviene iniciar un proceso de destitución (impeachment) al presidente, en vez de una discusión profunda sobre políticas públicas.
Aún así, el dilema más complicado que enfrenta el partido en esta temporada quizá no sea la destitución sino la migración y en particular cómo contrarrestar la obsesión del presidente Donald Trump con el tema. Aparte de su fijación con la indagatoria de Robert Mueller y su campaña personal contra los medios, ningún otro tema ha estado tan presente en la demagogia tuitera de Trump, ni en su retórica de campaña, como la instigación del miedo a los migrantes. No cabe duda que es un tema importante, por lo menos para los votantes republicanos. En una encuesta levantada justo antes de las elecciones intermedias del año pasado, el equipo del Pew Research Center descubrió que el 75 por ciento de los republicanos identifica a la migración ilegal como un “problema muy importante” para Estados Unidos, por encima de otros desafíos objetivamente más relevantes como la violencia armada, la epidemia de drogadicción o la desigualdad económica. En otra encuesta más reciente, el 68 por ciento de los republicanos eligió a la migración como uno de los temas prioritarios tanto para Trump como para el Congreso este año; el tercero más importante únicamente detrás del terrorismo y la economía.
Con toda seguridad, la migración acaparará la atención el próximo año. ¿Cómo deben responder los demócratas?
La respuesta no es obvia. Algunas personas han pedido que no solo se involucren en el tema, sino que aboguen por la necesidad de procesos judiciales y disuasión para hacer frente a la oleada de migrantes que llegan de Centroamérica. David Frum advirtió que no hay que caer en la complacencia liberal al tocar el tema, y, de manera controvertida, pidió a los demócratas que enfaticen la necesidad de la persecución policial. “Si los liberales insisten en que solo los fascistas hacen respetar las fronteras, entonces los votantes van a elegir a fascistas para que cumplan con la labor que los liberales se niegan a realizar”, escribió Frum, un hombre a quien no se le conoce por ser un pensador progresista.
Aún así, algunos integrantes del partido demócrata parecen coincidir. El estratega Simon Rosenberg me dijo que los demócratas deben “meterse” al tema de la migración para 2020, enfatizar los logros del partido en temas como seguridad fronteriza, proponer una ruta humanitaria y sustentable hacia la ciudadanía para las personas migrantes indocumentadas, así como un plan ambicioso de asistencia para el desarrollo de países centroamericanos. “Los demócratas tienen un historial muy sólido en gestión pragmática de la frontera y de los temas migratorios”, dijo Rosenberg. “El país ahora busca soluciones. Debemos enfocarnos en actualizar nuestra estrategia de ‘reforma incluyente’ para dar cuenta de los nuevos retos que la era de Trump ha creado”. ¿Cómo sería esta narrativa opuesta al nativismo de Trump? De los diecinueve candidatos que buscan la nominación demócrata, solo el ex alcalde de San Antonio Julián Castro ha planteado algo remotamente parecido a una postura innovadora en términos de migración.
Los demócratas tienen, sin duda, otro camino que puede parecer contraintuitivo en la época de las furibundas intimidaciones de Trump: podrían minimizar el tema de la migración. Durante un panel que moderé sobre el futuro de la política migratoria progresista, el columnista del New York Times y experto sobre el tema, Robert Suro, sugirió que los progresistas deberían simplemente hacer cuentas. Cuando dije que tres de cada cuatro votantes republicanos parecen estar preocupados por la migración indocumentada, Suro no se inmutó. “75 por ciento de los votantes republicanos te lleva a qué, ¿30 por ciento del electorado, quizá menos?”, preguntó Suro. “Para esos votantes, esa es su preocupación principal y por eso votarán. Pero aún tienes al resto del país, y según los números, sus actitudes ante la migración no han cambiado: son abrumadoramente receptivos”.
Lo que dice tiene sentido. La migración no parece ser una prioridad para la mayoría de los votantes estadounidenses. Para el público en general, la migración se ubica en el lugar nueve entre las “políticas públicas prioritarias” para 2019. Las encuestas han mostrado una y otra vez que la mayoría de los estadounidenses consideran que la migración es un activo positivo para el país. Algo que es quizá más importante es que algunas encuestas sugieren que el número de votantes independientes que tienen una opinión favorable de la migración y su papel en Estados Unidos ha seguido en crecimiento.
Durante esa misma conversación, Daniel Restrepo, miembro del Center for American Progress y ex asesor sobre el Hemisferio Occidental para el presidente Obama, comentó que los demócratas deben evitar “involucrarse en una discusión sobre cómo administrar la migración que llega a Estados Unidos”. Según Restrepo, la migración “no es un tema principal para una gran cantidad de votantes que pueden ser persuadidos”.
Una vez más, lo que dicen Suro y Restrepo puede ser cierto. Quizá la vía para que los demócratas contrarresten el nativismo de Trump sea no morder el anzuelo y enfocarse en cambio en temas de política económica interna. Si las intimidaciones y el miedo resultan ser una herramienta política poco efectiva con todo el gran público salvo por la base republicana, y si la retórica antiimigrante cae en oídos sordos con la mayoría de los votantes del país, la democracia estadounidense resurgirá con un nuevo vigor.
Si no sucede así, bueno, pues Donald Trump habrá tenido razón y el nativismo quizá se convierta en la nueva normalidad.
Es una apuesta enorme. Y el peso recae sobre los demócratas.
Publicado previamente en Slate y reproducido con autorización.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.