Sorprende y entristece el avance del discurso de odio. Su radical intolerancia frente al otro, frente a lo otro, es caracterรญstica de los fanatismos de la identidad, ya sea religiosa, racial, nacional, ideolรณgica. Pero su hรกbitat preferido no es la fe sino la mala fe. Sus armas son muy conocidas, y pueden ser letales.
Ante todo, la mentira y la calumnia, cuyo deleznable profeta fue Goebbels: "una mentira repetida mil veces se convertirรก en verdad". No sรณlo las redes suelen incurrir en ese vicio: tambiรฉn lo propician los diarios y los medios cuando, convertidos en modernos tribunales de la Santa Inquisiciรณn, emiten veredictos condenatorios de hechos o procesos sobre la base de opiniones o declaraciones parciales, no representativas ni suficientemente cotejadas; o cuando practican el Character Assassination basado en testimonios aislados, unilaterales (y hasta anรณnimos) sin respetar siquiera la mรกxima fundamental del derecho: la carga de la prueba recae en el acusador, no en el acusado. En las redes, el derecho de rรฉplica es al menos inmediato, pero en Mรฉxico una anticuada Ley de Imprenta (que data de 1917) vuelve difรญcil la rรฉplica en periรณdicos y revistas. Y, si bien la reciente Ley de Telecomunicaciones consigna claramente ese derecho, su efectividad en los medios electrรณnicos estรก por probarse.
Ademรกs de la mentira y la calumnia, el discurso del odio dispone de un variado herramental de distorsiรณn. Estรก, por ejemplo, el "doble rasero" para juzgar los hechos, tan antiguo como el Evangelio, que ya advierte contra quienes, por ver la paja en el ojo ajeno, olvidan la viga en el propio. Estรก tambiรฉn la "homologaciรณn" de hechos no homologables, o la amalgama de hechos que nada tienen que ver entre sรญ. Estรกn a la mano -omnipresentes, rotundas y tan fรกciles- las teorรญas de la conspiraciรณn, que en 140 caracteres explican el mundo por la acciรณn vasta y oscura de "los malos". Estรก el reduccionismo ramplรณn, las cortinas de humo para ocultar la verdad, las burdas simplificaciones, las exageraciones absurdas, el victimismo paranoico, el siempre tentador maniqueรญsmo, el ataque ad hominem. Y el pรบblico, รกvido de sangre y escรกndalo, engulle lo que le den.
¿Quรฉ hacer frente a esta plaga intelectual y moral que enturbia el presente y amenaza el futuro del periodismo y las redes? ¿Cรณmo consolidar, en el espacio periodรญstico, mediรกtico y cibernรฉtico, la prรกctica de valores tan esenciales como el rigor, la transparencia, el equilibrio, la disposiciรณn a razonar sobre las tesis contrarias, a rebatirlas con ideas y fundamentos? ¿Cรณmo restaurar, en una palabra, el respeto por la verdad objetiva?
Conviene alentar un amplio debate sobre el tema. No es sencillo. Potencialmente compromete a la libertad de expresiรณn, que es un valor cardinal de Occidente.
En Europa, muchos paรญses -sobre todo Alemania y Francia- han introducido legislaciones que castigan el discurso del odio. En Estados Unidos -cuya tradiciรณn protege con mayor amplitud la libertad de expresiรณn- sรณlo se le sanciona cuando se prueba de manera fehaciente su conexiรณn directa e inmediata con hechos de violencia. Por mi parte, creo que estรก en la mejor tradiciรณn liberal -la de John Stuart Mill- evitar la censura y defender la libertad, por dos razones.
En primer lugar, porque nadie tiene la verdad absoluta: muchas veces la verdad se abre paso a travรฉs de la competencia e incluso la colisiรณn de opiniones distintas y aรบn contrarias. En segundo lugar, porque las personas deben ser responsables de lo que dicen y de lo que creen. Si se dejan persuadir por una versiรณn torcida, es su problema. El mejor convencimiento no proviene de las prรฉdicas ajenas y menos de las imposiciones externas: proviene de encarar las consecuencias de los errores propios.
Pero esta defensa de la libertad de expresiรณn no significa dar luz verde al discurso del odio. Nuestras leyes e instituciones deben afianzar el derecho de rรฉplica en todos los medios y permanecer alertas a los casos en que ese discurso se traduzca, de manera probada, en violencia real. Los medios deberรญan ejercer un mรญnimo de autocrรญtica. Y las redes deben tomar conciencia de su ambiguo poder: pueden convocar movilizaciones liberadoras, y pueden atizar hogueras.
Por la experiencia de Europa en el siglo XX, sabemos los estragos a los que lleva la prรฉdica del odio. Y en el siglo XXI atestiguamos la resurrecciรณn de odios milenarios. Hay que enfrentar el discurso de odio en Mรฉxico, antes de que sea demasiado tarde.
(Reforma, 3 agosto 2014)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.