Lo que estoy por decir no está de moda: respeto profundamente al Ejército. Criticar a los verdes se ha vuelto la cumbre de lo políticamente correcto. “Que regresen pero ya a los cuarteles”, dicen algunos. Cerca están de confundir a las fuerzas armadas con una suerte de rijosos paramilitares; sujetos a ninguna ley, primer eslabón de la anarquía del México moderno. “Están fuera de control”, dicen otros desde alguna oficina, muy lejos de Tamaulipas o Michoacán. “Malditos milicos”, publican otros en blogs desde la cafetería de alguna universidad que privilegia la valentía en forma de tesis. Generalizan con alegría. Borran de un plumazo la labor de miles de hombres que corren peligro de muerte en un conflicto realmente grave. Escogen obviar el arrojo de jóvenes mexicanos que no provienen de clase acomodada alguna (a diferencia de otros ejércitos latinoamericanos, el nuestro no es cuna ni destino de la aristocracia). Y, de manera crucial, dejan de lado la discusión sobre qué ocurriría si el Ejército finalmente cuelga las botas para abandonar en manos de la delincuencia cientos de municipios que están en riesgo de dejar de ser México.
Así, criticar al Ejército se ha vuelto chic. ¿Qué hay detrás? Apunto sólo tres variables. La primera es una evidente ignorancia de la historia de las fuerzas armadas (el Ejército no es el 68). Lo segundo es otro de nuestros grandes vicios: el voluntarismo. La realidad debe adecuarse a la versión que de ella tiene uno, no viceversa. Si a la narrativa conviene que el Ejército sea el villano, una caterva de maleantes antes que una organización con una mayoría responsable y una minoría abusiva, que así sea. Lo tercero es producto del encono del 2006. Cínicamente, muchos críticos del Ejército censuran las acciones de las fuerzas armadas porque pretenden verlas como una extensión política del gobierno de Felipe Calderón. Es una calumnia lamentable. Aunque a veces no lo parezca, hay en México cosas más importantes que la escaramuza entre políticos plañideros.
Ahora bien: nada de lo anterior exime al Ejército del más severo juicio frente a los abusos que ha cometido. Respetar al Ejército y reconocer su labor no implica dejar de lado los episodios en los que, sin duda alguna, se ha extralimitado. Una vez que llegue septiembre, y el Legislativo evalúe la verdadera propuesta de reforma al fuero militar, los militares tendrán que comprender que no hay peor enemigo para su prestigio que la opacidad. Nada hay peor, en un país enamorado de las teorías de la conspiración, que la dilación que huele a complicidad. El caso de la carretera Ribereña en Tamaulipas, donde perdieron la vida los pequeños Martín y Bryan Almanza, es el ejemplo perfecto. El Ejército presentó —en pleno Día del Niño, hágame usted el favor— sus conclusiones. El boquete que presentaba la camioneta de los Almanza correspondía a una granada que los verdes no utilizan. La familia tuvo la mala suerte de encontrarse en medio de un enfrentamiento y fueron atacados por sicarios. Y sanseacabó. Pero la explicación es insuficiente y poco convincente. He platicado, en W Radio, con tres de los cuatro adultos que viajaban en la camioneta de los Almanza. Todos son jóvenes humildes que carecen, a mi entender, de malicia alguna. La versión de los tres es la misma: los atacaron hombres que parecían y se comportaban como militares. Los agredieron no sólo con granadas sino con cientos de balazos. Ninguno de los tres recuerda otros vehículos delante o detrás en la Ribereña.
¿Existe una manera de reconciliar las dos versiones? Quizá. Después de todo, no es imposible que a los Almanza los hayan atacado, por ejemplo, delincuentes disfrazados de autoridad. No sería la primera vez. Pero, por ahora, la duda persiste. Con su aclaración, el Ejército no ha conseguido disipar las sospechas de la opinión pública. Es una pena, porque son esas dudas las que avivan la hoguera de los insensatos que critican al Ejército porque sí. La Sedena haría mal en darle carpetazo a la Ribereña. En este caso, como en tantos otros, lo necesario es ventilar la tragedia, cada detalle de la tragedia. Sólo así se quedarán sin argumentos los frívolos que acusan de cobardía a los auténticamente valientes.
– León Krauze
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.