Cada tanto, a Estados Unidos le da por redescubrir a los Apalaches, y cuando lo hace, parece no poder librarse del estereotipo con que piensa a sus habitantes. Machote en mano, el paรญs se imagina a los montaรฑeses como hillbillies. Pienso en las parodias del votante de Trump que circulan en Internet; en Hillbilly Elegy, el best-seller de J.D. Vance que se presenta como un retrato brutal pero honesto de los pobladores de la regiรณn; en Pensatucky y el conflicto racial entre minorรญas y supremacistas blancas de la รบltima temporada de Orange is the New Black y en el sketch Appalachian Emergency Room que Saturday Night Live estrenรณ en el 2004. Ahora las elecciones presidenciales del 2016 han provocado que el estereotipo entre a cuadro una vez mรกs.
El hillbilly es un esqueleto ridรญculo, un hombre alto y escuรกlido que se echa encima unos andrajos. La ropa le queda mal: de tan grande, parece que cuelga de una percha y no de una persona. En sus peores versiones anda descalzo y semidesnudo, con la barba desaliรฑada y repleta de migajas que รฉl nunca se sacude voluntariamente โse caen, si acaso, cuando el hillbilly camina de la siesta en el granero a la siesta sobre el pasto. Ademรกs de su sonrisa ignorante, lleva una pipa de mazorca en los labios o una espiga entre los dientes. La anforita de whiskey, el rifle para cazar ardillas, el banjo o el violรญn le sirven para pasar las horas que nunca dispone al trabajo, aunque la cosecha se pudra o el ganado se pierda. Parece que los Apalaches le sirven de protecciรณn: a su cabaรฑa improvisada con troncos de madera, no llegan las fรกbricas ni los inmigrantes, los gagdets de punta o la mentalidad cosmopolita. Para los estadunidenses, el hillbilly es algo asรญ como el buen salvaje que se rehusรณ a firmar el contrato de la modernidad โtodavรญa se discute si es un hรฉroe o un holgazรกn.
Los estereotipos mutan. Jamรกs se calcan idรฉnticos de una รฉpoca a otra. Desaparecen por un tiempo hasta que inesperados brotan de nuevo, con ciertos ajustes y la misma fuerza que antes โsรญ, como los virus. Por eso es difรญcil seguirles la pista. Hillbilly. A Cultural History of an American Icon, del historiador Anthony Harkins, es la cuidadosa genealogรญa de un estereotipo: debe leerse como un manual para navegar las ideas y los prejuicios que pesan sobre la gente de los Apalaches โesa franja montaรฑosa que se extiende justo al lado de la moderna costa este de Estados Unidos y que, al menos desde el siglo XIX, recibe la atenciรณn de la prensa liberal que nunca termina de entender sus valores, tan contrarios y anacrรณnicos.
Pese a que su iconografรญa atraviese la literatura del sureste, las pelรญculas mudas, los artรญculos periodรญsticos y los documentales, el hillbilly es sobre todo un personaje que se desarrollรณ en la sรกtira, una representaciรณn cรณmica de la pobreza que no pretende explicarla sino echar mano de ella para soltar unas cuantas risas. Pero, entre broma y broma, Estados Unidos se ha jugado varias encrucijadas polรญticas e importantes debates nacionales en la figura del hillbilly.
Al respecto, Anthony Harkins sugiere que los miembros de la รฉlite han recurrido al supuesto carรกcter de los montaรฑeses para discutir la esclavitud (de acuerdo con el dueรฑo de una plantaciรณn, los esclavos eran indispensables debido a la pereza de los blancos pobres; para los abolicionistas, en cambio, su falta de diligencia era producto de la esclavitud). Asรญ, de un capรญtulo a otro, Harkins pone la evidencia sobre la mesa: cada elemento de esta iconografรญa, cada rasgo del personaje, es producto del malentendido, de la cerrazรณn y del punto de vista de los citadinos. Si se les representa borrachos โanforita en manoโ es porque el gobierno federal de finales del siglo XIX quiso registrar a los productores de alcohol y cobrarles impuestos โcosa que los montaรฑeses rechazaron: el comercio local de alcohol significaba unos dรณlares mรกs, indispensables cuando la cosecha fracasa. Ya en el siglo XX, los empresarios de la mรบsica explotaron el estereotipo para crear una marca rentable: la famosa hillbilly music de banjos y violines โHarkins apunta que en demasiadas ocasiones los mรบsicos de los Apalaches no pretendรญan disfrazarse de hillbillies y que los integrantes de las nuevas bandas no provenรญan de Kentucky, sino de California โmuchas veces el hillbilly es un personaje creado, planeado, y no el destello espontรกneo del folclor regional. En otro momento, las imรกgenes de la zona y sus habitantes sirvieron para conseguir que los gobiernos demรณcratas pusieran en marcha los ambiciosos programas de alivio a la pobreza โaquella vez, el hillbilly sirviรณ para conmover a las รฉlites.
Como personaje creado por escritores, periodistas, ilustradores, guionistas y cineastas del norte de Estados Unidos, el hillbilly se construye por oposiciรณn: la diferencia entre la ciudad y el campo se ensancha deliberadamente porque la exageraciรณn es un recurso satรญrico, melodramรกtico y polรญtico. Asรญ, el contraste que detecta Harkins en las tiras cรณmicas de los treinta reaparece en Orange is The New Black: los blancos sin educaciรณn recurren fรกcilmente a la violencia (Snuffy Smith, Pensatucky) para sorpresa de los citadinos que le apuestan a las instituciones y al Estado de Derecho (Barney Google, Piper Chapman). Quizรก entonces no sea un salto mortal pensar que la misma oposiciรณn ha servido para entender el รบltimo encontronazo entre el mundo rural y el urbano: nacionalistas contra cosmopolitas, hillbillies contra liberales y millenials. A veces la polรญtica termina en un diรกlogo de estereotipos.
El problema es que los tropos mutan โno solo se resisten y se rechazan. Algunas veces, se reformulan de modo que la gente se los apropia. El libro de Harkins quiere demostrar que el estereotipo ha sobrevivido gracias a su dualidad. En ciertos periodos โcomo la Depresiรณn de la dรฉcada de los treintaโ, el hillbilly sirviรณ como recordatorio de los valores y las costumbres de los primeros americans y ahora se presenta como monolito de las tradiciones y asidero de orgullo regional โlo que es evidente en el best-seller de J.D. Vance (para Harkins, The Beverly Hillbillies, con su รฉnfasis en la familia y la vida sencilla, es prueba de lo anterior). Por una parte โy aquรญ reside su potencial subversivo contra el capitalismoโ, el hillbilly se resiste al consumismo, a la explotaciรณn del magnate industrial, a ser embaucado por los aspectos mรกs peligrosos de la vida moderna y engullidos por la รฉtica del trabajo y el estilo de vida de la clase media y alta; por el otro, en la nostalgia y la romantizaciรณn del pasado, se entrevรฉ una de las raรญces del supremacismo blanco: cuando se dejan de lado sus orรญgenes escoceses e irlandeses, y se piensan exclusivamente anglosajones, los hillbillies se sueรฑan los hijos de los pioneros y, por lo tanto los estadunidenses autรฉnticos.
De un polo a otro, el estereotipo oscila en un vaivรฉn conveniente que pasa de lo retrรณgrada a lo tradicional, del vicio de la necedad a la virtud de lo autรฉntico, de la celebraciรณn de una cultura regional al repudio de la pobreza y la falta de educaciรณn. Una dualidad conveniente para quien quiera echar mano de ella y apropiรกrsela, o bien, capitalizarla.
Hemos querido, por ejemplo, pensar que el autor de Hillbilly Elegy es el embajador de la gente de los Apalaches. Quizรก debamos interrogar el tono amable y confesional de este libro โprecisamente porque su sinceridad ha encandilado a numerosos reseรฑistas. Bob Hutton, historiador y experto en los Apalaches, denunciรณ al best-seller como una retahรญla de tropos y estereotipos. Es aquรญ donde encuentro la utilidad de la perspectiva de Anthony Harkins. Mรกs que aprovecharse de una caricatura, el libro de J.D. Vance es un ejemplo de la manera en que las personas se apropian de los peores estereotipos. La polรญtica de la identidad se sabe esta lecciรณn de memoria (ocurriรณ, por ejemplo, cuando Donald Trump calificรณ a Hillary Clinton de โnasty womanโ; enseguida, miles de mujeres revirtieron el tono condenatorio de la frase para, en cambio, portarla como bandera: โIโm a nasty woman, pelearรฉ por mis derechos aunque se me acuse de groseraโ, parecรญan decir las feministas). Es esta la lecciรณn mรกs valiosa del libro de Harkins: โA pesar de que la industria de los medios de comunicaciรณn suela controlar la producciรณn de las imรกgenes y de los personajes, nunca controlan sus significados ni sus usos culturales. Estos son producto de una lucha continua entre productores, promotores y audiencias [โฆ] Lejos de ser imรกgenes diseรฑadas para las masas y consumidas por una audiencia descerebrada, los estereotipos son complejos en tรฉrminos semรกnticos y conceptuales, es decir, contienen mรบltiples capas mรบltiples de significadoโ.[1] El hillbilly, como otros tropos, pasa del estereotipo a la identidad. Hay que tener en cuenta ese delicado vaivรฉn cuando pensamos en los usos polรญticos de la cultura popular, sobre todo, en la coyuntura que atraviesa ahora Estados Unidos.
[1] Anthony Harkins, Hillbilly. A Cultural History of an American Icon, Oxford, 2004, p. 222.
(Ciudad de Mรฉxico, 1986) estudiรณ la licenciatura en ciencia polรญtica en el ITAM. Es editora.