El individualismo moderno y la crisis de la democracia liberal

Hay que superar el individualismo de las políticas de la identidad y crear un nuevo de concepto de ciudadanía más amplio.
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En La trilogía de Nueva York de Paul Auster, un escritor que se esconde bajo un pseudónimo se deja llevar por las experiencias fruto del azar de una llamada telefónica errónea. Tras convertirse en detective acaba viviendo como un vagabundo, sin que nadie se percate de su “inexistencia”. Es el proceso de “desconexión” por el cual un hombre profundamente individualista se aísla del resto de la sociedad y acaba siendo un homeless, apartado y solo.

Para entender los cambios profundos a nivel social que tuvieron lugar en Estados Unidos y el nacimiento de la mentalidad individualista y aislacionista es interesante leer El regreso liberal, de Mark Lilla. El autor cuenta que Roosevelt había imaginado un país en el que los ciudadanos formaban parte de una empresa colectiva, se protegían mutuamente del riesgo, las dificultades y la negación de los derechos fundamentales. Sus lemas eran solidaridad, oportunidad y deber público. Como señala David Brooks en “We Used to Build Things”, en la década de 1930 se crearon las agencias del New Deal, y, a fines de la década de 1940, las grandes instituciones multinacionales: la Unión de Estados Americanos, la OTAN, el Banco Mundial, el FMI, el mercado europeo, etc. Las instituciones cívicas fueron fundadas para abordar los problemas de las naciones. Brooks se pregunta por qué ha habido este declive en la construcción de instituciones cívicas en Estados Unidos y dónde fue el Estado del bienestar.

El mayor cambio se registró durante la Administración Reagan, que recogió en su programa las nuevas creencias e intereses de la cultura económica estadounidense y las reflejó en políticas basadas en la ideas de mercado y competencia. Nació entonces la veneración hacia los nuevos héroes en la cultura estadounidense, los emprendedores. El reaganismo promocionó, por lo tanto, la cultura individualista en todo el país.

Pero el individualismo también ha cobrado especial relevancia en los movimientos de izquierda. Lilla cuenta que en un principio surgieron movimientos de derechos civiles de minorías que buscaban el reconocimiento como ciudadanos en igualdad de derechos. En la década de 1950 y principios de la década de 1960 se dieron también otros movimientos sociales en torno a grandes temas como el desarme nuclear, la guerra, la pobreza y el medio ambiente. Involucrarse implicaba identificarse con distintos grupos sociales, con el propio país y el resto del mundo. Pero este concepto de ciudadanía no duraría mucho.

Hubo un gran cambio, durante 1970 y 1980, en el foco de atención: cada vez más la tendencia era unirse a movimientos sociales que tuvieran un significado personal “profundo” para el individuo. En esta variante, que Lilla denomina liberalismo identitario, o “pseudopolíticas identitarias”, “se alientan divisiones entre diferentes grupos o facciones cada vez más pequeñas obsesionadas con sus problemas particulares y practicando rituales de superioridad ideológica”.

Ha habido por tanto un cambio en el foco de atención, que implica una pérdida de la identificación del individuo con otros sujetos: ciudadanos de otras etnias, estatus social, edad, educación, creencias políticas, religión, refugiados… La falta de identificación ciudadana con un proyecto o un ideal unitario se ha suplido con el sentimiento de pertenencia a un grupo para conformar así una sociedad segregada. Las diferencias se han enfatizado y se ha concedido una excesiva importancia a la conformación de una identidad reduccionista y excluyente.

Además, esta tendencia hacia el individualismo va unida a un sentimiento de malestar ciudadano. Ahora, como señala Brooks en su artículo, “existe un malestar, una pérdida de fe en el futuro y una pérdida de experiencia en la construcción de instituciones, una sensación de fragmentación general y aislamiento”.

Yascha Mounk acaba de publicar The People vs. Democracy: Why Our Freedom Is in Danger and How to Save It, donde aborda algunas razones clave de la crisis de nuestras democracias liberales. La gravedad de la crisis radica en que los votantes tienden a ser más antiliberales; son cada vez más impacientes con las instituciones independientes y cada vez están menos dispuestos a tolerar los derechos de las minorías étnicas y religiosas (menciona aquí el caso de la victoria de la extrema derecha en Hungría). Por otro lado, las preferencias de las élites se han vuelto más antidemocráticas (pone como ejemplo el caso de las negociaciones del rescate de Grecia), se apoderan del sistema político y lo hacen cada vez más “insensible”.

Al mismo tiempo, el estancamiento económico de las clases medias y el crecimiento de los niveles de pobreza han hecho estallar tensiones sociales que se habían cocido a fuego lento bajo la superficie. Si algo hemos aprendido de esta crisis económica es que es necesario crear sociedades más democráticas, una reforma de las políticas económicas para atemperar la desigualdad y hacer que las élites representen a los ciudadanos. Esto es, básicamente, una cuestión de estabilidad política.

En su libro, Mounk apuesta por el desarrollo de una identidad colectiva, una nueva forma de nacionalismo de tinte liberal que aglutine a los ciudadanos de forma más inclusiva y proyecte un colectivismo que bien podríamos llamar ciudadanía. “Debemos reconsiderar lo que podría significar membresía y pertenencia en un estado nación moderno”, dice el autor. Lilla también habla de ciudadanía como un arma en la batalla contra el dogma individualista: “El concepto de ciudadano tiene un gran potencial democrático, especialmente hoy. Eso es porque la ciudadanía es un estatus político, nada menos y nada más”.

Decir que todos somos ciudadanos no significa que todos somos iguales, sino que como miembros de la polis tenemos derechos y obligaciones, que somos todos partes de algo. Con frecuencia se ha criticado que las democracias liberales se han vuelto sociedades segregadas y artificiales. Lilla critica que la retórica política no hace nada para convencer a los ricos de que tienen un deber permanente con los que están en peores condiciones. Son individuos que con frecuencia creen que solo tienen derechos y no tienen ninguna obligación.

Estamo empezando a comprender las causas de la crisis, y hay analistas que proponen hacer reformas socioeconómicas de gran calado, crear una nuevo concepto de ciudadanía y provocar un nuevo estallido de optimismo, a partir de una nueva visión. Estas propuestas pueden reparar los vínculos de la ciudadanía debilitados, revertir la tendencia a que las políticas de identidad sean limitantes para el individuo. Más allá de las limitaciones del individualismo, egoísmo y superficialidad, podemos aspirar a crear un nuevo concepto de ciudadanía mucho más amplio, expansivo e inclusivo.

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