El papel histórico del comunismo y el fin del capitalismo

Cada nueva generación cree que el capitalismo ha agotado todas las fuentes de beneficio posible, pero siempre acaba descubriendo que no es así.
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Romaric Godin ha escrito hace poco una reseña muy estimulante de Capitalismo, nada más, con un título más o menos provocador: “La reflexion inachevée de Branko Milanovic sur le capitalisme” (La reflexión inconclusa de Branko Milanovic sobre el capitalismo). Hay varias razones por las que creo que mi reflexión sobre el capitalismo está necesariamente incompleta, pero también hay algunos puntos en los que me gustaría definir mis ideas con un poco más de claridad y posiblemente avanzar en la discusión.

El resumen que hace Godin al principio de la reseña de los puntos esenciales de mi libro es excelente y no hay nada en lo que esté en desacuerdo, si bien me gustaría clarificar una cuestión sobre mi definición de lo que es el comunismo. Voy entonces a seguir las cuatro críticas específicas que hace Godin y voy a intentar responderlas.

El lugar del comunismo en la historia global

La explicación sobre el papel del comunismo es la siguiente, escrita en cursiva en el libro: el comunismo es un sistema social que permitió a las sociedades atrasadas y colonizadas abolir el feudalismo, recuperar la independencia política y económica y construir un capitalismo indígena. Hay que tener en cuenta que la definición habla de sociedades “atrasadas y colonizadas”. Como explico en el libro, los partidos centralizados antiimperialistas compuestos por militantes profesionales estaban en la mejor posición para realizar esta doble transición, esto es, para liberar políticamente a estos países de la influencia extranjera e introducir transformaciones sociales (reforma agraria, abolición de los privilegios feudales, extensión de la educación, igualdad de género). Son estos regímenes los que, a cambio, iniciaron el desarrollo hacia un capitalismo autóctono (obviamente sin tener en mente esto cuando estaban haciendo la revolución). Por eso sostengo que su papel fue esencialmente el mismo que el de la burguesía en los países que no sufrieron el colonialismo.

Este es un punto importante, al menos por dos razones. En primer lugar, porque por culpa de las paradojas de la historia los actores de estos cambios introdujeron un sistema sin ser conscientes. Esto es algo que solo somos capaces de ver hoy, cuando ha pasado suficiente tiempo. Era completamente imposible verlo hace treinta años e incluso menos aún en el momento de la revolución. La lechuza de Minerva levanta el vuelo al atardecer.

En segundo lugar, esta perspectiva del papel del comunismo en la historia global cambia completamente la percepción que tenemos de los sucesos del siglo XX. Como digo en el anexo 1 de Capitalismo, nada más, el logro más importante de la Revolución rusa no fue la introducción de un sistema comunista en el país (que finalmente colapsó) sino la unificación, en el cuerpo de los partidos de izquierda y comunistas en el Tercer Mundo, de la lucha antiimperialista con la revolución social. Por esta razón el “giro al este” anunciado en la conferencia de Baku en 1920 y en el Segundo Congreso de la Comintern (también en 1920) fue crucial.

Por citar a Lenin: “El capitalismo se ha convertido en un sistema global de opresión colonial y estrangulamiento financiero de la gran mayoría de la población del mundo por parte de un puñado de países ‘avanzados’” O: “en este Congreso [el Segundo Congreso de la Comintern] estamos presenciando cómo se produce la unión entre los proletarios revolucionarios de los países capitalistas avanzados y las masas revolucionarias de aquellos países donde apenas hay un proletariado [el énfasis es mío], es decir, las masas oprimidas de los países coloniales del Este”

Sin la Revolución rusa y sin la redefinición que hizo Lenin de la lucha de clases global como una lucha también anticolonial (a menudo en coalición con partidos burgueses en países colonizados), los partidos comunistas en el Tercer Mundo habrían tenido un papel periférico. Además, es importante señalar que la postura de Lenin era un desvío del marxismo ortodoxo. Marx y muchos marxistas “clásicos” eran ambiguos e incluso favorables con respecto al imperialismo occidental, ya que lo consideraban una manera de introducir el capitalismo en los países atrasados (los textos de Marx sobre la India son un buen ejemplo), lo que los preparaba para una transformación socialista. Desde esta perspectiva, no hay un papel natural de los partidos comunistas como antiimperialistas. Esto cambió completamente después de 1920.

Si observamos hoy la Revolución rusa vemos que ese fue su logro más importante. Fue por supuesto un logro indirecto y sin embargo tuvo una importancia fundamental en todo el mundo. Por decirlo brutalmente: el surgimiento de Asia y la descolonización de África no se habrían producido, o habría ocurrido más lentamente. Esto no se aplica solo a China o Vietnam, que son casos paradigmáticos, sino también a India, cuyo movimiento por la independencia fue liderado por la burguesía nacional pero que, bajo presión izquierdista, adoptó muchas políticas progresistas de sus rivales laicos de izquierdas.

De nuevo, sin esa presión desde la izquierda, que venía no solo de los diversos partidos marxistas indios sino quizá también, de manera más importante, de una aceptación ideológica de la revolución social, la industrialización, la planificación centralizada y demás, la independencia india y las reformas se habría postergado varias décadas. Uno se podría preguntar si India habría acabado llegando a un acuerdo colonial con Reino Unido basado en la colaboración de las dos burguesías.

Tengo que aclarar esta cuestión porque Romaric Godin parece obviar la cuestión “colonial” y cree que tengo una postura más tradicional en la que el comunismo fue exitoso en países menos desarrollados por cuestiones económicas. Estoy de acuerdo con esto último (como digo en la Sección 3.2), pero es algo secundario en comparación con lo que he argumentado en los párrafos anteriores.

Esto también explica por qué yuxtapongo a China y Estados Unidos en el libro. Al contrario que los politólogos “vulgares”, yo no discuto simplemente las diferencias entre China y Estados Unidos, como se suele hacer a menudo en los debates sobre estos dos competidores en la nueva Guerra Fría. Mi objetivo era proporcionar una génesis ideológica del éxito de China y su adopción del capitalismo político, no simplemente hacer una foto fija de China hoy. Como el comunismo era, en esta interpretación, el responsable del éxito de China, y como el comunismo tiene un carácter transformador, sostengo que esta es una de su principales contribuciones globales. (Claramente, China es el ejemplo más importante, pero hago una lista con otros diez países, desde Argelia a Tanzania, que podría pertenecer a la misma categoría).

Esto explica también por qué no escribo sobre la Rusia actual como un ejemplo de capitalismo político (como me ha criticado Robert Kuttler en su reseña de Capitalismo, nada más en The New York Review of Books). Podría por supuesto escribir sobre Rusia también, ya que comparte bastantes características del capitalismo político con China, pero Rusia no comparte la misma génesis histórica que he explicado arriba y no tenía sentido, por lo tanto, escribir sobre ella en el libro.

Ahora voy a responder a las críticas específicas de Godin.

El capitalismo como sistema histórico

La primera cuestión trata mis dudas con respecto a los caracteres natural e histórico del capitalismo. ¿Es el capitalismo un sistema “natural”? Godin tiene razón cuando dice que creo que nuestros deseos y comportamiento son el producto de la socialización, lo que significa que el capitalismo es una categoría histórica. Pero “la hipótesis del autor de que el capitalismo ha triunfado gracias a esa capacidad de satisfacer los deseos de riqueza de la población” parece sugerir que esos deseos son intrínsecos a los humanos, lo que explicaría mi insistencia en el poder del capitalismo, pero estaría en contradicción con la idea de que el capitalismo es un sistema histórico. Por lo tanto, tengo que defender que el capitalismo es un sistema natural o aceptar que el capitalismo puede superarse.

Acepto esto último. Como comento brevemente al final del libro, puedo imaginar que otro sistema sustituya al capitalismo: cuando el capital es abundante en comparación con el trabajo y el trabajo asalariado desaparece. Dos de las tres características definitorias del capitalismo desaparecerían: no hay trabajo asalariado y no existe el capital como una relación social (ya que desaparece con la desaparición del trabajo asalariado). Estaríamos entonces en otro modo de producción diferente. ¿Esto implicaría un cambio en nuestro sistema de valores? Quizá. Pero seguro que si la manera en la que la sociedad se organiza cambia, es de esperar que ciertos valores que hoy consideramos inmutables, incluida la adquisición de riqueza como el objetivo primordial en la vida, también cambien.

¿Puede el capitalismo expandirse para siempre?

La segunda crítica es que no tengo en cuenta totalmente los elementos dinámicos del capitalismo, especialmente su permanente necesidad de expansión, motivada por su búsqueda de actividades que generen beneficios. Sin embargo, como dice Godin, el capitalismo se enfrenta hoy a unos límites aparentemente insuperables: por una parte, el rechazo social que produce por culpa de una mayor desigualdad, y por otra, su bajo crecimiento de la productividad (la hipótesis del estancamiento secular) y la fatiga medioambiental. Por eso, dice Godin, el capitalismo quizá se enfrente a restricciones considerables que limitarán su expansión. Y sin beneficio, no hay capitalismo. Esta cuestión, como dice Godin, se remonta a Rosa Luxemburgo y Henryk Grossman.

Pero creo que es la opinión de Godin la que es estática, no la mía. La idea de que de alguna manera el capitalismo será incapaz de encontrar nuevos terrenos de actividad se basa en nuestros límites cognitivos, es decir, nuestra incapacidad de imaginar cuáles serán las nuevas áreas de beneficio en treinta o cincuenta años. Deberíamos tener en cuenta –especialmente ahora en la época de expansión del capitalismo en la esfera privada (de los influencers a Airbnb), un desarrollo que nadie podría haber anticipado hace veinte años– que las áreas que puede “invadir” el capitalismo no pueden preverse. Pero haciendo un razonamiento por analogía, podemos asumir cómodamente que aparecerán esas nuevas áreas.

Hoy sabemos que Rosa Luxemburgo estaba equivocada. Decía que la expansión del capitalismo es finita porque es imposible encontrar eternamente nuevas áreas sin desarrollar. Es una manera equivocada de plantear el problema, ya que el dominio del capitalismo no solo depende de nuevas áreas físicas, sino que puede extenderse a nuevas maneras de organizar la producción (como dijo Schumpeter), nuevos productos o incluso el ocio. Del mismo modo, hoy no podemos adivinar qué actividades se volverán “capitalistas”. Cada nueva generación cree que el capitalismo ha agotado todas las fuentes de beneficio posible, pero siempre acaba descubriendo que no es así.

El problema aquí es muy parecido al del cambio tecnológico. En ambos casos hay límites cognitivos. No podemos precisar hoy qué trabajos se crearán a partir de nuevas tecnologías simplemente porque no sabemos cómo esas nuevas tecnologías afectarán a la producción y a nuestras necesidades. A menudo parece que las nuevas tecnologías simplemente acabarán con los trabajos existentes, convertirán a los trabajadores en superfluos y no crearán nuevos empleos. Esa tesis se ha demostrado falsa en los últimos doscientos años, y sin embargo nos encontramos con ella cada vez que surge una nueva tecnología.

Godin también lamenta que el libro no preste más atención al capitalismo desde el enfoque de la producción. Es una crítica válida. El libro se centra en los análisis de los capitalismos liberal y político, en el lado de la distribución y en la reproducción de las élites (que se corresponden con los patrones de distribución de la renta). Estas son las áreas que conozco. Desafortunadamente, el lado de la producción, los monopolios, la propiedad intelectual, la organización interna jerárquica de la producción en el capitalismo y la subsunción del trabajo hacia el capital, los sindicatos, son temas muy importantes, pero dejé que los trataran aquellos que saben de ellos mucho más que yo. Dos autores, entre muchos, que han hecho un trabajo muy valioso sobre esto son Anwar Shaikh en Capitalism y Marshal Steinbaum en sus publicaciones sobre la naturaleza monopolística del sistema estadounidense.

Definición del comunismo

La tercera crítica tiene que ver con las definiciones de capitalismo y comunismo. En el caso de este último, soy consciente de los problemas terminológicos. Por eso dedico una sección entera en el capítulo 3 del libro a esta cuestión. Siendo breve, uso el concepto “comunismo” cuando analizo economías socialistas, que es el significado común que se usa para definir el comunismo, especialmente en la literatura en inglés: son las economías en las que el capital es propiedad estatal o colectiva y las decisiones de producción son centralizadas. Creo que no merece la pena entrar en una discusión etimológica e ideológica siempre y cuando sepamos a qué nos referimos. Este sistema es claramente no capitalista: las diferencias son notorias.

Ahora bien, es cierto que, desde la perspectiva marxista, el concepto “comunismo” en ese contexto es inexacto porque el comunismo es el estadio superior (nunca alcanzado) en el que, como dijo Marx, la prehistoria –la prehistoria de todas las sociedades de clases– termina, y la verdadera historia humana comienza. No discuto este sistema simplemente porque nunca ha existido. Como dice Maquiavelo despectivamente, “muchos escritores han descrito principados que nunca han sido vistos y cuya existencia se desconoce”.

Godin hace otra interesante observación sobre las economías socialistas. No eran fundamentalmente diferentes de las capitalistas, escribe, porque en el “socialismo realmente existente” también la ley del valor operaba (la producción se basaba en el binomio intercambio-valores, no uso-valores), las relaciones dentro de las empresas eran jerárquicas y el “socialismo realmente existente” era (o debería haber sido; dejo esto abierto) una sociedad de clases. Esto es algo en lo que pensé y escribí (aunque no se publicó) durante muchos años en mi juventud. Es un tema importante pero no pertenece a mi libro. En él abordo sistemas de producción definidos claramente: capitalismo liberal o socialdemócrata, economías socialistas y capitalismo político. Todos ellos existen o existieron en la vida real. Estoy de acuerdo con Godin en que el “socialismo realmente existente” era un sistema de producción de mercancías. Esto, por cierto, no va en contra de los marxistas y encaja con lo que Marx anticipó para el periodo de transición en el que el excedente de trabajo y el excedente de tiempo de trabajo existen todavía para permitir el cumplimiento de muchas funciones sociales (educación, salud, administración de gobierno), al mismo tiempo que las inversiones (ver la Crítica al Programa de Gotha, parte 1).

Por lo tanto estoy de acuerdo con Godin en que “si ces régimes bolcheviques ne relevent pas du capitalisme, ils ne sauraient être non plus du ‘communisme’ au sens marxien du terme, autrement dit un régime où les classes sociales et l’exploitation auraient disparu”, [si esos regímenes bolcheviques no dependen del capitalismo, tampoco serían ‘comunistas’ en el sentido marxista del término, es decir, un régimen donde las clases sociales y la explotación han desaparecido] pero no creo que su crítica sea relevante. No solo con respecto al libro sino también sobre los propios sistemas porque, siendo estrictos, nunca se consideraron a sí mismos “comunistas” en el sentido marxista. Se consideraban sistemas transitorios hacia el comunismo.

Creo que la definición marxista del comunismo, si bien representa un terminus interesante a la “prehistoria” humana, es a menudo un obstáculo para la discusión sobre las sociedades realmente existentes. Se ha vertido una increíble cantidad de tinta debatiendo si los regímenes socialistas fueron, en algún momento, capitalismo de Estado, como dice Pannekoek, al que cita Godin, o Lenin. Pero creo que es una discusión casi teológica, y muy estéril.

¿Es necesario proponer una alternativa al capitalismo?

La cuarta crítica, aunque no está etiquetada como tal, se refiere al siguiente problema: para que el capitalismo cambie, para que lo sustituya otro sistema, no hace falta que exista una alternativa clara: la lectura de Branko Milanovic, que pretende que los sistema económicos siempre han competido entre sí, es problemática”. Y también que “la visión de un capitalismo necesitado de un rival para sucumbir parece producto de una teleología de la guerra fría”.

Si Godin ha llegado a esta conclusión debe ser porque no fui claro en mi exposición. No creo en absoluto que un cambio en el modo dominante de producción deba de venir simplemente porque coexiste con otro modo de producción diferente. Estoy totalmente de acuerdo en que el cambio que señala Godin (en las ciudades del Norte de Italia y Países Bajos) viene de dentro del propio sistema. Como hay una manera diferente de organizar la producción más eficiente, esta progresivamente sustituye a la entonces dominante.

La antinomia del capitalismo liberal y político no la uso para señalar que uno de estos modelos necesariamente sobrevivirá. De hecho, es mi desacuerdo con la opinión popular de Fukuyama en los 90 lo que en parte me motivó a escribir este libro y a sugerir, especialmente al final, la posibilidad de una convergencia de los dos capitalismos. Por citar a Godin, “La posibilidad de una fusión de las dos formas en una forma híbrida,rápidamente evocada al final de la obra, parece bastante seductora si tenemos en cuenta las evoluciones recientes: tendencia autoritaria y corrupción en Occidente, desarrollo de una élite económica en otras regiones”

Finalmente, no descarto la posibilidad de que se pueda superar el capitalismo. Pero, como he dicho antes, solo podemos imaginarnos eso si el “objetivo” de la realidad económica cambia, es decir, si el trabajo se convierte en un factor de producción relativamente escaso. Creo que la experiencia histórica nos ha predispuesto a creer que la escasez de capital es inevitable y que la propiedad del capital debe estar siempre concentrada. Admito que así es como ha sido durante la mayor parte de la historia. Pero no tiene por qué ser así. La concentración del capital puede trascenderse con políticas que estimulen una propiedad más repartida, a través de los impuestos, la participación de los trabajadores en el accionariado e incluso la propiedad estatal (cuando sea posible). Esta es mi definición de un “capitalismo popular”. La escasez de capital puede superarse si se produce acumulación y cambio tecnológico a la vez junto a un crecimiento negativo o cercano a cero de la población. Estos dos desarrollos acabarían con el capitalismo tal y como lo conocemos. Pero no dependen de la voluntad individual.

 

 

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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