Los avatares de la democracia

No dudo que la crisis de la democracia representativa es real ni niego el papel de las redes sociales para intentar perfeccionarla pero es evidente que hoy ese afán sigue siendo un proyecto en construcción.
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El azar quiso que en mi tránsito entre Grecia e Italia se realizara en Roma el Foro Globo Global sobre Democracia Directa Moderna y la legitimidad del sistema democrático representativo, y yo leyera sus conclusiones en The World Post.

Y hablo del azar porque este viaje me ha hecho repensar las virtudes y las falencias de la democracia ateniense y de la republica romana. Me ha dado una perspectiva para comprender con mayor claridad el actual desencanto de la gente común y corriente con los partidos políticos y con las limitaciones que la democracia representativa impone a la participación efectiva de la gente.

El reclamo que se escucha en Estados Unidos, México, Grecia o Italia, es que los gobernantes no oyen a los gobernados, y lo que los expertos exploran en el Foro son las fórmulas para incrementar el poder participativo de las redes sociales en la democracia, y los efectos que tendrían mecanismos como el del referendo en la gobernanza democrática.

Históricamente, el debate sobre la legitimidad de la democracia representativa no es nuevo. Ya en el siglo V, antes de Cristo, se planteó en una confrontación entre Pericles, quien defendía la atribución de poder a los ciudadanos y una enigmática figura conocida solo como el Viejo Oligarca para quien resultaba inconcebible que la opinión de los ciudadanos ignorantes que no contribuían económicamente al Estado valiera lo mismo que la de quienes invertían su riqueza para el bienestar general.

La visión del Viejo Oligarca siempre estuvo más apegada a la realidad. En la democracia ateniense las decisiones de gobierno las tomaba una Asamblea en la que solo un puñado de hombres podían participar y solamente los oligarcas podían hablar. Ni las mujeres, ni los esclavos ni los extranjeros residentes en Atenas tenían los mismos derechos políticos.

En Roma, aunque su Constitución proclamaba principios democráticos en la práctica la República no era democrática y sus gobernantes eran miembros de la elite aristocrática. Curiosamente, en su alegato a favor de la ratificación de la Constitución de Estados Unidos, Alexander Hamilton argumentaba en el Federalista, que la aspiración del país en ciernes era fundar una república democrática inspirada en la República Romana, “la nación que había obtenido el máximo de la grandeza humana”.

Tampoco es nueva la propuesta del Foro de utilizar a las redes sociales como detonadores del cambio. Sin ellas, no habría sido posible la llamada Primavera Árabe que empezó en Túnez hace siete años y continuó en Egipto, Libia, Yemen y Siria. Lo discutible es su efectividad. Hoy solo en Túnez subsiste un frágil sistema semidemocrático.

La utilización del mecanismo de iniciativas y referendos para incrementar la participación ciudadana tampoco es nueva. El problema en lugares como California donde el mecanismo está vigente es que su propósito original ha sido desvirtuado. Los grupos de interés se han adueñado del proceso y la información que ofrece para calibrar sus pros y contras es generalmente insuficiente, frecuentemente falsa, y por lo general difícil de entender.

Lo nuevo e interesante, sin embargo, ha sido la creación de procesos como el Crowdlaw, que a través de plataformas sociales posibilita la participación de la gente en la administración de los bienes públicos en colaboración con las autoridades electas. A la fecha, cientos de ayuntamientos y parlamentos regionales y nacionales han establecido portales en línea donde los ciudadanos pueden colaborar en la redacción de proyectos de ley generando una “inteligencia colectiva” que se nutriría de las opiniones de los expertos y las observaciones de los ciudadanos.

El Crowdlaw ha sido efectivo para redactar la plataforma política de partidos como Podemos en España o del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, pero ha sido incapaz de crear legislación. Tratándose de estos dos partidos en particular, yo tendría que agradecerle a los políticos electos en cada uno de estos países que sus iniciativas populistas no hayan prosperado.

No dudo que la crisis de la democracia representativa es real ni niego el posible papel de las plataformas sociales para intentar perfeccionarla pero es evidente que hoy ese afán sigue siendo solo un proyecto.

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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