El PSOE de Pedro Sánchez es experto en privatizaciones. Una de las más importantes es la apropiación de la izquierda. Con la moción de censura, el partido comenzó a venderse como la gran y única casa de la izquierda. Tras años de travesía en el desierto, el partido recuperó una autoestima progresista (en buena medida cosmética) y se colocó en un bipartidismo sentimental: si quieres ser de izquierdas en España, la izquierda de toda la vida y no experimentos, acércate al PSOE. En buena medida, los líderes y votantes de Podemos aceptaron esto sin rechistar.
Después de ser destronado de la secretaría general del partido, Sánchez comenzó a coquetear con Podemos. En su famosa entrevista con Jordi Évole en 2016 dijo: “Me equivoqué al tachar a Podemos de populistas, el PSOE tiene que trabajar codo con codo con Podemos”. Tras la moción, parecía que se inauguraría una etapa de colaboración estrecha entre ambos partidos. Pero pronto la estrategia del PSOE fue la de anular a su adversario en la izquierda. Sánchez asumió que Podemos sería su escudero y no se quejaría, porque todo lo que pasaba por el filtro del PSOE se convertía automáticamente en algo de izquierdas. Estaba equivocado.
Hay numerosos comentaristas y votantes de izquierdas que se sorprenden de que Podemos y PSOE, dos partidos “cercanos” ideológicamente, no logren pactar juntos. Hay un problema de egos que impide el pacto, pero también es ideológico: si miramos a ambos partidos más allá de cuestiones culturales o simbólicas no parecen tan cercanos. En buena medida, la idea de la política de Pedro Sánchez consiste en la captura de rentas (políticas, no económicas, aunque ha colocado a cercanos en puestos con sueldos desorbitados) y la conservación del poder. Si lo está haciendo desde una posición de izquierdas es porque encontró ese hueco. Es la forma de ver la política de su estratega jefe Iván Redondo, que asesoró al PP y ahora al PSOE.
Para poder privatizar la izquierda con éxito, el PSOE tenía que apropiarse de las grandes batallas culturales progresistas. La principal ha sido el feminismo. Esta semana, Carmen Calvo ha resumido la estrategia del PSOE en este tema. En una conferencia en la Fundación Pablo Iglesias, la vicepresidenta ha dicho: “Ha aflorado que el feminismo es de todas, no, bonita, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, del pensamiento socialista.” Luego afirma que es un movimiento “generoso y expandido” que tiene un lado “organizado en el partido y en las instituciones cuando gobernamos” y tiene otro lado de “activismo de los movimientos feministas sin estar en los partidos.” Calvo critica la idea de que hay un “feminismo transversal” y a quienes quieren ponerle etiquetas como “liberal”. El feminismo es realmente transversal, pero la vicepresidenta no puede aceptar que un movimiento con tanta potencia política y aceptación no lo pueda explotar ella (y su partido) en monopolio. El feminismo al estilo “no, bonita”, con ese tono de institutriz franquista, es un feminismo no solo institucionalizado sino privatizado.
La otra gran privatización del PSOE es la del antifascismo. El surgimiento de Vox permitió al PSOE apropiarse de una causa que pertenecía a una izquierda melancólica y a menudo extraparlamentaria, que luchaba contra un fascismo en buena medida inexistente. El PSOE institucionalizó algo que estaba en los márgenes porque le serviría para la polarización. La estrategia le salió bien. Infló a Vox, colocó a sus aparentes aliados constitucionalistas en el bando de la ultraderecha y se posicionó como la solución, lo que le dio muchos votos. A pesar de que no ha conseguido ni un avance, el gobierno ha privatizado también la memoria histórica del franquismo. Es algo que ya hizo Zapatero, como han señalado Paloma Aguilar Fernández y Leigh A. Payne en El resurgir del pasado en España. El PSOE utilizó la cuestión de la memoria histórica para hacer guerra cultural mientras que en las cuestiones prácticas (exhumaciones, detección de fosas, por ejemplo) se desentendió.
Hoy el PSOE conserva la hegemonía progresista, pero es posible que no le dure mucho. Los problemas para pactar con Podemos, cuestiones como la política económica (y si hay una recesión más aún) o migratoria es posible que rompan su alianza sentimental con los votantes “de izquierdas de toda la vida” (muchos de ellos fueron los que se desencantaron con el PSOE con los recortes de 2010 o los que votaron a Podemos en 2015). El zapaterismo cultural es efectivo a corto plazo pero difícil de sostener en el tiempo.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).