Foto: Wikimedia Commons

El test de la democracia

Es obvio que nuestra democracia es una casa en obra negra pero no por ello es menos sustancial. Sus defectos son de quienes la ejercen, no de ella, ni como doctrina ni como sistema. Serรญa terrible destruirla. Para calibrar el riesgo, basta ver lo que ha ocurrido en Venezuela.
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“No me importa si alguien es de derecha o de izquierda. Lo รบnico que me importa es que sea demรณcrata”, dijo Felipe Gonzรกlez a un grupo de amigos, a propรณsito de la connivencia de Podemos y Rodrรญguez Zapatero con el rรฉgimen de Maduro. Tiene razรณn: la convicciรณn democrรกtica se mide en las reacciones frente a fenรณmenos dictatoriales.

Ese fue el criterio de Octavio Paz en las revistas que dirigiรณ. Cuando Pinochet asestรณ el golpe de Estado al rรฉgimen de Allende, Plural repudiรณ inmediatamente el acto. Cuando la revoluciรณn sandinista derrocรณ a la dictadura de Somoza, Vuelta puso su esperanza en la pronta celebraciรณn de elecciones (que tardaron once aรฑos en llegar). Cuando Argentina cayรณ en las garras de unos militares genocidas, Vuelta lo denunciรณ al grado de que su circulaciรณn fue prohibida en ese paรญs.

Cuando el movimiento Solidaridad estallรณ en Polonia, lo saludamos con el mismo entusiasmo con que apoyamos y publicamos a los disidentes de la Europa secuestrada (Havel, Michnik) y a los hรฉroes de la libertad en la propia URSS: Sรกjarov, Soljenitsin. Creรญmos en un desenlace democrรกtico que llegรณ en unos casos y se desvirtuรณ en otros. Pero no nos equivocamos al interpretar el significado de la caรญda del Muro de Berlรญn. Incluso fallamos en percibir su alcance: hoy Alemania es la vanguardia del mundo libre.

En nuestro continente, criticamos de manera sistemรกtica al rรฉgimen castrista, lo mismo que a los movimientos guerrilleros que buscaban emularlo en Colombia, Perรบ, Salvador, Nicaragua. No erramos: salvo excepciones, los principales paรญses de Amรฉrica Latina no optaron por la vรญa revolucionaria sino por la democracia.

Nuestra premisa era clara: la รบnica legitimidad para acceder al poder, y para ejercerlo, era la democracia. Respetando sus reglas (en particular la del respeto a las minorรญas), honrando las leyes, las instituciones y las libertades, la competencia ideolรณgica podรญa ser despiadada. Pero la violaciรณn de esas reglas era absolutamente inadmisible. Con la democracia todo, contra la democracia nada.

Estas ideas no eran comunes en el Mรฉxico de los ochenta pero poco a poco se abrieron paso hasta convencer a un amplio sector de la opiniรณn pรบblica sobre la insostenible ilegitimidad democrรกtica del rรฉgimen que nos gobernaba desde 1929. El que en Mรฉxico no hubiese militares en el poder o golpes de Estado no atenuaba ese hecho. La no reelecciรณn seguรญa siendo un legado invaluable del maderismo, pero el sufragio no era efectivo y las libertades polรญticas eran muy limitadas. Por fortuna, el paรญs optรณ por la transiciรณn pacรญfica a la democracia.

Llevamos casi veinte aรฑos en esa experiencia inรฉdita para nosotros. Es obvio que nuestra democracia โ€“lo he repetido muchas vecesโ€“ es una casa en obra negra pero no por ello es menos sustancial. Sus defectos son de quienes la ejercen, no de ella, ni como doctrina ni como sistema. Serรญa terrible destruirla. Para calibrar el riesgo, basta ver lo que ha ocurrido en Venezuela.

Venezuela nos abre la oportunidad de aplicar el test de la democracia a la polรญtica mexicana. Un partido puede ser de derecha o de izquierda, pero la forma de medir si es demรณcrata es cotejar su postura ante Venezuela.

La diplomacia mexicana ha modificado su polรญtica. Enhorabuena: no hay doctrina que justifique la pasividad frente a un tirano. El resto de las fuerzas ha condenado (con tibieza) al rรฉgimen de Maduro, cuya deriva totalitaria ocurre ante nuestros ojos, dรญa con dรญa. Estamos viendo la rebeliรณn masiva y pacรญfica de un pueblo hambriento empeรฑado en una lucha solitaria por su libertad. Pero dos partidos (mejor dicho, uno y medio) no sรณlo se han resistido a llamar por su nombre al rรฉgimen asesino de Maduro, sino que lo apoyan.

En el caso del medio partido se entiende: los dirigentes del PT son admiradores confesos y huรฉspedes frecuentes del rรฉgimen de Norcorea. Pero en el caso de Morena, las declaraciones son en verdad preocupantes. Segรบn su jefe mรกximo, la democracia venezolana es superior a la de Mรฉxico. Y uno de los miembros de su Direcciรณn Nacional se refiriรณ al “importantรญsimo papel que puede hacer Morena en el gobierno de Mรฉxico, que es el de integrarse con los paรญses de Amรฉrica Latina que estรกn haciendo los cambios como Venezuela. Digรกmoslo directo, la integraciรณn de Mรฉxico en la revoluciรณn bolivariana”.

Queda claro. Un amplio sector de la izquierda mexicana no pasa el test de la democracia. No cree que Mรฉxico sea una democracia, pero la utilizarรก para buscar el poder y, desde ahรญ, acabar con ella.

Publicado en Reforma

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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