La opinión más común en la prensa estadounidense sobre las elecciones intermedias del pasado 6 de noviembre es que, si bien la captura de la Cámara de Representantes no es un logro menor para los demócratas, la “ola azul” que prometían varios analistas no terminó de materializarse y el presidente Trump salió relativamente indemne del trance.
Hay bastante de cierto en este razonamiento, especialmente porque los pundits de la televisión por cable suelen presentar sus opiniones en términos superlativos. Se habló de un tsunami demócrata, de un posible repudio nacional del trumpismo que podría ayudar a reducir la polarización y a reorientar al país hacia la ruta de la salud mental. Puesto en esos términos, el fenómeno no ocurrió.
Por supuesto, tampoco ocurrió lo contrario: una validación de Trump y su discurso de odio. Hubo una combinación de ambos. La oleada de apoyo a los demócratas fue real y tangible. Frente a ella, Trump erigió un dique de racismo, xenofobia y paranoia, que le permitió evitar ser barrido a nivel nacional, apuntalar algunos de sus baluartes e incluso ganar terreno en el Senado. La pregunta principal es si ese dique es suficiente para repetir la hazaña en la elección presidencial o si las grietas abiertas por la ola azul terminarán por erosionarlo hasta colapsar.
Decíamos que la oleada demócrata fue real. El partido no solo recuperó la Cámara de Representantes después de ocho años de dominio republicano, con 27 curules capturadas hasta el 8 de noviembre, que pueden elevarse hasta 36: una voltereta significativa. Al mismo tiempo, el partido de Obama y Hillary Clinton conquistó siete gubernaturas que estaban en manos republicanas, para reequilibrar un tanto la balanza. Si los posibles recuentos en Georgia y Florida revirtieran el conteo actual, los demócratas alcanzarían la paridad en gobiernos estatales: 25-25. En los congresos estatales, los demócratas recuperaron un tercio de las más de mil curules perdidas frente a los republicanos durante la gestión de Barack Obama. A nivel nacional, según estimaciones de Nate Silver, uno de los gurús estadísticos de Estados Unidos, habrán obtenido una ventaja de 7.5% con respecto al voto total republicano, un aumento de cuatro puntos porcentuales con respecto a la diferencia entre Hillary Clinton y Donald Trump. Todo esto en medio de la mayor participación electoral, para una elección intermedia, en 50 años: 47% del padrón.
En varias partes del país, como el estado de Nueva York, la oleada demócrata barrió los últimos reductos republicanos. En otros, como el suroeste de Texas, el impulso azul llegó a reductos insospechados. Representando al área al este de El Paso, una latina demócrata irá al Congreso federal.
Con todo lo anterior, el trumpismo resistió. Trump, y muchos de sus imitadores en el partido republicano, no escatimaron ninguna alusión racista contra la caravana de migrantes que viene avanzando lentamente por territorio mexicano; pintaron a varios de sus contrincantes demócratas con el viejo estereotipo antisemita del judío avaro, aun a pesar de la masacre de once personas en una sinagoga; y buscaron por todos los medios impedir que votantes afroamericanos ejercieran su derecho al sufragio en estados como Georgia.
El racismo aún gana elecciones en Estados Unidos. Gracias a este dique de todo lo peor de la sociedad estadounidense, Trump puro parar en seco el avance demócrata en estados como Florida y Georgia (aunque las últimas noticias hablan de posibles recuentos en ambos lugares), consolidó sus baluartes en Indiana, Missouri y partes del sur, y pudo rescatar a simpatizantes neonazis, como Steve King en Iowa.
Montado en la resaca trumpista, el partido republicano pudo evitar un colapso general y aun ampliar su mayoría en el Senado, pero este barco, capaz de navegar en las corrientes xenófobas y racistas más turbulentas, hace agua por todos lados. El cambio demográfico se le filtra entre los tablones. En Tennessee, Texas, Georgia, Arizona y otros viejos reductos del republicanismo masculino y blanco, decenas de mujeres afroamericanas, latinas, musulmanas y lesbianas ganaron sus competencias electorales.
Esto es posible porque los demócratas hicieron su mejor selección de candidaturas en décadas. Como reseñé en este texto, las candidaturas y la agenda demócratas se construyeron desde lo local. Ello le permitió al partido superar las viejas dicotomías entre moderados y radicales, al adecuar sus nominaciones a los y las candidatas mejor posicionados en sus distritos. Dada la popularidad nacional de la agenda progresista sobre acceso a la salud, educación y combate a la desigualdad, el ala izquierda del partido estará muy bien representada en la próxima legislatura.
El trumpismo sobrevivió, pero el antídoto parece empezar a hacer efecto.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.