El último acto de campaña

La consulta por los 10 programas prioritarios será el último acto de campaña de López Obrador. A partir del 1 de diciembre, al candidato perenne le habrá llegado el tiempo de gobernar y asumir la responsabilidad de ello.     
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En ocho días se acaba la campaña política de López Obrador y, por fin, después de 4,859 días, tomará protesta como presidente de la República.  

El 11 de agosto de 2005 inició la precampaña hacia la presidencia de la República. Cinco meses después (el 19 de enero de 2006), tras haber dejado en el camino a Cuauhtémoc Cárdenas, y respaldado por el Partido de la Revolución Democrática, el Partido del Trabajo y Convergencia, comenzó en Metlatónoc, Guerrero –entonces el municipio más pobre del país– una larga campaña presidencial que quizá ni él mismo esperaba que se prolongaría durante más de trece años. 

Según datos de su propio sitio web, en el proceso electoral de 2005-2006 AMLO recorrió 140 mil kilómetros de carretera, celebró 681 mítines y se reunió de manera directa con 3 millones 500 mil personas. Ya como “presidente legítimo” recorrió a lo largo de tres años los 2,452 municipios del país, incluidos los 418 municipios de usos y costumbres de Oaxaca. Aunque no hay numeralia de los 112 meses restantes, las proyecciones sin lugar a dudas ridiculizarían empresas como la del mismísimo Fitzcarraldo. 

¿Puede salir uno indemne después de 160 meses de campaña? No. Y los meses que han mediado entre el 1 de julio pasado, día de las elecciones, y la próxima toma de protesta son prueba de ello. La campaña permanente ¡es una adicción! Y se parece mucho a las “droga de buena fe” de las que habla David Brin.

Brin centró una ponencia que dio en el National Institute for Drug and Addiction en una patología emocional y psicológica particular: la adicción a la justicia propia. La justicia propia, dice Brin, “puede ser embriagadora, seductora e incluso adictiva. Cualquier persona verdaderamente honesta admitirá el placer que le genera saber, con certeza subjetiva, que está en lo cierto y que sus oponentes están profundamente equivocados”. Y resulta que, siempre siguiendo a Brin, hay pruebas sustanciales de que esta “self-righteousnes” es una “droga de buena fe”, tan poderosa que muchas personas buscan activamente regresar a estos estados, una y otra vez. ¿Cómo resistirse a mirarse en el espejo y admitir: “Soy mucho más honesto e íntegro que mis adversarios”?

Es complicado desintoxicarse de 4,859 días de campaña –dando discursos, chacaleos, conferencias, entrevistas, estrechando manos, organizando resistencias, besando frentes, liderando una “presidencia legítima”, cargando niños, armando un nuevo partido político, apretujando mejillas–, más si durante buena parte de ellos viste de frente la inequidad rampante que impera en nuestro país (Metlatónoc, de hecho, sigue siendo de los municipios más pobres del país). Pero esa adicción a la indignación puede ser el principal impulsor del dogmatismo obstinado y de una incapacidad para negociar soluciones pragmáticas.

Podemos ver la consulta por los 10 programas prioritarios como el último acto de campaña de AMLO. A partir del 1 de diciembre, al candidato perenne le habrá llegado el tiempo de gobernar y asumir la responsabilidad de ello.     

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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