Foto: Bryan Smith/ZUMA Wire

El Ășltimo discurso de Trump no debe escribirse con sangre

Lo que ha ocurrido en Washington hoy nos debe recordar que, una vez fuera de la botella, el genio de la demagogia es muy difĂ­cil de controlar.
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El 16 de junio de 2015, Donald Trump bajó las escaleras eléctricas doradas de la torre que lleva, como tantas cosas de mal gusto, su nombre con letras gigantes. Ante las cåmaras de televisión, comenzó a pronunciar el discurso con el que lanzó su candidatura presidencial. No expuso ideas, propuestas o plataformas electorales. Tampoco esbozó un plan de gobierno. Nada de eso. Trump no era uno de los políticos de siempre, porque, dijo esa vez

Los políticos son pura palabrería, nada de acción. No resuelven nada. No nos llevarån, créanme, a la Tierra Prometida. Ellos no pueden hacer a Estados Unidos grandioso otra vez.

Esos polĂ­ticos traicionaron al pueblo y dejaron a Estados Unidos a merced de paĂ­ses hostiles:

México no es nuestro amigo, créanme. Nos estån matando económicamente. Y cuando México nos manda a su gente, no mandan lo mejor que tienen. No los mandan a ustedes. Nos envían a gente que tiene muchos problemas, y que traen esos problemas con ellos. Ellos traen drogas, traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas.

La audiencia, feliz, coreaba: “¡Queremos a Trump, queremos a Trump!”.

AllĂĄ y acĂĄ se decidiĂł no tomar en serio a este clown de la polĂ­tica. “No va a llegar muy lejos” fue el consenso de expertos y analistas. Algunos incluso celebraron que “le iba a poner sabor a la campaña”. Yo no estaba de acuerdo. El 12 de agosto de 2015, escribĂ­ en este espacio que debĂ­amos tomar en serio a Donald Trump, que su discurso era muy peligroso, precisamente debido a que representaba a la anti-polĂ­tica, era polarizante, y apelaba de manera muy eficaz a emociones poderosas como el miedo y el odio. ConcluĂ­a ese anĂĄlisis diciendo que “el discurso populista, llevado al extremo, conduce a naciones a la quiebra y la disoluciĂłn social, o incluso, a la guerra. Los experimentos populistas rara vez tienen final feliz.”

Cuatro años y medio despuĂ©s, el experimento populista de Donald Trump no estĂĄ teniendo un final feliz. Estados Unidos vive un momento de suma gravedad. Al verano de furia vivido en 2020 ha seguido un invierno de peste y discordia. Las elecciones potenciaron las emociones negativas sembradas en el alma de millones por la demagogia de Trump. El 6 de enero de 2021, el todavĂ­a presidente hablĂł ante miles de enardecidos seguidores que se rehĂșsan, como Ă©l, a aceptar que perdieron las elecciones de noviembre. Trump les dijo:

Nadie aquĂ­ quiere ver la elecciĂłn robada por los demĂłcratas ni por los medios. Nunca nos rendiremos, nunca concederemos la derrota, uno no se rinde cuando le roban. Nuestro paĂ­s ya tuvo suficiente, no aceptaremos mĂĄs de esto: detendremos el robo.

¿Qué esperaba Trump que sucedería al enardecer así a miles de personas? ¿Pensaría que habían recorrido kilómetros para escuchar un discurso bajo el frío de Washington, aplaudirle y regresar a su casa con las manos vacías y el corazón roto? ¿No se dio cuenta de que durante cuatro años les dijo que la victoria de los demócratas era una amenaza a su propia existencia y a su identidad? ¿No pensó que, para esa gente, apoyarlo ya no es una elección política, sino parte de cómo se ven a sí mismos en el mundo? ¿No sabe que ellos no votan por Trump, sino que son trumpistas, y en ello se les va la vida?

En los años que llevo dedicĂĄndome a escribir y analizar discursos, he escuchado a muchĂ­simas personas, expertas y no expertas en comunicaciĂłn y en polĂ­tica, decir que “el discurso no importa”, que “ya nadie les hace caso”, que “es puro rollo”. He escuchado, mĂĄs veces de las que recuerdo, la frase “eso solamente es retĂłrica”, como si esa palabra, “retĂłrica” fuera sinĂłnimo del vapor de agua que se emite por la boca cuando se habla en una mañana frĂ­a, algo que se percibe por un instante y luego desaparece en el aire.

Donald Trump y los polĂ­ticos populistas que hoy amenazan a la democracia en el mundo nos han demostrado todos estos años que el discurso pesa y que las palabras importan. Nos han demostrado que cuando el lenguaje remueve las emociones mĂĄs bajas, la gente no se conforma con escuchar y pasa a la acciĂłn, a los hechos, a lo fĂ­sico, a lo tangible, como lo hicieron los estadounidenses que entraron por la fuerza hasta el salĂłn de debates del Congreso. Nos han hecho ver que es mucho mĂĄs fĂĄcil y rentable polĂ­ticamente hacer actuar impulsivamente a la gente por miedo y odio contra “los enemigos del pueblo” que sembrar en sus mentes y en sus corazones esperanza en el futuro o afecto por sus conciudadanos.

Los demagogos siempre han sabido del poder de la palabra, y por eso los filĂłsofos griegos nunca se cansaron de alertar a los ciudadanos de la polis sobre lo que son: un peligro para la convivencia democrĂĄtica, un riesgo para la civilizaciĂłn. Lo ocurrido en Washington este 6 de enero de 2021 nos debe recordar que, una vez fuera de la botella, el genio de la demagogia es muy difĂ­cil de controlar. Solo nos queda esperar, por el bien de Estados Unidos, que el Ășltimo discurso de Donald Trump no se escriba con sangre.

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Especialista en discurso polĂ­tico y manejo de crisis.


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