Barcelona.- La ciudad condal amanece desierta, como todos los domingos, este día 28. Grupúsculos de ingleses, rusos, alemanes y americanos ensordecedoramente embriagados rompen la calma matinal compitiendo con las recién desperezadas y siempre escandalosas cotorras, en su periplo de regreso a los pisos turísticos de alquiler del Ensanche y de la Sagrada Familia. Al despuntar las siete de la mañana, ningún quiosco abierto y algún café de chinos que apenas levanta la cortina. El carrer d’Aragó, la avinguda Diagonal y la Gran Vía de las Cortes Catalanas lucen vacías, diseccionadas en intervalos demasiado largos por algún taxi pescando clientes.
No hay ningún indicio de que se trata de un domingo diferente, importante e “histórico”, fuera de la transmisión en directo de la Radio Nacional reportando los últimos sondeos previos al inicio de la jornada electoral y, por supuesto, los grupos de funcionarios de la administración, presidentes y vocales de mesas electorales, apoderados de partidos políticos, mossos d’esquadra, o votantes muy madrugadores, entre otros, que comienzan a formarse conforme se acercan las nueve de la mañana en torno a los más de 2,700 colegios electorales habilitados en Cataluña. Concentraciones de barceloneses y catalanes tan variopintas y diversas como las opciones a elegir en las papeletas electorales y como el conjunto de los casi 37 millones de españoles con derecho a votar en estos comicios, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
La Trini
“Hola, bon día, que bo veure’ls! Passin per aquí, les paperetes estan allà i les taules endins”; la Trini, saluda, indica, guía, conversa, abraza y dirige. Lo mismo da indicaciones a esa joven pareja de vecinos que llega corriendo al col·legi electoral para votar e ir después a ver la final del abierto de tenis del Conde de Godó que auxilia a la nonagenaria y elegante señora quien, a paso lento pero seguro viene, por la derecha, tras escuchar misa en la iglesia, a encontrar su número de mesa y a emitir su voto, ese sí, por la Esquerra.
El distrito de l’Eixample, quizás el más icónico de la ciudad, revestido en cada esquina de propaganda electoral y en cada balcón y pórtico de banderas catalanas, es el corazón de la Esquerra Republicana y de la ideología de Francesc Macià y de Lluís Companys; la Trini es, a su vez, el corazón de l’Eixample. “He militado toda la vida”, declara seria y convencida, la mujer de casi setenta años a quien parecen todos recurrir en ese colegio electoral de la calle de Calabria, sean compañeros de partido, votantes indecisos, funcionarios de la administración o apoderados de otras organizaciones políticas. Para todos parece tener respuesta, “hay que votar”. De cabellos rojizos y rizados, lentes de pasta, abrigo floreado y botines color vino, se pasea entre las mesas y las papeletas, entre las urnas y los congregados. Pocas veces se sienta o se ausenta a lo largo de las más de 18 horas que transcurren desde la apertura de las casillas hasta contado el último de los votos de la última de las nueve mesas de votación del colegio.
“Tenemos que cambiar el sistema de votación y de conteo; tenemos que hacer valer la Constitución y que los derechos ahí consagrados sean en realidad efectivos para todos; pero mientras tanto, esto es lo que tenemos y esta es la forma de cambiarlo” afirma la Trini hacia el final de la jornada. Está próxima la media noche y el colegio electoral parece una zona de guerra. Sobres vacíos y pilas de papeletas contadas a diestra y siniestra; votos nulos en bolsas negras; latas de refresco a medio beber y alguna de cerveza; sillas aleatoriamente desplegadas en medio del ahora casi vacío salón; caras aturdidas y un fuerte olor a encierro y a adrenalina. Se respira cansancio, pero también satisfacción. Se han publicado los primeros resultados, Esquerra ganando en el Ensanche seguida, con buenos números, por el Partido de los Socialistas Catalanes. En Comú Podem y Junts per Catalunya con menos de lo esperado. Ciudadanos con más del doble que el Partido Popular. A la Trini le rodean los apoderados de todos esos partidos, como se rodea a una matriarca. Todos ellos asienten con la cabeza al escuchar sus palabras, casi salomónicas; aunque muy en sus adentros quizá disientan, a esta hora no se atreven a decirlo o simplemente no les apetece contradecir lo que también ha quedado claro en las urnas.
El miedo
“Qué miedo, estoy ansiosa y no he podido dormir bien”, Martha nos comparte casi a susurros, como si fuese un secreto de confesión, su estado anímico. Voltea a todos lados como si alguien la fuese a escuchar. “La verdad sigo indecisa, solo tengo claro a quién no habré de votar”, añade fulminante antes de emprender camino a la mesa correspondiente, la mano en la que lleva el sobre blanco para el Congreso de los Diputados y el sepia para el Senado parece temblarle. Algo poco común en una mujer, como ella, de cuarenta y tantos que apenas se notan. Es quizá ese miedo, o tal vez la indecisión. Pero la Martha no es la única.
“A mí me aterroriza el voto de los jóvenes por Vox, cómo pueden sentirse identificados con un discurso que apela a la involución de derechos, cómo puede enterrarse el pasado de tajo, cómo se puede ir hacia atrás” se pregunta en voz alta Miguel Ángel, madrileño quincuagenario afincado desde hace un par de décadas en Barcelona. “Es como si no hubiese memoria, es regresar al franquismo más férreo y a la falta de libertades” coinciden Joan y Mireia, un matrimonio de jubilados barceloneses que no votaron en las últimas elecciones generales del 2016 ni tampoco participaron en el controvertido referendo del 1 de octubre de Carles Puigdemont. La incertidumbre y el miedo, mezclados y confundidos, no están ausentes este 28 de abril, como parece tampoco estarlo una abrumadora mayoría de los electores.
Les cues
“¡Orden, señores, orden! Las mesas 116 U, 125 A, 125B y 127 U en esta fila, por favor. La 124 U, la 115 U, la 113 A y la 113 B en aquella cua, si us plau. Y señora, le recuerdo que no se admiten perros.” Mientras se avecina la hora de comer, el barullo y la gente se arremolinan en el interior del colegio electoral y en las afueras del recinto. Las colas, cues en catalán, se extienden hasta la acera de enfrente. Familias enteras, con bebés en brazos y carriolas; señoras mayores en sillas de ruedas o con andadera y bastón; grupos de adolescentes, con el rostro emocionado de quien vota por vez primera; la empleada de correos, de origen peruano, con los votos a distancia a cuestas y el añoro por el Cuzco en la mirada; un par de ancianas monjas; jóvenes matrimonios en “chándal” y zapatillas deportivas; y perros, muchos perros, afuera y adentro.
Para las 6 de la tarde, en toda Cataluña había votado cerca del 65% del padrón electoral, un 18% más del total de votantes que ejercieron su derecho durante las últimas elecciones generales. En toda España casi 10% más de votantes que en 2016. El flujo de gente, y de votos, es constante hasta la hora del cierre de los colegios. “Pase, pase” indica autoritaria la presidenta del grupo de funcionarios de la administración al regordete taxista que a las 19:55 deja el taxi en doble fila frente al colegio y entra corriendo con un puro a medio encender en los labios sin empacho alguno. El último elector en este rincón del Ensanche. Empieza el conteo a puerta cerrada. No se niega ningún voto, a nadie se deja de contar. Ni siquiera a Vox, aquí mismo, en Cataluña.
“Visca Catalunya!” se alcanza a escuchar desde las entrañas del colegio electoral el grito de algún viandante, “i visca la democràcia” se añade desde el interior. No se sabe bien si fue la Trini o el coro conjunto de todos los apoderados, pero nadie parece estar en desacuerdo, ni con lo uno ni con lo otro. Sigue un silencio expectante, la ciudad parece tan desierta como lo estaba al alba; ya es de madrugada y mañana, sin duda, será otro día.
(Ciudad de México, 1977) es diplomático, periodista y escritor; su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2023).