El 7 de febrero, el periódico británico The Daily Telegraph tituló en portada, a cinco columnas: “Man who ‘broke the Bank of England’ backing secret plot to thwart Brexit” (“El hombre que ‘hizo quebrar el Banco de Inglaterra’ apoya un complot para boicotear el Brexit”). El misterioso hombre es George Soros, multimillonario y filántropo liberal, director de la fundación Open Society, y el complot es una donación de medio millón de libras a Best for Britain, una organización contraria al Brexit, y un plan para convencer a diputados para que propongan un nuevo referéndum. Es una conspiración de pacotilla, pero el titular es lo que se llama en inglés dog-whistle, o silbato de perro, en referencia a los sonidos agudos que emiten determinados silbatos para que solo los escuchen los perros. Para muchos es solo un hombre millonario donando a una causa liberal. Pero otros, nacionalistas, antisemitas, reaccionarios y demás resentidos en busca de un chivo expiatorio, escuchan el pitido e interpretan otra cosa: es un inversor judío húngaro, cosmopolita y liberal, que especuló contra la libra en la crisis de 1992 y se hizo millonario (de ahí lo de “el hombre que hizo quebrar el Banco de Inglaterra”: tiene gracia que lo diga alguien como Farage, un exlibertario e inversor) y que ahora está detrás de una conspiración contra la voluntad del pueblo.
En un artículo en el Guardian, Rafael Behr se pregunta cómo es posible que el Telegraph no se diera cuenta de las implicaciones de su titular, que propicia una teoría de la conspiración extendida por trumpistas, nacionalistas polacos y húngaros, Putin y demás populistas de derechas. No es algo nuevo en el periódico conservador, cada vez más cercano al sensacionalismo de tabloides como The Sun o Daily Mail. Cuando un juicio determinó que el artículo 50 del Tratado de Lisboa (que permite la salida de un país de la UE) debía activarlo el parlamento, y no la primera ministra con poderes ejecutivos, el Daily Mail tituló en portada “Enemigos del pueblo”, y el Telegraph no se quedó lejos con “Los jueces contra el pueblo”. En ambos artículos salían las caras y nombres de los jueces responsables del fallo.
Según estos nuevos Protocolos de los Sabios de Sión, Soros está en todos los saraos. Está detrás del movimiento Antifa, de Black Lives Matter, de los seguidores de Bernie Sanders que boicotean mítines de Trump, pero también de la Revolución de Maidán en Ucrania. Busca acabar con Europa desde dentro financiando proyectos de integración de inmigrantes y refugiados. Aunque es superviviente del Holocausto, se le acusa de colaboracionista con los nazis. Es el coco de la derecha populista, que lo construye a su medida para defender su agenda regresiva.
No solo es criticado en Europa del Este, donde los nuevos reaccionarios defienden las esencias nacionales frente al multiculturalismo y el cosmopolitismo de “Gayropa”. En Israel, el partido Likud de Benjamin Netanyahu, cada vez más autoritario, defendió la campaña de difamación que hizo el gobierno húngaro contra Soros (con carteles que decían “No permitas que Soros ría el último”). Soros ha financiado proyectos como J Street, un think tank moderado pro-Israel y crítico con el gobierno de Netanyahu, y ONGs como B’Tselem o Breaking the Silence, que luchan contra la impunidad del gobierno de Israel en materia de derechos humanos. Para el Likud, Soros busca “deslegitimar a los gobiernos de Israel elegidos democráticamente” al financiar organizaciones que “difaman contra el Estado judío y buscan negarle su derecho a defenderse a sí mismo”. El gobierno de Netanyahu acusa de antisemitismo a todos sus críticos, pero cuando lo tiene delante se pone al lado de nacionalistas y autoritarios.
Es cierto que Soros está detrás de muchas causas liberales y progresistas. Estudió en la London School of Economics con Karl Popper. Su libro La sociedad abierta y sus enemigos es la inspiración para su fundación Open Society. Soros ha financiado proyectos contra crímenes de odio, ha becado a estudiantes negros durante el apartheid, ha donado dinero a asociaciones en defensa de los derechos de los refugiados, los inmigrantes, los gitanos, los homosexuales… Más que influir en las políticas nacionales, como le critican, lo que hace es defender unos valores de tolerancia, liberalismo y protección de las minorías que van más allá de las fronteras nacionales.
Pero también tiene críticos dentro de la izquierda, que siempre sospecha de los millonarios filántropos. En un artículo publicado en London Review of Books, Slavoj Žižek habla de “liberales comunistas” para definir a gente como Bill Gates o George Soros: “[Soros] defiende la explotación financiera sin escrúpulos y la combina con su contraparte, la preocupación humanitaria por las consecuencias sociales de una economía de mercado desatada. La rutina diaria de Soros es la mentira personificada: la mitad de su tiempo de trabajo está dedicado a la especulación financiera, la otra mitad a actividades ‘humanitarias’ (financiar actividades culturales y democráticas en países poscomunistas, escribir ensayos y libros) que van en contra de los efectos de sus propias especulaciones”. Son afirmaciones difíciles de medir: ¿cómo medimos, con qué balanza o en qué terminos, el mal que genera por un lado y el bien por el otro? Žižek habla de que la filantropía sirve a Soros o Gates para limpiar sus pecados, pero piensa que toda actividad financiera es inmoral. Soros hizo su fortuna en finanzas, aunque ahora ya solo se dedica a su fundación. En la reciente cumbre de Davos habló de su preocupación por el cambio climático, criticó a los apologistas del mercado desregulado y propuso gravar a las empresas tecnológicas de manera más efectiva para evitar que se convierta en monopolios. Muchos líderes mundiales fueron a Davos a hablar del bien, y como explica Branko Milanovic pocos ofrecieron propuestas reales. Los miles de millones que aporta Soros en defensa de esos valores no son solo palabras.
Una de las críticas comunes a los filántropos es que nunca dan suficiente. Otra es que suponen un fracaso del Estado de bienestar o de la justicia económica global: los problemas de pobreza, desigualdad o enfermedades deberían resolverlos los Estados mediante inversiones públicas y redistribución. De acuerdo. Pero si no lo hacen no es porque Soros o Gates les han quitado el trabajo, como si fuera un juego de suma cero. Es una lógica retorcida considerar que un rico que dona a causas de progreso social está de algún modo atacando el Estado de bienestar.
Si lo que nos importa es el objetivo de reducir la pobreza o acabar con determinadas enfermedades o reducir la xenofobia, nos debería dar igual de dónde viene el dinero para ello. Sí, muchos filántropos buscan reconocimiento o fama. Pero en realidad da igual por qué donan. Como escribe Kiko Llaneras en JotDown, “lo que queremos es incentivar las donaciones y no montar un concurso para encontrar a la persona del año. La lógica es similar a la que aplicamos a los impuestos: aunque sabemos que los ciudadanos ejemplares pagarán su cuota por propia voluntad, no por eso dejamos de hacer inspecciones ni perseguir el delito fiscal. Lo hacemos así porque nuestro objetivo no es hacer un censo de buenos ciudadanos, sino recaudar impuestos.”
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).